Es la mejor parábola para mí. Injusta, divina, misericordiosa, la parábola del Padre más que la del hijo, ha señalado más de un autor. Caín y Abel, paganos e israelitas, justos y pecadores, romanos y cartagineses.
El hijo se portó mal, muy mal, pero la vida le ajustó; se conformaba con llenar el buche de algarrobas, trátame al menos como jornalero…el Padre le esperaba a distancia, se le echó al cuello, le abrazó, organizó una fiesta, le puso el mejor vestido, el anillo…una gran fiesta
El otro llegó, muy molesto, se ve que aunque estaba con su padre añoraba paraísos lejanos, probar el mal, no está a gusto y no entra a la fiesta. Escrivá nos animaba a hacer de hijos pródigos a diario, sí a diario, seas uno u otro, o como los dos. Y como decía Juan Pablo II, en cuaresma hay que llenar todos los confesonarios del mundo de confesores y de penitentes.
Daniel Tirapu
Publicado en Religión Confidencial
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