Fotos: Gonzalo G. de Vega
«Quered a vuestros sacerdotes. No son perfectos, pero son buenos. Vuestro cariño les ayudará a seguir caminando y seguir siendo vuestros pastores». Con esta petición expresa a los fieles, cerraba Mons. Rico este Miércoles Santo la Santa Misa Crismal. Una celebración en la que, además de bendecirse los Sagrados Óleos, los presbíteros han renovado sus promesas sacerdotales y han celebrado su Jubileo. Junto don Jesús, concelebraron también los eméritos de Ávila y Valladolid (Mons. García Burillo y el Cardenal Ricardo Blázquez).
En una emotiva celebración, Don Jesús dirigió su homilía a los numerosos sacerdotes del presbiterio diocesano reunidos en torno a los Santos Óleos, recordándoles la grandeza del sacerdocio como don y responsabilidad. “Ser sacerdote es, queridos hermanos, una gracia. Una gracia muy grande que no es en primer lugar una gracia para nosotros, sino para el pueblo de Dios que se nos ha confiado”, afirmó con convicción.
Apoyado en la lectura del profeta Isaías, el obispo recordó la fidelidad de Dios que acompaña siempre a sus ministros: “El Señor mismo por boca del profeta nos dice que Él nos dará con fidelidad Su recompensa”. Esa recompensa, añadió, “es su amor y el perdón incondicional, el precio de su sangre derramada en la cruz”. Y fue contundente: “No hay salario mayor que la amistad con Jesús y esto no debemos olvidarlo”.
Durante su intervención, Mons. Rico insistió en la necesidad de cultivar una vida centrada en Cristo. “Fijar los ojos en Jesús es una gracia que como sacerdotes debemos cultivar”, subrayó, evocando tanto el Evangelio de Lucas como el libro del Apocalipsis. Llamó así a una actitud constante de adoración y discernimiento ante el misterio del Señor.
Asimismo, quiso animar a los sacerdotes a revisar su vivencia espiritual: “La mayoría de las veces nuestros fallos, la flojera de nuestra vida personal, de trabajo, ejercicio del ministerio… nos vienen de no vivir como creyentes”. Por eso, destacó la urgencia de una vida unificada en la fe: “Un rasgo de la fe del sacerdote es la fe de un responsable de la fe de su pueblo”.
La centralidad de la oración
Uno de los ejes centrales de su mensaje fue la fidelidad en el ministerio, que definió como una “tarea espiritual delicada”. Advirtió que “nada más precario ni más amenazado que la fidelidad; desaparece en el momento en que dejamos de guardarla”. Invitó a evitar tanto la “fidelidad mediocre” como la “fidelidad mecánica”, y proclamó: “La fidelidad no es obstinación, sino saberse llamado por alguien. Sé de quién me he fiado”.
El obispo de Ávila también dedicó un largo pasaje de su homilía a la oración, elemento esencial en la vida del sacerdote: “Quien huye de ella, huye de todo lo que es bueno, decía San Juan de la Cruz”. Rechazó la idea de una “oración de baja intensidad” y llamó a una vida orante que sea expresión auténtica de la caridad pastoral: “El que ora y trabaja es el pastor responsable, no el que solo ora ni el que solo trabaja”.
Con un marcado tono esperanzador, Mons. Rico aludió al Año Jubilar y a la exhortación Spes non confundit del Papa Francisco, destacando la necesidad de que “sobreabunde en nosotros la esperanza para testimoniar de manera creíble y atrayente la fe y el amor que llevamos en el corazón”. En palabras del obispo: “Un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha”.
Finalmente, animó a sus hermanos sacerdotes a caminar con alegría y firmeza: “La Iglesia, como nos indica el concilio, continúa su peregrinación en medio de las dificultades del mundo y los consuelos de Dios. Pidamos al Señor que nos fortalezca con su espíritu para que sigamos caminando alegres en la esperanza, firmes en la fe, comunicando al mundo el gozo del Evangelio”.
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