CATÓLICOS EN MADRID – Proyecto Divergente: cómo me ven en la ciberesfera y cómo conversoDavid Cercas

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Al mundo le ha crecido otro mundo dentro: la ciberesfera. El tercero de los artículos de nuestra serie del Proyecto Divergente recoge lo que hacemos en la segunda sesión, que es investigar cómo se nos ve en ese mundo y entrenarnos en una capacidad esencial que se ha visto empeorada por nuestra sobrexposición digital: el arte de conversar.

El punto de arranque de este desafío ha de ser entender qué es mi huella digital: lo que los demás piensan de mí, debido a mis acciones cotidianas en internet y la credibilidad y confianza que puedo despertar en los demás a través de mis comunicaciones en la ciberesfera. ