Este lunes, 28 de abril, tenía lugar, en la Catedral de Oviedo, la celebración del Funeral por el eterno descanso del Papa Francisco. Presidido por el Arzobispo de Oviedo, Mons. Jesús Sanz Montes, y concelebrado por un centenar de sacerdotes diocesanos, el templo se llenaba desde tiempo antes del comienzo de la celebración. Además de multitud de fieles, estuvieron presentes el Presidente del Principado, D. Adrián Barbón; la Delegada del Gobierno, D.ª Adriana Lastra; el Presidente de la Junta General del Principado, D. Juan Cofiño; los Alcaldes de Oviedo, Gijón y Villaviciosa y numerosas autoridades de diversos estamentos de la sociedad asturiana.
En su homilía, Mons. Sanz recordó cómo ya «nos habíamos acostumbrado a los partes médicos de alguien cuya salud seguíamos a diario», dijo, refiriéndose al Papa Francisco. «Le vimos hospitalizarse de urgencia en el Gemelli de Roma, manteniendo todo interés sobre su evolución o su involución que iba cambiando a través de las horas y los días, sumiéndonos en el consuelo o en la zozobra, según nos informaba el parte médico. Llevábamos tiempo constatando el deterioro físico de su salud tan quebrada, pero veíamos su resurgir animoso dando muestras de su empeño y fortaleza». Explicó también que «tras el alta hospitalaria, el consejo de los facultativos fue taxativo y claro: confinamiento total durante dos meses», aunque la «respuesta del Papa Francisco fue imperativa: sacadme a donde está la gente». «Hizo una opción arriesgada –dijo– pero asumió el trance de su peligro, prefiriendo esto a consumirse en una soledad tan aséptica como aislada. La mañana del pasado lunes de pascua nos sorprendió con la noticia de su fallecimiento: y no por vislumbrar la posibilidad cercana, nos dejó de golpear como cuando llega el desenlace de alguien cercano y querido, y se te impone con su crudeza la partida fatal de tu vera, de tu vida, de tu afecto, cuando llega la hermana muerte corporal, como gustaba decir San Francisco».
Con el tiempo, será posible realizar un balance justo y ponderado de la aportación del Papa Francisco en sus 12 años de Pontificado, y también, como afirmó el Arzobispo de Oviedo en su homilía, «se irán difuminando las proclamas de quienes reivindican la herencia del Santo Padre abanderándole con sus propias enseñas, haciéndole socio de sus intereses o inscribiéndole bajo las siglas de una forma de ver y vivir las cosas», puesto que «para unos –dijo–, el Papa Bergoglio es alguien admirable que suscita asombro y agradecimiento, para otros tan sólo hizo gestos que no sustanció luego en gestiones de cambios reales, para otros incluso merece el rechazo y el desprecio. ¡Qué difícil resulta en la inmediatez de los días tras la muerte del Santo Padre hacer un balance sereno, justo y verdadero del auténtico legado que nos ha dejado, de las conciencias que nos ha removido, de las libertades por las que ha luchado y de los valores que no ha traicionado! Así tenemos todo un espectro inmenso de miradas y posturas de tan diversos calados que pueden complicar una memoria ajustada de la serena y agradecida remembranza de su paso por nuestras vidas».
Mons. Sanz recordó en su homilía algunos de los momentos personales que compartió con el Papa y también, instantes que quedarán fijados para siempre en la historia, como su visita a Lampedusa y su exclamación italiana de Vergogna! al comprobar la situación de desamparo y miseria de tantos inmigrantes que se lanzaban al mar en su desesperación por encontrar una vida mejor. Tampoco pudo faltar aquel momento, en plena pandemia en el año 2020, «subiendo solitario por las gradas hasta el estrado en una plaza de San Pedro vacía bajo una lluvia torrencial. Allí se veía a un padre que asumía el dolor de la entera humanidad en aquellos instantes de tremenda incertidumbre, de miedo incluso por las consecuencias imprevisibles que tenía aquella situación desconociendo las causas que la provocaron y siendo aún ignorantes del aprovechamiento que algunos harían de esa desgracia planetaria. Su oración a Dios con los brazos abiertos fue realmente conmovedora, como queriendo abrazar a cada hombre para decirle: no estás solo, no pierdas la confianza, recemos juntos al buen Dios y tengamos esperanza», rememoró.
«El Santo Padre, como cada uno de nosotros, habrá llevado el ligero equipaje del definitivo viaje ante la presencia de Dios», afirmó Mons. Sanz. «El hijo de unos emigrantes italianos, el argentino porteño de Buenos Aires que hizo estudios de formación profesional en química, el jesuita que enseñó literatura en los colegios de su Orden, el Arzobispo de la capital de aquella inmensa pampa, el Sucesor nº 266 del Apóstol San Pedro llevando el timón de la Iglesia. En un momento de la historia fue llamado a la vida que fue creciendo y madurando con sus luces y sombras, sus errores y aciertos, sus gracias y pecados, como a cada uno nos sucede en nuestra propia vida. Pero también eternamente fue esperado para este definitivo encuentro y en un momento de su vida comenzó para él la eternidad».
La celebración, que contó con el acompañamiento de la Schola Cantorum de la Catedral dirigida por el canónigo Sergio Martínez Mendaro, transcurrió sin complicaciones hasta que, sobre las 12,30 h, en plena homilía del Arzobispo, un estruendo que estremeció a muchos de los asistentes siguió al apagón de la luz. Miradas confusas de un lado a otro, comprobaciones rápidas y a los pocos minutos, Mons. Sanz se adelantaba hasta la entrada del presbiterio para anunciar que el corte parecía venir de fuera de la Catedral y que continuaría con su homilía a viva voz, ante la ausencia de micrófono. Así lo hizo, mientras la luz que se colaba entre las ventanas y las vidrieras de San Salvador, en un día tan soleado como el de ayer, otorgaban al templo una tenue y cálida iluminación que parecía pacificar una situación que de por sí resultaba inquietante, ante las inevitables noticias que se iban conociendo, especialmente a través de los periodistas que se encontraban en la Catedral cubriendo el acontecimiento.
El funeral por el eterno descanso del Papa Francisco finalizó sin más sobresaltos, con la presencia de todas las autoridades que permanecieron hasta el final, a excepción de la Delegada del Gobierno, que hubo de ausentarse en el transcurso de la eucaristía.
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