REFLEXIÓN «LA CONTRA». EL DOMINGO Nº 1331. 23 de marzo de 2025.
ELos malentendidos están en el fondo del 90 por 100 de los conflictos humanos, desde las guerras hasta las desavenencias entre los esposos.
Hoy podemos examinar las realidades más próximas: cuando tú, muchacho, has reñido con tus padres, ¿lo has hecho por motivos realmente hondos y serios o más bien porque no habéis sabido explicaros, pensando, como pensabais, los dos lo mismo en el fondo? ¿ Y cuando el marido riñe con su mujer o el amigo con su amigo, no será ocho de cada diez veces fruto de un malentendido que se hubiera podido superar simplemente con charlar tranquilamente sobre él?
Reñimos, dos de cada tres veces, porque desconfiamos los unos de los otros, imaginamos, quién sabe qué intenciones detrás de la palabra más inocente, queremos que nuestros vecinos piensen redondo si yo tengo la cabeza redonda y cuadrado si mis ideas son cuadradas. Y puede que sean las mismas ideas, vertidas a través de experiencias y formas de expresión distintas.
Por eso, si cuando vamos a reñir tuviéramos la serenidad suficiente para aplazar la riña para otro día en que los dos estemos más tranquilos y podamos expresarnos con mayor serenidad y claridad, la casi totalidad de las discusiones desaparecerían.
Cuentan de un hombre que durante la noche, en una selva oscura y solitaria, escuchaba aterrado los latidos de su propio corazón, que le parecían los de un gigantesco enemigo. Y de pronto le vio. Le vio allá lejos, una sombra terrible que le dejó la sangre congelada en las venas. Le veía avanzar hacia él y parecía un amenazador y enorme orangután, cuyas pisadas sacudían el suelo al andar. ¿Qué haría? ¿Correr? Imposible escapar en aquella soledad. ¿Esconderse? El animal parecía haberle visto ya, pues venía hacia él derechito. ¿Defenderse con el cuchillo que tenía? Esa era su única esperanza. Se escondió tras un árbol y esperó, mientras su corazón latía cada vez más aceleradamente. Pero según se acercaba la sombra, ésta se empequeñeció. Y ahora podía ver con claridad que no era un orangután, sino un hombre. ¿Un amigo? Y la figura avanzaba y avanzaba. Y en aquel momento un rayo de luna iluminó el rostro del que venía, y el hombre perdido en la selva descubrió que aquel que llegaba era su hermano y que venía con los brazos bien abiertos para abrazarle.
Fue un malentendido lo que produjo todos sus miedos. Y pudo aquel malentendido ser causa de la muerte tal vez de los dos. La luz aclaró lo que la sombra oscurecía. Y es que los hombres no reñimos por maldad, sino por falta de luz, por falta de diálogo, por sobra de malentendidos.