En un largo viaje de vuelta a casa después de mi primer semestre en la universidad, se me ocurrió volver a ver la película Hasta el último hombre (Hacksaw Ridge), y esta vez hacerlo tomando notas.
Hay una frase de la película que me llamó especialmente la atención:
«Tomar la vida de otro hombre es el pecado más grande en el Reino de los Cielos».
Esta afirmación no es ninguna sorpresa —o eso espero— para vosotros, lectores, pues está explícitamente recogida en el quinto mandamiento. Pero hoy quiero darle otro sentido:
¿y si te mataras a ti mismo, no de forma literal, sino espiritual?
¿A qué me refiero con esto?
Muy sencillo. No somos perfectos y, en el fondo de nuestro corazón, sabemos que muchas de las acciones diarias y decisiones que tomamos no nos acercan a Dios. Al contrario, nos alejan de Él y nos acercan a aquello que representa la muerte espiritual.
—«Yo daría la vida por X» —muchos exclaman—, pero ¿te la darías a ti mismo?
Todos diríamos que moriríamos por la persona que más amamos: nuestra madre, nuestro padre, nuestra pareja, un hermano, una hermana, un amigo…
Vale. Pero déjame hacerte otra pregunta:
¿comerías más sano, harías ejercicio, cuidarías lo que consumes o dejarías ciertas adicciones por ellos?
Ahí te he pillado.
Es muy fácil decir que harías lo inimaginable por tus seres queridos; lo difícil llega cuando lo que se te pide sí es imaginable, cotidiano y exige constancia.
Ahí está la diferencia entre una persona que vive y una persona que simplemente existe.
Tú decides en qué lado colocarte.
Alex Sobrevias
Blacksburg, VA, USA
Instagram: alex_sobre
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