Me llamo Miguel, tengo 40 años y soy de Zaragoza. Soy auxiliar de enfermería. Me han pedido que hable un poco de mi vocación.
El 29 de noviembre, víspera del I domingo de Adviento y de San Carlos de Foucauld, referente moderno de la espiritualidad del desierto, he empezado como aspirante (etapa previa de postulante y después novicio) en el Yermo Camaldulense de Nuestra Señora de Herrera, en la provincia de Burgos, que aparece en la película “Libres”. Actualmente, hay cinco monjes y dos novicios. Han fundado otro Yermo en Córdoba, muy recientemente.
En mi familia somos mis padres, mi hermana y yo. También tíos, primos, y abuelos que nos juntábamos mucho. Mi padre murió de cáncer hace seis años, y mis abuelos, tampoco están físicamente.
Mi historia con el Señor empezó de forma más consciente a partir de la catequesis de Confirmación en mi parroquia, San Pedro Arbués. Empecé a ir a misa, a confesarme, a leer el Evangelio, a orar, a comprometerme en la parroquia y en la diócesis. El grupo de misioneros Zaraguayos, Jóvenes de Acción Católica, Movimiento Cultural Cristiano, Encuentro y Solidaridad…
Quise entrar en el seminario, así que estudié Bachillerato para poder hacerlo y estuve un tiempo pero lo dejé. Continué estudiando Teología hasta 3º. Seguí buscando mi camino en diferentes experiencias laborales y vocacionales en comunidades y asociaciones en España, Italia y Francia: Misioneros y Misioneras de la Caridad, Comunidad del Cenáculo, Nomadelfia, Comunidad Papa Juan XIII, Basida, Hermanos de San Juan de Dios, Centro de Día de San Blas (personas sin hogar), pero también me atraía la vida monástica: Comunidad del Cordero, Taize, benedictinos, trapenses, cartujos…
Pero no llegué a iniciar un postulantado o noviciado.
Recuerdo con especial cariño mi estancia de varios meses en la trapa de Miclet, Marruecos, Notre Dame de Atlas, que conserva la memoria de los mártires de Tibhirine, Argelia, y la amistad con los musulmanes. Hacía tiempo que había oído hablar de los camaldulenses. Leí un libro de Thomas Merton titulado “La vida silenciosa”, que les dedicaba un capítulo. La vida monástica comienza en Egipto con los Padres del desierto. San Antonio, San Pablo Eremita,… algunos como estos huyen de las persecuciones y permanecen en el desierto, después otros de una sociedad oficialmente cristiana que nos siempre lo es realmente, o quieren vivir más radicalmente el Evangelio, o buscan a Dios en el silencio y la soledad de la vida eremita.
Siglos más tarde San Benito de Nursia en su Regla adapta está tradición para occidente en una vida más comunitaria o cenobítica.
San Remualdo, en torno al principio del primer milenio al segundo, hace una síntesis de las dos formas en Camaldoli, Italia, donde ermitaños viven en comunidad en celdas o casitas en torno a la iglesia y se reúnen para la Eucaristía y la liturgia de las horas. Algo parecido a lo que harían después San Bruno y los cartujos.
En el siglo XVI el beato Paolo Giustiniani funda la Congregación de Eremitas Camaldulenses de Monte Corona, que desde hace cien años están en Herrera. Cuando vine aquí por primera vez y estuve unos días en la hospedería, experimenté una paz del corazón quizá como nunca. Y a ella me siento llamado.
Que tengáis una feliz Navidad y un feliz año 2025, y que ene l silencio exterior o en el bullicio, escuchemos silencio interior, donde nuestro corazón más habla y se puede transformas en un pesebre para Jesús y su familia.
¡Alabado sea el Señor!
¡Maranatá!
Miguel Navarro Martín
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