¿Cómo era una ordenación de hace 50 años? ¿Qué cosas han cambiado y qué permanece siempre, en la vida y la forma de actuar de un sacerdote? Estas y otras cuestiones son respondidas en la siguiente entrevista al sacerdote Manuel Álvarez, actualmente párroco en Navia y uno de los siete que han celebrado este pasado jueves, festividad de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, sus Bodas de Oro en el ministerio.
Se ordenó sacerdote en el año 1975, ¿qué recuerdo tiene de aquel momento?
La verdad es que, de los que celebramos las Bodas de Oro este año, comenzamos seis niños juntos cuando el Seminario Menor estaba en Covadonga y falleció uno, un gran amigo y querido por todos, que era Luis Díaz Higarza.
Yo me ordené de cura en mi pueblo, en Naraval. En aquella época, Don Gabino nos daba libertad para buscar el sitio donde quisiéramos ordenarnos. Yo me ordené en mi pueblo por varias razones: primero porque era mi pueblo y un pueblo muy pequeño, donde por cierto ahora está de cura ahora uno que se ordenó el año pasado también muy joven, que es Jesús del Riego. Hasta allí se acercó el Obispo Auxiliar de entonces a ordenarme a mí, un domingo, 29 de junio, fiesta de San Pedro y San Pablo. El Obispo era Mons. Elías Yánez Álvarez, que luego fue obispo de Zaragoza y Secretario de la Conferencia Episcopal, y como es lógico, ya ha fallecido.
Eran otros tiempos y allí nos juntamos la familia y la gente del pueblo. Fue una celebración muy sencilla. Quería hacerlo en mi pueblo porque era un pueblo muy «sacerdotal». Quiero decir con ello que éramos siete los curas que habíamos nacido en Naraval. Hoy ya fallecieron todos, solo quedo yo. Y quería también dar gracias a Dios porque es un pueblo donde se vivía y se vive la fe. Gente muy cristiana, de ir a misa, de rezar el Rosario. Yo recuerdo, de niño, que en todas las casas se rezaba el Rosario y en mi casa también. Lo rezaba mi madre con mis tres hermanas y conmigo. Y ahí empezó un poco todo.
Manuel Álvarez, a la izquierda, en el Seminario Menor
¿Cuáles fueron sus primeros destinos?
Don Gabino nos envió a la zona de Occidente. Yo fui para Berducedo, en el concejo de Allande. Allí ya estaba un compañero mío que llevaba un año: José Ramón Garcés. Y allí vivimos en la misma casa los dos, seis años. Luego yo me quedé un año más y él se marchó. Lo compartíamos todo. José Ramón era muy «doméstico», cocinaba muy bien y hasta planchaba la ropa. Yo, en cambio, era el técnico, el mecánico, arreglaba cualquier avería que hubiese. Fueron unos años, pues eso, maravillosos, con aquella gente tan buena que encontrabas cada día, un lugar donde todo el mundo te conocía, te hablaba por la calle. Igual te decía una señora «Oye Manolo, hoy para merendar tengo frixuelos» y para allí ibas a comer frixuelos con aquella buena gente. Cuando eran las fiestas te invitaban siempre y cuando alguien fallecía, lo sentías como si fuese un familiar o un amigo tuyo. También nos tocó una labor de tipo social importante porque el mismo año 75, el 20 noviembre, murió Franco, y por ejemplo a este compañero mío le tocó allí hacer carreteras porque no había caminos para que pudiese la gente sacar la leche, para que pudiera llegar el cura, el médico, la familia. A mí también me tocaron traídas de agua etc. Eso, en definitiva, aquello era estar con la gente.
50 años dan para mucho pero si tuviera que hacer una pequeña recopilación de aprendizajes en el ámbito sacerdotal, en la vida de un sacerdote, ¿qué diría?
Como no se puede dar marcha atrás, no me puedo arrepentir, porque además todo el mundo conoce mis fallos y errores y tiene mucha misericordia con nosotros. Yo creo que hoy, como siempre, hay que estar con la gente, sobre todo con la gente que peor lo pasa. Hay una frase que a mí me encanta, del fallecido Papa Francisco, que dice que el cura debe ir delante como pastor, en el medio con toda la gente como uno más, sin presumir de nada y detrás, el último, para cuidar a tanta gente herida, sin esperanza, sin ilusiones para estar con ellos y animarlos. Creo que eso es lo esencial de cualquier sacerdote y de cualquier cristiano.
¿Y qué le diría a su yo de hace 50 años? ¿Qué consejo se daría y le daría a los sacerdotes jóvenes hoy?
Puf, consejos. Los tiempos cambiaron tanto, hoy es todo muy distinto. Yo veo aquí a compañeros donde estoy, en Navia, que son muy jóvenes. Alguno procede del Camino Neocatecumenal. Y ves que su forma de ser es distinta a la nuestra. Son jóvenes, tienen en otra manera de ver el mundo, la vida, la Iglesia, proceden de otros sitios y tienen que adaptarse a nuestra vida de cada día. Respecto a mí, si me ordenara ahora, yo creo que haría lo mismo. Con los fallos que tengo y con las cosas buenas, si hay alguna.
En estos 50 años ha vivido muchos cambios, algunos radicales y otros más sutiles. ¿Qué cosas son las más positivas y qué es lo más complejo?
La Iglesia ha evolucionado mucho. Hoy participan mucho más los laicos y tienen que seguir participando más. Yo lo veo aquí en Navia, en la gente que está en la parroquia. Tienen más conciencia de Iglesia que antes, y aún tenemos que tener más, porque somos una comunidad. No es el cura el que tiene que decidirlo todo y el rey y señor de todo, sino todos iguales al servicio de los demás, como dice el Evangelio: el primero de vosotros es el servidor de todos.
Por otro lado, ves que los años van pasando y por ejemplo, cuesta meterse en el mundo de los jóvenes. Es un mundo difícil que quizá yo ya no entiendo por los años que tengo, aunque intento meterme en sus vidas y enterarme cómo viven, qué hacen, cómo piensan, pero no es nada fácil.
Como conclusión, sí que querría decir que me siento muy a gusto de ser cura. Creo que no me equivoqué con mi vida. Siempre he estado feliz, desde que hace 50 años comencé en las zonas de Allande y ahora, en Navia.
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