CATÓLICOS DE ASTURIAS – «Cada sucesor de Pedro trae en su mochila su propia historia y su bagaje cultural: recemos al Espíritu Santo para que ilumine a quienes elegirán al próximo Pontífice»

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Entrevista a nuestro Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz Montes, ante el fallecimiento del Papa Francisco y la nueva etapa que comienza en la Iglesia

¿En cuántas ocasiones se vio personalmente y tuvo la oportunidad de hablar con el Papa Francisco?
La primera vez fue durante unos Ejercicios Espirituales que nos impartió a los Obispos españoles cuando yo llevaba prácticamente un año como Obispo. Fueron unos Ejercicios muy ignacianos, como buen jesuita que él era. Y los recuerdo con serenidad, como unos días de silencio, de reflexión evangélica, sin especial matiz. Simplemente supimos que venía el cardenal de Buenos Aires, Cardenal Bergoglio, que como jesuita nos ha predicaba los ejercicios. Tuve la ocasión de hablar un rato largo con él dentro de este marco de retiro.
Después, las siguientes veces, que han sido varias, fueron cuando nos concedió en nuestra diócesis al Obispo Auxiliar, Don Juan Antonio Menéndez, que en paz descanse. Yo le presenté a Don Juan Antonio cuando llevaba solamente cuatro días de nombramiento, no estaba todavía consagrado, y le dije: «Santo Padre, Juan Antonio es el que usted nombró hace unos días como nuevo Obispo Auxiliar de Oviedo». Y le dijo aquello tan simpático: «Estás fresco como una lechuga». Recuerdo que dije, dirigiéndome a D. Juan Antonio: «Esto se llama Magisterio Ordinario» y nos reímos los tres. He tenido otras ocasiones, con motivo de las visitas ad limina especialmente, donde sí que ha habido un diálogo y un intercambio de pareceres en torno a lo que en ese momento de la Iglesia teníamos todos entre manos. Además, me he visto en otros momentos con él, en la Plaza de San Pedro, saludando brevemente entre un pequeño grupo de Obispos, siempre cordial y siempre cercano. Cuando yo iba con mi hábito franciscano me decía: «Así me gusta, que vengas con tu hábito de fraile porque es lo que sigues siendo». Tengo este recuerdo amable del Papa.

Un Papa jesuita que elige el nombre de Francisco. Como franciscano ¿cómo vivió usted y cómo vivieron sus hermanos, el momento en el que el Papa recién elegido hace público su nombre?  
Fue una sorpresa grata, muy grata. Al principio pensábamos que se refería a San Francisco Javier, como jesuita que él era, y él explicó que no, que se refería a San Francisco, el de Asís. Recuerdo que nos contó que, minutos antes de salir a la logia de San Pedro para saludar por primera vez, el cardenal Claudio Humes, cardenal brasileño y franciscano, le dijo: «No te olvides de los pobres». Y entonces él decía: «No solamente no me voy a olvidar de los pobres, sino que me acerco a San Francisco de Asís, que los tuvo tanto en el corazón». De tal manera que es una referencia para él, como luego se ha visto en algunas de sus temáticas, tanto en encíclicas como en exhortaciones apostólicas: el tema de la naturaleza, de la creación, de la pobreza, el tema de los descartados. El Papa Francisco siempre ha hecho gala de esa sensibilidad evangélica para estar junto a aquellos que San Francisco también tuvo a su lado.

Ha habido momentos en los que no se han comprendido determinadas declaraciones puntuales del Papa, e incluso se ha dado pie a pensar que rompía con la tradición de la Iglesia en algunos temas. ¿Qué lectura hace usted de esos momentos?
Venimos de dos Pontificados muy potentes como el de San Juan Pablo II y el de Benedicto XVI, en donde doctrinalmente había una solidez inmensa. El Papa Francisco no era teólogo, había sido profesor de literatura y obtuvo una Licenciatura en Teología allí en Argentina. La formación también pesa y determina tantas cosas. No tenía quizás la hondura teológica que tenía, por supuesto, el Papa Benedicto o incluso la filosófica que tenía San Juan Pablo II. Pero el Papa Francisco tenía este desparpajo que hacía fresca su comunicación, lo cual, al mismo tiempo, también tenía un inconveniente, y es que a veces sus intervenciones, por ejemplo a la vuelta de un Viaje Apostólico donde los periodistas le hacían preguntas –normalmente muy pensadas y con recovecos y alguna trampa– y el Papa respondía espontáneamente algo que luego había que matizar.  Dicho esto, en otros temas el Papa Francisco ha sido enormemente claro y muy fuerte en su mantenimiento, por ejemplo, en todo lo que tiene que ver con la vida: en contra del aborto o en contra de la eutanasia o en el desvalimiento de los ancianos o de algunas minorías a las que él llamaba con esa expresión argentina porteña de los descartados. En el diálogo con el Islam o el sacerdocio de la mujer, por ejemplo, el Papa ha sido claro y ha sido firme. Aquí no puede nadie atribuir que haya sido ambiguo o contradictorio.

