CATÓLICOS EN SALAMANCA – El obispo invita a acoger el amor sin límites de Cristo y responder con un servicio humilde

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Durante la celebración de la Cena del Señor, Mons. José Luis Retana animó a los fieles a “entrar en el Cenáculo” y a dejarse “amar por Cristo hasta el extremo”, recordando que “la eucaristía es el sacramento de la fraternidad”, que purifica, une como hermanos e impulsa a servir con humildad, frente a la “autosuficiencia” que limita el amor de Dios

 

SERVICIO DE COMUNICACIÓN

El repique de la campanilla de la sacristía de la Catedral Vieja marcó, a las 18:00 horas de este Jueves Santo, Día del Amor Fraterno, el inicio de la celebración de la Cena del Señor, que abre el Triduo Pascual en la seo salmantina. Un tiempo litúrgico que continúa con el recuerdo de la Pasión de Cristo el Viernes Santo y con la Vigilia pascual del Sábado Santo.

La procesión de entrada estuvo encabezada por los acólitos, que portaban el evangeliario, seguidos por varios sacerdotes y dos canónigos eméritos. Cerraba la marcha el obispo diocesano, Mons. José Luis Retana, quien presidió la celebración en la que se conmemora la Última Cena de Jesús con sus discípulos, donde instituye la eucaristía, el sacerdocio ministerial y dejó como legado el mandamiento del amor.

Al comenzar su homilía, el obispo invitó a los fieles a contemplar la liturgia de este día con los ojos y el corazón puestos en Jesús, que se entrega por amor: “Entremos con los Apóstoles en el Cenáculo, cuidadosamente preparado, y dispongámonos a recibir los últimos regalos de Aquel que nos ama”.

El lavatorio de los pies: amor que se hace servicio

El mensaje central de su reflexión giró en torno a una frase del evangelio de San Juan: «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1). El obispo subrayó que ese amor no tiene límites “Jesús nos amó. Jesús nos ama. Sin límites, siempre, hasta el extremo. Ha dado la vida por ti, por mí… por cada uno, con nombre y apellidos”. Y recordó que el amor de Cristo no se detiene ante nuestras miserias o caídas, sino que se abaja para rescatarnos y purificarnos.

Deteniéndose en el gesto del lavatorio de los pies, explicó su significado: “Jesús lava como esclavo nuestros pies, y por eso dice: ‘Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde’”. En ese acto tan humilde, reservado a los esclavos de su época, se revela la esencia del amor de Cristo: “Es tan grande el amor de Jesús que se hizo esclavo para servirnos, para curarnos, para sanarnos, para limpiarnos”.

Mons. José Luis Retana advirtió también sobre el mayor obstáculo a ese amor: la autosuficiencia, “el hombre puede ponerle un límite: el rechazo del amor, el no querer ser amado, el no amar”, afirmó. La soberbia que se cree autosuficiente y que no acepta ser purificada, dijo, impide acoger “la bondad salvadora de Dios”.

Además, recordó que el gesto del lavatorio no se queda en lo simbólico, sino que debe vivirse en lo cotidiano: “Cada obra buena hecha en favor del prójimo, especialmente en favor de los que sufren y los que son poco apreciados, es un servicio como lavar los pies”. Y añadió que esta entrega se expresa sobre todo en el perdón mutuo, “volver a comenzar juntos siempre de nuevo”.

Mons. José Luis Retana pidió a los fieles que rezasen por él “para que el Señor lave también mis suciedades, para que yo llegue a ser un mejor servidor vuestro, un mejor pastor”.

La eucaristía: sacramento del amor

También recordó que en la Última Cena, Jesús nos dejó la eucaristía, la “fiesta de comunión de hermanos, el sacramento de la fraternidad y el amor que se hace servicio”. Explicó que esta celebración nos acerca al corazón de Jesús, que “es todo amor”, un amor limpia y “transforma interiormente, para que nosotros entreguemos nuestra vida a los demás en la ayuda y en el servicio de cada día”.

Además, dedicó unas palabras al don del sacerdocio, dando gracias por el ministerio recibido: “Gracias, Señor, en este día, porque has querido contar con nosotros para darte vida a lo largo de la historia”. E invitó a seguir el ejemplo de Jesús: “Pidámosle que nos ayude a no retener nuestra vida, sólo para nosotros mismos, sino que la entreguemos”.

Antes de concluir, tuvo un recuerdo especial por los pueblos que sufren el drama de la guerra, mencionando “a la martirizada Ucrania y la guerra sacrílega que sufre este país, en Tierra Santa y en tantos países del mundo”.

Acto seguido realizó el gesto simbólico del lavatorio de los pies a siete cofrades de cofradías y hermandades que tienen su sede en la Catedral: la del Cristo Yacente de la Misericordia y de la Agonía Redentora, la Dominicana, Jesús Amigo de los Niños y Nuestra Señora de la Soledad, quienes representaban a toda la comunidad diocesana.

Y tras la comunión, como establece la liturgia de este día, se llevó a cabo la reserva del Santísimo Sacramento en el Monumento situado en la capilla de San José, en la Catedral Nueva. Allí se celebró la Hora Santa y la vigilia general del Jueves Santo de la Adoración Nocturna, con turnos de adoración al Santísimo acompañando al Señor en su agonía en Getsemaní.

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