El Seminario diocesano de Monte Corbán ha acogido en la mañana de este sábado el retiro diocesano de Cuaresma, que, pese al frío del inicio de la jornada, ha obtenido una respuesta masiva. Y es que las condiciones meteorológicas no pueden interponerse ante el ansia del encuentro con el Señor, en esta ocasión a través de la Palabra, del silencio y de la oración. Un encuentro personal en el que hablamos, pero también debemos escuchar. Escuchar al Padre que se presenta ante nosotros y nos pregunta abiertamente: «¿Quieres quedar sano?» ¿Queremos cambiar? ¿Aprovechamos este tiempo de espera para hacerlo?
El encuentro comenzó con el rezo de la Hora Intermedia. Unidos, en un templo prácticamente lleno, los asistentes tuvieron la oportunidad de compartir oración para inaugurar este retiro. Una oración que incluyó una lectura breve del Libro de los Hechos de los Apóstoles (Ap 3, 19-20):
«A los que yo amo los reprendo y los corrijo. Sé ferviente y arrepiéntete. Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos».
El Señor llama a nuestra puerta constantemente, no se agota; su amor incondicional por su creación, por nosotros, lo sostiene todo. Tras la oración, llegó el momento de la primera plática, que compartió con el foro nuestro Obispo, D. Arturo, y que giró en torno a este concepto: a la llamada del Padre.
Comenzó apelando a la confianza: «Estamos aquí porque confiamos en el Señor y tenemos que abrir los ojos y el corazón porque el tiempo de Cuaresma supone renunciar a nuestro viejo y acentuado egoísmo, que cierra las puertas a Dios y al prójimo». Continuó afirmando que «es importante y necesario descubrir qué es necesario cambiar en tu vida. ¿Qué crees que debes cambiar en ti? Hay que ser valientes y no tener miedo porque quien se convierte a Dios se convierte a la esperanza. En Dios nada es imposible y es posible cambiar, ser mejor y ser más de Dios. No lo hagamos imposible nosotros mismos».
Lanzó una pregunta importante, no solo en este año Jubilar, sino durante el resto de nuestras vidas: «¿Tenemos esperanza? El proceso de conversión es un nuevo nacimiento tras el que nos hacemos inconformistas hacia nuestro interior y al mundo que habitamos».
Ciertamente la importancia de la conversión en este periodo litúrgico va mucho más allá de cambiar hábitos o costumbres. Se trata de un proceso largo, puede que hasta lento. Por eso, D. Arturo pidió que «no busquemos la concreción inmediata«, y aseguró que «las cosas del Espíritu no se solucionan inmediatamente«. Lo esencial, concluyó, «es la actitud de la respuesta«.
Por tanto, se trata de abrir la puerta a la llamada a la conversión y de seguir haciendo ese camino que nos lleva a la luz. En este momento, nuestro Obispo hizo referencia y animó a leer con detenimiento durante el posterior tiempo de silencio y meditación un texto del Evangelio de Juan (Jn 5, 1-9):
«Después de estas cosas había una fiesta de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén. Y hay en Jerusalén, cerca de la puerta de las ovejas, un estanque, llamado en hebreo Betesda, el cual tiene cinco pórticos. En estos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que esperaban el movimiento del agua. Porque un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque, y agitaba el agua; y el que primero descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese. Y había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo. Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano? Señor, le respondió el enfermo, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo. Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda. Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo. Y era día de reposo aquel día».
Haciendo referencia a este precioso texto, en el que se nos muestra a ese Jesús compasivo que buscaba al enfermo, le hablaba, le acariciaba; en definitiva, le amaba, D. Arturo aseguró que lo mismo nos pregunta hoy el Señor: «¿Quieres quedar sano? ¿Qué respuesta sale de ti? ¿Qué es lo que Jesús ve en ti?» Finalizó la plática afirmando que «la oración es estar en presencia de Dios. No dejemos que las ideas nos bloqueen y nos paralicen. Bajemos nuestras ideas al corazón, donde realmente resuena la Palabra. Como diría San Ignacio: En el tiempo de oración mantén un coloquio con Jesús, habla un rato con Él y dile cuáles son tus deseos para esta Cuaresma», concluyó.
Tras este primera plática, y reposando las ideas compartidas, llegó el momento de ponerse en presencia del Señor, de Jesús Eucaristía, que se hizo presente y con el que los asistentes pudieron compartir esa conversación que siempre está dispuesto a tener, esperándonos con esa mirada de amor infinito. De nosotros depende abrir la puerta de nuestro corazón para dejarle entrar. No sintamos miedo, porque Él ha venido para ser esperanza, la esperanza real de una vida completa y feliz.
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