Con motivo de la celebración del Domund, la misionera Idente, Feliciana Pérez, reconoce que”fueron los años más felices de vida”, siendo testigo de situaciones complicadas con la guerrilla
SERVICIO DIOCESANO DE COMUNICACIÓN SOCIAL
“Soy misionera porque Cristo me invitó un día”. Así comienza Feli Pérez su relato de vida que la llevó a Colombia durante 33 años, y un año, a Chile. En la actualidad, esta misionera Idente vive en Salamanca y recuerda su trayectoria con motivo de la celebración del Domund este domingo, 20 de octubre.
Su vocación no llegó en un momento concreto, según explica, “creo que se fue sembrando a lo largo de toda mi vida, y desde que era joven, yo tenía esa inquietud”. Pero Feli también tiene claro que sus padres también le infundieron esos valores cristianos, “de amor, de generosidad y de respeto”. Y sobre todo, recalca, “el hecho de hacer bien a los demás”.
Y llegó un momento concreto en el que sintió que tenía que dejar todo e iniciar su vida de misionera. Fue cuando llegó a Colombia muy joven, “no conocía nada, y me encontré en un lugar de mucha violencia, pero con gente que era muy acogedora y entrañable”. De esa experiencia aprendió que cada cultura tiene sus valores, “y que no podemos comparar unas con otras”. Feli Pérez lo que hizo fue “hacerse” de ese lugar, “de tal forma que puedo decir que fueron los años más felices, y yo pensé que me iba a quedar allí”.
Fueron 33 años de dedicación absoluta a la misión. En varias tareas, pero especialmente, con los jóvenes. “Tres veces al año nos íbamos al campo, en las veredas, donde convivíamos con la gente durante diez días”, subraya. Para ello elegían momentos fuertes del año, como Navidad, Semana Santa o verano.
Las lecciones que aprendieron
“Para los jóvenes era maravilloso, y les formábamos bien para esa misión, pero ellos se quedaban asombrados, porque cuando llegaban allí, se daban cuenta de que lo más importante no era lo que habían aprendido, sino la importancia de la escucha“, apunta esta misionera Idente. Porque en esa escucha, como admite Feli, “ellos aprendían mucho más de lo que les habíamos enseñado”.
Asimismo, ellos descubrían que la gente necesitaba hablar, “porque todos tenían un dolor muy grande, y muchas de esas madres, sus hijos no estaban porque la guerrilla se las había llevado”.
Y el conflicto de la guerrilla se fue agravando, como lamenta esta misionera, “y aunque algunos jóvenes se hicieron misioneros, tuvimos que dejar de ir al campo por el peligro que allí corrían, era una responsabilidad“. Y la misión con los jóvenes se trasladó a la ciudad, “y aunque parecía más misión la del campo, en la ciudad se encontraron que había mucha gente y familias que eran ignoradas”. En esa realidad, descubrieron a personas que vivían en una misma habitación pequeña, sin luz, y muchas veces, sin agua, “algo que también impresionaba a los jóvenes”.
De aquel cambio, ella reconoce que allá donde se inicie misión hay muchísima labor, no solo en el campo, “en todos los lugares”. Feli Pérez reitera que se puede predicar a Cristo de muchas maneras, “y para mí ha sido una de las experiencias más grandes”.
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