REFLEXIÓN «LA CONTRA». EL DOMINGO Nº 1341. 1 de junio de 2025.
Cuentan que un alpinista, desesperado por conquistar el Aconcagua inició su ascenso después de años de preparación, pero queriendo la gloria para él solo subió sin compañeros. Empezó a subir y se le fue haciendo tarde, y más tarde. Nervioso e inquieto por llegar a la cima cuanto antes, no se preparó para acampar, sino que decidió seguir subiendo. Mucho antes de haber llegado a lo más alto, el sol se ocultó y pocos minutos después se hizo completamente de noche. Ya no se podía ver absolutamente nada. Todo era negro, no había luna y las estrellas estaban cubiertas por las nubes.
Subiendo por un acantilado, a sólo cien metros de la cima, se resbaló y se desplomó por los aires… caía a una velocidad vertiginosa, sólo podía ver veloces manchas más oscuras que pasaban en la misma oscuridad y la terrible sensación de ser succionado por la gravedad.
Seguía cayendo… y en esos instantes, pasaron por su mente todos los momentos de la vida. Él pensaba que iba a morir, sin embargo, de repente sintió un tirón muy fuerte que casi lo parte en dos… Sí, como todo alpinista experimentado, había clavado estacas de seguridad con candados a una larguísima soga que lo amarraba de la cintura.
En esos momentos de quietud, suspendido por los aires, no le quedó más que gritar:
—¡Ayúdame Dios mío!
De repente una voz grave y profunda de los cielos le contestó:
—¿Qué quieres que haga?
—¡Sálvame Señor!
—¿Realmente crees que te puedo salvar?
—Por supuesto Señor.
—Entonces corta la cuerda que te sostiene.
… Hubo un momento de silencio. El hombre se aferró todavía más a la cuerda… No acababa de creer.
Cuenta el equipo de rescate que al día siguiente encontraron colgado al alpinista congelado, muerto, agarrando con fuerza con las dos manos, una cuerda… a dos metros del suelo…