La vuelta a clase siempre es un momento de gente nueva, sea en la universidad o sea en el colegio. Este mes puede que hayas llegado completamente nuevo a clase, puede que estés en primero de carrera y nuevos seáis todos, o puede ser que pienses que no te llevarás ninguna sorpresa. Sea cual sea tu situación, quiero pedirte algo importante.
Por mucho que continuemos con los mismos compañeros que el curso anterior, se nos olvida que todos cambiamos, crecemos, maduramos… Cada día es una oportunidad para arrepentirse y buscar a Dios. Él nos ofrece su mano en cada minuto, en cada instante. No importa si hemos estado mucho tiempo alejados o si le hemos ofendido: Él quiere que le dejemos cada uno nuestro corazón para que transforme nuestra vida. También Dios, como Padre Bueno que es, está deseando que acojamos a nuestros compañeros como hermanos amados por Él.
Desafortunadamente, vivimos en un mundo en el que no es difícil encontrarse como huérfano espiritual, viviendo la vida sin hogar. Mucha gente tiene familia y compañeros, pero se encuentra sinceramente solo. De hecho, son personas a las que te cruzas todos los días y a lo mejor ni lo sospechas, y es que tantos años de ataque contra la familia han hecho mella. Es un verdadero drama porque todos necesitamos un hogar: Dios ha pensado la vida para que tengamos padre y madre, para que vivamos en comunidad, unos con otros… ¡Y cuánta huella dejan las familias rotas en la historia personal…!
Tenemos una misión muy concreta: ser hogar, ser ese hogar que tantos huérfanos de amor necesitan. No podemos ser los que van a clase, se sientan solos, se levantan al terminar y se van. Tenemos que forjar comunidades, llevarnos con los que tenemos cerca, tener cierta relación con los demás. Quizá tú mismo hayas experimentado el consuelo que es una sonrisa o una mirada en un momento concreto…
¿Por qué no te lanzas? Escribo algunas ideas que creo que podrían ayudar:
1- Lo primero, es importante tener una comunidad de fe en la universidad donde acoger. Al fin y al cabo, si quieres lo mejor para tus compañeros, querrás que algún día estén ahí y, en cualquier caso, tú necesitas una base sólida, un hogar. La pastoral universitaria está precisamente para acompañar la etapa universitaria: involúcrate en la capilla de tu universidad, aunque seáis dos gatos; habla con el capellán, haced un grupo… Si no tienes la suerte de tener capilla, nada te impide crear un grupo con los católicos que te vayas encontrando. Repito: se trata de forjar comunidad, de ser hermanos en Cristo, de luchar contra ese aislamiento social que padecemos. ¡Necesitamos vivir la vida acompañados!
2- Mucha gente, por vergüenza o timidez, no se termina de involucrar en su capilla. ¡Sé tú una persona que mueva a los demás! Forjad comunidad. Y hacedlo en equipo con el sacerdote, que él puede ser un verdadero padre espiritual. ¡La Iglesia, efectivamente, es una familia de Padre y Madre y hermanos!
3- Acércate a tus compañeros de clase, apréndete sus nombres, saludables cada día cuando te los cruces. Pregúntales qué tal, anima la conversación con ellos… ¡Que no se sientan solos! Que sepan que pueden acudir a ti. Traba verdadera amistad con ellos: la vida está para entregársela al Señor desde las circunstancias que tengamos, ¡si no, todo es mentira!
4- Con lo fácil que es crear grupos de WhatsApp, ¿por qué no te atreves a hacer uno para forjar comunidad con tus compañeros? Que el único contacto no sea el chat de clase, que sepan que hay gente cercana a la que pueden pedir ayuda o consejo o confiar algún comentario.
5- Vive con naturalidad tu fe. No la escondas. Es más, si ves un momento propicio para que salga el tema, ¡aprovéchalo! A veces la medallita que lleva tu compañera es una buena manera de empezar: “¡Qué bonita es la medalla! ¿Es de la Virgen? Me encanta”. Quizá han ido a un colegio cristiano del que no han salido muy contentos: ¡que no se queden con esa imagen! O quizá llevas una palabra de vida en la funda del móvil y alguien la lee, distraído. O te ven una foto de fondo de pantalla o pegada en el ordenador y resulta que es un santo, o el Papa, o un dibujo… Hay que tener ojo de misionero en la vida y tirar del hilo de las conversaciones.
6- Piensa en las necesidades de tus compañeros. Quizá tienes uno que ha vivido la fe como una tradición y le gusta, aunque aún no haya pasado al plano personal: siempre puedes acercarlo a la capilla de la universidad, que sea parte de esa comunidad. O quizá tienes un compañero que desprecia su vida: no te canses de repetirle las maravillas que nos regala Dios (“qué buen día hace”, “qué bien que hayas podido hacer ese plan, ¡qué suerte!”, “qué buena tu madre que te ha preparado un tupper para la comida”, “qué suerte que podamos haber elegido esta carrera”, “qué ganas de ser un día xxxx”, “qué alegría que te haya salido tan bien el examen” y una infinidad de ejemplos más).
7- Sigue sonriendo, saludando, dando las gracias, mirando a los ojos con cariño, con simpatía. Pídele a Dios la gracia de Su alegría, que en la sociedad en la que vivimos es llamativa. No hace falta que seas uno más que se queja de que es lunes, para eso ya hay mucha gente. ¡Atrévete a vivir el primer día de la semana con alegría!
8- Somos humanos y no perfectos. Quizá algún día te enfades, te quejes o te duermas en clase. Lo importante es tomarse en serio esa oportunidad que te da Dios cada día y saber que la vocación de misionero la tenemos todos por el bautismo que se nos ha regalado.
¡O le entregamos la vida a Dios desde nuestras circunstancias, o somos hogar en un mundo sin él, o entonces estamos viviendo una mentira!
Pilar Pujadas.
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