CATÓLICOS EN MADRID – ConfesiónJavier Pereda Pereda

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Al finalizar el año, viene a la memoria el estribillo de la canción que compuso Mecano, “Un año más”, porque “Hacemos el balance de lo bueno y malo”. En ese recuento intentamos, como los buenos deportistas, señalar metas para corregir los aspectos a mejorar. Por eso, parece poco razonable el planteamiento de aquellos que dicen no tener nada que rectificar. Estas personas que se consideran perfectas sencillamente no se conocen.

En el libro de los Proverbios se sentencia que “Siete veces cae el justo, pero se levanta”. Ante la certeza de la naturaleza herida por el pecado, pero no destruida como mantenía Lutero, el pasado domingo comenzaba el Año Santo jubilar, que se celebra cada 25 años, con la apertura de la Puerta del Perdón de la catedral de Jaén. Este acontecimiento presenta una importancia excepcional y única, en donde sobreabunda la misericordia de Dios ante la fragilidad de la naturaleza del hombre.

Toda transgresión voluntaria a la ley de Dios (pecado) lleva aparejada dos penas: la “pena eterna” que nos priva de la comunión de Dios y nos incapacita para la vida eterna, y la “pena temporal” del pecado, que necesita de su purificación en esta vida o en el Purgatorio. Mediante el sacramento de la confesión se perdona la “pena eterna” del pecado, pero la “pena temporal” del pecado permanece. Para remitir ante Dios la “pena temporal” se puede lograr en esta vida con el sacrificio (trabajo, enfermedad) y la oración; también en el Purgatorio, que es un lugar de purificación; y, finalmente, mediante las indulgencias. De ahí la importancia de este jubileo 2025, en el que se puede lucrar una indulgencia plenaria, sólo una al día, que libera la “pena temporal”.

Sin lugar a dudas, este será el acontecimiento más importante de este año. Para obtener la indulgencia se precisa la confesión sacramental de los pecados y la Comunión de la Eucaristía en esa misma semana, rezar por el Papa, detestar el pecado, y visitar la catedral o los lugares previstos para los enfermos, ancianos, presos y sin hogar. Forma parte de la catedral la cripta, que suele estar abierta durante más tiempo.

También se puede aplicar la indulgencia a las personas fallecidas. En consecuencia, la doctrina y la práctica de las indulgencias en la Iglesia están estrechamente ligadas a los efectos del sacramento de la Penitencia. Tendría que ponerse de moda frecuentar el sacramento de la Reconciliación, instaurando la fiesta del Perdón. Un objetivo sería familiarizarse con la recepción de este sacramento. Esto indicaría que la vida cristiana se toma en serio, con fe viva y que se lucha contra la tibieza. Se trata de una labor de toda la Iglesia, de los sacerdotes y los laicos.

Los ministros para facilitar el sacramento de la conversión, con disponibilidad y tiempo, para que nadie pueda alegar que no hay sacerdotes para confesar. Tengo la impresión de que se habla poco del sacramento del perdón, incluido en las homilías, quizás por un mal entendido sentido de la libertad. Pero sin acudir con regularidad a esta fuente de la gracia, resulta imposible poder identificarse con Jesucristo y tener una vida verdaderamente cristiana.

Para eso se necesita experimentar los beneficios que reporta este sacramento y superar las posibles dificultades. Puede resultar costoso exponer los pecados a un sacerdote, pero sabemos que sólo Dios perdona los pecados, aunque confiere esas facultades a estos hombres también pecadores. Los sacerdotes tienen la obligación grave de guardar el sigilo sacramental o secreto de arcano.

La pérdida del sentido del pecado, la falta de formación para distinguir los pecados mortales y los veniales, puede contribuir a descuidar su recepción. También hay que aprender a confesarse bien, realizando todas las partes del sacramento: examen de conciencia, dolor de los pecados, propósito de la enmienda, decir los pecados al confesor y cumplir la penitencia. El hecho de que nos confesemos de los mismos pecados, no significa necesariamente que no estemos arrepentidos, solamente que tenemos esas inclinaciones arraigadas; su raíz reside en los pecados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira o la pereza. Podemos encontrar con facilidad, ayuda para hacer el exámen de conciencia, que nos permite conocernos y preparar la confesión. Los efectos espirituales del sacramento nos posibilitan recuperar la amistad con Dios, aportan paz y serenidad y nos presta fuerzas para adquirir la santidad cristiana.

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