CATÓLICOS EN MADRID – Custodias de barroÁgueda Rey

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Tengo una amiga que muchas veces cuando me ve me dice que tengo que escribir un artículo sobre un piropo que ella siempre me dedica, y que una y otra vez me emociona y, cómo no, me hace llorar. Yo creo que he escrito sobre ello muchas veces, aunque nunca en el mismo sentido; puede ser que me equivoque porque me olvido de mis artículos al poco de publicarlos. Es curioso que tengo una memoria de elefante para casi todo, pero para esto y para las películas, memoria de mosquito.

Ella siempre me dice que soy una custodia viva, que a mucha gente le cuesta ver a Jesús en la custodia del altar, pero, cuando me ven a mí, ven a Jesús. Es un piropo bien intencionado, pero, aunque en cierto modo es así, no es tan excepcional como ella lo dice.

Todos somos custodias por unos minutos después de comulgar, pero custodias de barro. Y también es cierto que Jesús permanece en el corazón, por el Espíritu Santo, y tenemos la obligación de llevar a Jesucristo al prójimo. Pero no yo, ¡todos! La única custodia viva y digna de serlo es la Virgen María. Yo soy de barro y, eso sí, tengo un tesoro que no pasa desapercibido, pero exactamente igual que cualquier católico en gracia, como dice san Pablo en la segunda carta a los Corintios.

Pero llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros. (2Cor 4,7)

Cuando trato de verme como custodia se me cae el alma a los pies, y no logro verme reluciente y llena de piedras preciosas. Es posible que con el trascurso de los años, y la gracia de Dios empujando, haya pasado de barro sucio a barro purificado, pero igualmente indigno de albergar semejante tesoro; ¿no decimos en la Misa, antes de comulgar, «Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme»?. Pienso que me hará mucho bien tener estos pensamientos al comulgar.

Comentando éstos temas con el sacerdote que me guía en este camino de la vida marcado por la ELA, me dijo que realmente sí había algo que me distinguía del resto de custodias vivas de barro. Yo soy una custodia fija. El resto se distrae con las cosas de la vida, mientras que yo estoy anclada, inmóvil, siempre abandonada en los brazos de Dios, y por supuesto en los brazos de Alejandro. Es en verdad una gran diferencia.

Lo que yo pienso que ocurre conmigo es que mi enfermedad y la manera de llevarla evocan con fuerza a Jesús crucificado, inmóvil como yo. Puede también que mi alegría casi constante haga recaer en la Esperanza de la Resurrección, para aquéllos que se detienen a mirar un poco más adentro. Bendito sea Dios si ocurre así. Me parece que también la manera de cuidarme Alejandro, con una entrega total, evoca con mucha intensidad a Jesús diciendo «no he venido a ser servido sino a servir»(cf. Mt 20,28).

Creo que los que son capaces de darse cuenta de estas cosas tienen muy claro que Jesús está realmente presente y vivo en la custodia del altar. Los que no ven esto difícilmente verán en mí otra cosa que no sea la crudeza de la ELA, lo extrañamente paradójico de mi alegría y de la nada común entrega incondicional de Alejandro conmigo.

Seguro que hay infinidad de pasajes en la Biblia que hablan de esto que trato de explicar, pero me quedo con éste de San Pablo, porque lo hemos leído recientemente en misa y es continuación de la cita anterior.

Pues mientras vivimos, continuamente nos están entregando a la muerte por causa de Jesús; para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De este modo la muerte actúa en nosotros, y la vida en vosotros. (2Cor 4, 10)

Esto que dice san Pablo me sirve para explicar cómo me veo yo. También la muerte actúa en mí, aunque no por causa de Jesús. La enfermedad es muerte muy visible en mí, cada día un poco más. Al estar cerquita de Jesús, su vida se manifiesta en esta carne mortal. Así, porque la muerte actúa en mí, la vida actúa en quien repara en mí y se detiene un poco.

Qué maravilla ser instrumento en las manos de Dios para llevar vida a los que reparan en nosotros.

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