Este domingo, 14 de septiembre, Exaltación de la Santa Cruz, daba comienzo en la Catedral de Oviedo el Jubileo de la Santa Cruz o Perdonanza. Numerosos fieles llenaron el templo en este primer día, cuya predicación llevaba el título «La Cruz, fuente de redención y perdón», y que estuvo presidida por el Canónigo y Vicario episcopal de Cultura y de Relaciones Institucionales, Jorge Juan Fernández Sangrador.
En su homilía evocó una figura que no será nunca suficientemente ensalzada, la de santa Elena, madre de Constantino I el Grande, el primer emperador romano cristiano, que contribuyó a difundir el cristianismo. Con el hallazgo de la Cruz de Cristo y su deseo, llevado a cabo, de construir una basílica dedicada a la Santa Cruz y a la Resurrección, santa Elena puso en el centro de todo la Cruz. Su figura es tan importante que por eso, en la Catedral de Oviedo, hay una vidriera en la que aparece a ella, quedando vinculada así a nuestra región, en la que son tan importantes las emblemáticas cruces de la Victoria y de los Ángeles, custodiadas en la Cámara Santa.
«La Cruz muestra lo paradójica que es la Salvación cristiana», afirmó, recordando que, si bien aparece en otras culturas, que reconocen en ella un símbolo significativo, los cristianos damos a la Cruz, dijo, «un sentido nuevo, porque para nosotros es la Cruz del Salvador», un «símbolo de gran complejidad, pues es un signo de muerte que se convierte en signo de vida». Y matizó que los cristianos «no adoramos la Cruz, sino a quien se encuentra en ella, a Cristo, en quien el amor del Padre se ha manifestado en su entrega por todos!.
Con el Jubileo, dijo, «comenzamos un tiempo de penitencia y de compasión. De presentarnos ante el Señor en la verdad de lo que somos. Cuando Dios nos creó con infinito amor sabía de nosotros todo, lo mejor y lo peor, y sin embargo, siguió adelante con su obra, a la que a veces respondemos con ingratitud y desamor». «Acerquémonos –animó a los presentes–, a través de la penitencia y de la conversión, a Jesús, confiadamente y sin temor», porque la Cruz «es parte de nuestra vida. Si en nuestra vida no hay Cruz, no es una vida plenamente cristiana. Damos gracias a Dios por habérnosla entregado. Cristo en la Cruz nos aguarda para abrazarnos y la Eucaristía es la mejor forma de participar en esa acción salvífica de Cristo».
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