Si tuviera que destacar alguno de sus escritos ¿cuáles serían? ¿Y qué lectura nos recomendaría?
Su primera Encíclica, que se llama Lumen Fidei, la había dejado ya escrita prácticamente Benedicto XVI y por eso él decía en su introducción que había sido una encíclica escrita a cuatro manos, porque porque venía a completar las dos encíclicas anteriores que el Papa Ratzinger había hecho en torno al amor y en torno a la esperanza. Esta era la que tenía que ver con la fe. Es una encíclica muy hermosa, pero ahí está la firma y el pensamiento de Benedicto.
Por otro lado tenemos la última que nos ha entregado, que ha sido la de Dilexit Nos sobre nada menos que el Corazón de Dios. Para él, en su tradición jesuítica, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús es muy importante. Esta es una encíclica, la cuarta y última que él nos dio, realmente bella, profunda, y que tiene que ver con algo esencial de la persona humana, como es nuestro corazón. Decimos que una persona tiene buen corazón para decir que es bondadosa, o que no es de fiar cuando decimos, «cuidado que tiene mal corazón». Pues eso aplicado al hombre, o aplicado a Dios, es un argumento muy hermoso que el Papa ha bordado en esta última encíclica.

En cuanto a las Exhortaciones Apostólicas, hay dos que son para mí muy importantes. Una es Gaudete et Exultate, que es sobre la llamada la santidad en el mundo contemporáneo. La llamada la santidad que supone que nuestra vida responda a aquello para lo que Dios la creó. Una santidad en la vida cotidiana, en lo ordinario de cada momento. Un recordatorio que el Papa nos hizo de una manera muy bella. Y la primera de todas, que es la que realmente ha marcado lo que es el frontispicio y también el iter de todo su pontificado era la Evangelii Gaudium sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual. Es una Exhortación Apostólica muy rica que propone, como digo, lo que era el horizonte pastoral que él se marcó como sucesor de Pedro.

Si tuviera que recordar una imagen especial que le haya quedado grabada del Papa Francisco, ¿cuál sería?
A mí me conmovió mucho cuando en plena pandemia quiso tener una celebración en la plaza de San Pedro. Era una tarde noche lluviosa. La plaza de San Pedro estaba completamente desierta, vacía. El cámara que estuviera filmando no sé en qué ventana estaría colgado pero se le veía al Papa subiendo esa escalinata, esa pequeña rampa, hasta lo que hizo de sede, dirigiéndose a un mundo confinado. Ahí estaba el sucesor de Pedro, dando testimonio de querer abrazar a la Humanidad en un momento de mucha perplejidad y de mucho miedo, un Papa que quería abrazar como padre a la Humanidad entera. La oración que hizo allí fue conmovedora y es una de las imágenes que más me tocaron y que más guardo en mi corazón de este Pontificado del Papa Francisco.

Se abre ahora un periodo de elección. No faltan los medios que lo enfocan poco menos que en clave política. ¿Cómo lo va a vivir usted? 
Pues lo vivo con enorme esperanza porque cada sucesor de Pedro, cada Papa, trae en su maleta, en su mochila, todo su bagaje cultural, también producto de su procedencia: dónde ha nacido, dónde ha crecido, cómo ha sido formado, su sentimiento y sus inquietudes más profundas. Y eso define a un Juan Pablo II, a un Benedito XVI, de la misma manera en que definió también a nuestro Papa Francisco. ¿Quién va a ser el siguiente pontífice? Pues no lo sabemos. Pedimos por eso a toda la Iglesia, para que el Espíritu Santo asista a los que van a elegirlo, el Colegio de los Cardenales electores, para que, inspirados por el Espíritu del Señor, elijan a la persona que mejor puede presidir y acompañar este nuevo periodo que se abre en la historia.

 

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