Eran exactamente las 22:45, cuando se entonaba el Aleluya y la quietud de la noche se rompió por el alegre repique de campanas de la Catedral, signo del anuncio de la mejor de las noticias: Cristo ha resucitado.
La solemne Vigilia Pascual comenzaba tres cuartos de hora antes, en total oscuridad. Tan solo la luz de la hoguera preparada en el claustro iluminaba a los fieles en una noche especialmente fría. Y allí, en el claustro, el obispo bendijo el Cirio Pascual, quien iluminó el camino de vuelta al interior del templo, y que sirvió para iluminar las velas de los fieles.
Una vez ubicado el Cirio en su lugar privilegiado en el presbiterio, y ya iluminado éste, comenzó la liturgia de la Palabra. A ella se refirió Mons. Rico al inicio de su homilía, destacando su riqueza espiritual en esta noche: “En ella se presenta la evolución de la historia de nuestra salvación”. Desde la creación del hombre hasta la proclamación de la resurrección, la celebración es un recorrido por la fidelidad de Dios a su pueblo.
La resurrección, afirmó el obispo, no es una idea consoladora, sino una irrupción real de Dios en la historia humana: “La resurrección de Cristo no es una ilusión para apaciguar a personas desesperadas o calmar corazones inquietos. No. La resurrección de Cristo es la irrupción definitiva de Dios en la historia”.
Comentando el relato evangélico, recordó cómo “tres buenas mujeres se acercaron al sepulcro con el objetivo de embalsamar el cuerpo de Jesús, pensando que Jesús realmente estaba muerto”, pero se encontraron con una sorpresa divina: “Una vez más, Dios sorprende”.
La escena del sepulcro vacío se convierte en un anuncio potente: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?”, preguntan los ángeles a las mujeres. “Jesús ha resucitado”, proclamó con fuerza el obispo. “No hay que buscar a Jesús en el seno del sepulcro, sino en la vida”, añadió, invitando a los fieles a dejarse transformar por este anuncio.
Para Mons. Rico, la Pascua no se queda en una celebración litúrgica, sino que debe ser impulso para la acción: “Jesús nos regala el don de la vida para que podamos cuidarla, protegerla y promoverla en nuestra vida de cada día”. En este sentido, animó a que el Evangelio sea “una provocación para nosotros, una llamada a abrir el corazón de la fe para acoger la verdad desafiante que allí se esconde”.
La homilía concluyó con una emotiva oración: “Señor, demuestra también hoy que el amor es más fuerte que el odio, que es más fuerte que la muerte”. Y como hicieron las mujeres del Evangelio, exhortó a los fieles a superar el miedo y a ser testigos del Resucitado: “También nosotros tenemos que superar nuestros miedos y convertirnos en testigos del Resucitado”.
La celebración concluyó con un alegre y unánime “Aleluya”, expresión de júbilo pascual y esperanza renovada para la Iglesia y el mundo.
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