Imagen del Vítor 2025
Enclavado en el corazón de las Cinco Villas, San Esteban del Valle se transforma cada mes de julio en un lugar de encuentro entre la fe, la historia y la tradición. La localidad abulense celebra estos días las fiestas en honor a su paisano más ilustre: San Pedro Bautista, misionero franciscano martirizado en Japón y elevado a los altares por la Iglesia. Lo hace con una devoción que impregna cada rincón del pueblo y que tiene en el “Vítor” su máxima expresión, una tradición que ha sido reconocida como Fiesta de Interés Turístico Regional.
Uno de los encargados de mantener viva esta herencia es Jorge Martín, mayordomo este año junto a su hermana María. En una reciente entrevista para «El Espejo de Ávila», relataba la implicación de todo el pueblo en estas fiestas: “San Esteban ya empieza a tener ambiente de fiesta desde que comienza la novena. Está la gente muy involucrada, sobre todo para honrar a su paisano más ilustre, que es San Pedro Bautista”.
Un santo universal con raíces abulenses
San Pedro Bautista nació en San Esteban del Valle en 1542. Estudió en varios centros de formación, entre ellos Mombeltrán, Oropesa, Ávila y Salamanca. Ingresó como franciscano en el convento de San Andrés del Monte, actual San Pedro de Alcántara en Arenas de San Pedro. Su vocación misionera lo llevó primero a México, después a Filipinas y, finalmente, a Japón, donde fue embajador del Evangelio y constructor de paz.“Fundó hospitales, conventos… y cuando fue enviado como embajador a Japón para mediar en un conflicto, consiguió calmar los ánimos. Pero cuando un galeón español llegó al país, lo confundieron con una amenaza y comenzó la persecución. Fueron 26 los mártires, entre franciscanos, jesuitas y laicos, martirizados en la colina de Nagasaki”, explica Jorge.
De ese grupo de mártires, San Pedro Bautista es uno de los más recordados. Su cráneo, conocido en San Esteban como la “santa cabeza”, se conserva en la localidad junto con otras reliquias como una mano y un crucifijo, llegadas desde Zamora tras el cierre de un convento de religiosas. “Las monjitas de Zamora vieron que el mejor lugar para custodiarlo era San Esteban”, señala con gratitud Jorge.
El Vítor: memoria viva de un pueblo
La celebración del Vítor remonta sus orígenes a 1601, cuando fray Juan Pobre de Zamora, testigo del martirio, regresó a España y llegó hasta la casa natal del santo para comunicar la noticia a sus familiares. “Se puso en la cabeza un pañuelo japonés, como los samuráis, y comenzó a contar la historia de San Pedro Bautista. Se fue aglomerando todo el pueblo y empezaron a gritar ‘¡Viva nuestro santo!’. Esa fue la primera procesión del Vítor, que ha ido evolucionando con el tiempo pero mantiene su esencia”, detalla Jorge.
Desde entonces, cada año, los vecinos recorren el pueblo con antorchas, entonando vivas, rezos y décimas. La emoción es palpable, especialmente en una de las partes más impresionantes: una carrera de caballos desde la plaza hasta la iglesia, por una empinada y estrecha calle. “Es muy espectacular. Pero lo que más impresiona es cómo se vive. Aquí es devoción pura. Hay una décima que lo resume muy bien: ‘El Vítor es la expresión que entusiasmo febril toca; pues lo pronuncia la boca y lo siente el corazón’”, dice Jorge con voz emocionada.
Una tradición que se transmite con la fe
El papel de los mayordomos es fundamental. Durante un año, son responsables de abrir y cerrar la ermita del santo, encargarse del mantenimiento, las flores, las velas… Una labor que solo puede realizarse una vez en la vida. “Por eso lo vivimos de una manera tan especial. Es muy bonito, pero también muy emotivo. El día 8 se entrega el cetro a los nuevos mayordomos, y eso marca el final de una etapa que no se repite. Nos va a dar mucha pena”.
Entre los momentos más simbólicos está la subasta para clavar el Vítor en casa de los mayordomos. Solo pueden participar quienes han sido bautizados en la misma pila que San Pedro Bautista, lo que ha motivado que muchas familias con raíces en San Esteban regresen en verano para bautizar a sus hijos allí. “Es una forma de mantener viva la vinculación con el pueblo y con el santo. Mucha gente viene por primera vez… y siempre repite”, afirma Jorge.
San Esteban celebra dos fiestas al año en honor a su patrón: el 5 de febrero, día del martirio y de la llegada de la reliquia de la cabeza, y la fiesta de verano en julio, vinculada a la inauguración de la ermita. Ambas fechas son vividas con igual intensidad por los vecinos. Incluso en los peores momentos de la historia, la fiesta ha resistido. “Solo se suspendió en los años del COVID. Ni siquiera en tiempo de guerra se dejó de celebrar”, señala con orgullo Jorge Martín, quien hace además un llamamiento a todos los abulenses: “Invito a todas las personas a venir, al menos una vez en la vida, a vivir el Vítor. Nadie queda indiferente. Es algo que te toca el alma, que no se olvida. Es fe, historia y pueblo”.
La entrada “El Vítor se pronuncia con la boca, pero se siente con el corazón” se publicó primero en Diócesis de Ávila.
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