La delegada episcopal para una Iglesia de la caridad y samaritana, Mercedes Bayo, ss.cc., despide con gratitud y esperanza al papa Francisco por su cercanía, sencillez y amor a los más pequeños, por recordarnos que en la Iglesia cabemos todos y por su impulso a una Iglesia abierta, acogedora, alegre y fiel al Evangelio
En estos momentos que despedimos al papa Francisco, lo único que me sale es dar gracias a Dios por su vida y su manera de conducir la Iglesia.
Gracias, Señor, porque el papa Francisco nos ha enseñado que todos los bautizados formamos la Iglesia en igualdad. Nos ha enseñado que evangelizar es que estemos un poco más en salida, para interesarse, acercarse a los alejados y a los descartados de nuestro mundo. La Iglesia es más simpática e incluso tiene algo que decir a cualquiera que escuche las palabras del papa Francisco. Supo hacer como nadie el primer anuncio a los cuatro vientos: Jesucristo es el Señor (2 Cor 4,5) de tu vida porque “Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte” (Evangelii Gaudium, 164). ¿Quién no entiende que esto es maravilloso?
Gracias, Señor, porque el papa Francisco nos ha recordado, día tras día, que debemos hacer como Jesús de Nazaret: poner en el centro de nuestro corazón a los necesitados, a los descartados, a los que nos parecen diferentes, y hacerlo con los “sentimientos y actitudes de su corazón”; aprender cada día a salir al encuentro, a acoger y a servir, porque en la Iglesia tienen sitio todos, como en el corazón del buen Dios Padre.
Gracias, Señor, por su transparencia y sencillez. He sentido que me invitaba a vivir el Evangelio, la consagración religiosa con alegría, con felicidad a pesar de las dificultades. Me encantan sus consejos prácticos cotidianos para convertirnos y vivir lo fundamental del Evangelio. Con que facilidad nos tiraba de las orejas por chismorrear, por despellejar al otro, por las envidias, por apegarnos al dinero, lugar por donde entra el demonio, por desear el poder, por distraernos de lo fundamental, o por no rezar y por muchas más cosas que nos llegaban al alma. Gracias también por los documentos que aún no hemos empezado a vivir Fratelli Tutti, Laudato Si’,…
No puedo por menos de agradecer el Sínodo de la Sinodalidad, que de nuevo nos ha puesto —y nos seguirá poniendo— en “modo conversión” para caminar juntos, promoviendo “la comunión, la participación y la misión”. ¿Cómo no agradecer la valentía para impulsar un modelo eclesial donde la autoridad se comparte y donde se escucha a todos?
Agradezco que Francisco se haya empeñado en poner en valor el derecho que las mujeres tenemos, por el bautismo, a participar plenamente en la construcción de una Iglesia cuyo único referente es la misión de Cristo Sacerdote, Profeta y Rey. ¡Qué bueno que podamos hablar con naturalidad, de lo diversos que somos y de los dones diferentes que Dios da a hombres y mujeres! ¡Qué bueno que las mujeres nos podamos preguntar más ampliamente y con más opciones, aunque quede mucho camino, ¿cómo quiero y debo ser mujer en la Iglesia?
Gracias, Señor, por cómo ha vivido la vejez y la enfermedad: activo, con ganas de salir, de estar con los demás y estar presente sin ocultar sus límites, endulzando a los pequeños bendiciendo a todos.
Oremos para que el sucesor del papa Francisco sea fruto del discernimiento que nos regala el Espíritu Santo y tengamos un pastor que nos lleve por la senda de Jesús Resucitado.
Mercedes Bayo, ss.cc. , delegada episcopal para una Iglesia de la samaritana y de la caridad
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