CATÓLICOS EN ÁVILA – San Segundo nos invita a ser “testigos creíbles de la fe” en una sociedad herida

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Celebración de San Segundo en la Catedral de Ávila (Foto: Gonzalo G. de Vega)

La solemnidad de San Segundo, patrón de la ciudad de Ávila y considerado tradicionalmente como el primer obispo de la diócesis, volvió a reunir a cientos de fieles en la Catedral del Salvador en una celebración marcada por la fe, la memoria y el compromiso cristiano. La Eucaristía fue presidida por el obispo diocesano, Mons. Jesús Rico, quien ofreció una profunda homilía centrada en el testimonio martirial y en la necesidad de renovar el ardor evangelizador en el mundo actual. Junto a él, en el presbiterio, concelebraba también nuestro obispo emérito, Mons. García Burillo, así como un buen número de sacerdotes diocesanos, y la práctica totalidad de los canónigos de la S.A.I. Catedral.

En su mensaje, Mons. Rico recordó que los mártires han sido siempre “firmes y valientes testigos de la fe”, y que su testimonio —pasado y presente— es un estímulo para todos los cristianos. “Muchos eran personas sencillas y frágiles humanamente, pero en ellos se cumplió la promesa del Señor: ‘No tengáis miedo’. A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre del cielo”.









El obispo quiso subrayar que los mártires no solo murieron por Cristo, sino que lo hicieron como Él: perdonando. “Por eso son verdaderos mártires de Cristo, el que en la cruz perdonó a sus verdugos”, añadió. Desde esta perspectiva, invitó a los fieles a imitar esa actitud de reconciliación y misericordia en un mundo que sufre una profunda “crisis religiosa, moral y social”, en el que aumentan las tensiones y los enfrentamientos.

A través de la figura de San Segundo, el prelado abulense animó a todos a ser “sembradores de humanidad y reconciliación”, rechazando los ídolos modernos —la ambición, la codicia, el egoísmo— que, según señaló, “corrompen la vida de las personas y los pueblos”. En su lugar, exhortó a buscar una “libertad espiritual” más profunda, que permita a los creyentes vivir su fe con coherencia y valentía.

Evangelizar, explicó Mons. Rico, no es una tarea opcional ni reservada a unos pocos, sino la razón misma de ser de la Iglesia. “Ella existe para evangelizar —proclamó con firmeza en varias ocasiones—. Todos los bautizados, ya seamos laicos, religiosos o sacerdotes, estamos llamados a anunciar el Evangelio. Nuestra misión es hacer presente a Jesucristo entre los hombres. Todo lo demás es secundario”.


Con palabras cercanas y directas, pidió a los fieles ser “testigos creíbles” de la fe cristiana, sin disimulos ni ambigüedades, mostrando con humildad y autenticidad “la belleza del Evangelio” en su vida cotidiana. “El mundo —advirtió— necesita evangelizadores que no solo prediquen con palabras, sino que vivan de manera transfigurada, haciendo presente a Dios en su forma de ser, actuar y amar”.

Mons. Rico recordó, citando a San Pedro Poveda, que no es el más inteligente, ni el más simpático o el más preparado según el mundo quien da más fruto en la vida cristiana, sino “el que está más unido a Cristo”. “Sin Él no podemos hacer nada —insistió—. Todo lo que hacemos con Él se puede, y a Él se debe atribuir”.

También advirtió contra el riesgo de convertir la religiosidad en un conjunto de prácticas vacías, repetidas por costumbre, sin experiencia viva del Señor: “No podemos evangelizar sin sentirnos enviados. No podemos ser misioneros sin haber sido atrapados por Cristo. A lo más, seremos buenos profesionales de la catequesis o de los sacramentos, pero no verdaderos evangelizadores”. E invitó a los fieles a que las prácticas religiosas «no se reduzcan a la repetición de un repertorio del pasado, sino que expresen una fe viva y abierta que difunda la alegría del Evangelio».

En ese sentido, el obispo señaló que la evangelización no se sostiene sin una fe robusta y alegre, nacida del encuentro con Jesús. “Quien no es misionero —dijo—, no se ha encontrado plenamente con Cristo. No ha vivido su fe como una alegría que no puede guardarse para sí”.

Al final de su homilía, Mons. Rico pidió al Señor que aumente la fe de los creyentes, como hicieron los discípulos en el Evangelio: “Auméntanos la fe —oró—, danos una relación más vital contigo, una fe más vigorosa, una pasión verdadera por tu Reino y por cada ser humano”. Y concluyó invocando la intercesión de San Segundo y de todos los santos que han sido “faros y guías en el camino de la fe”, para que el pueblo de Ávila continúe siendo testigo del Evangelio en su tiempo.








Una vez que concluyó la Eucaristía, comenzó la procesión con la imagen de San Segundo por las calles de Ávila, si bien la amenaza de lluvia propició que se acortara bastante el recorrido. Se mantuvieron, eso sí, la entrada extraordinaria en San Juan y la ya tradicional en la ermita de San Esteban. En la primera de ellas, el obispo rezó junto a San Segundo y frente a la Virgen de la Esperanza la oración del Jubileo 2025, aplicada asimismo por el alma del difunto Papa Francisco (quien siempre mostró una devoción especial por la Madre de Dios). En la segunda, fueron recibidos como de costumbre por la Cofradía de Nuestra Señora de la Misericordia.

La ciudad vivió así una jornada festiva marcada por la tradición y el compromiso de seguir dando testimonio de Cristo, como lo hizo San Segundo, “con obras y palabras, con alegría y convicción”.

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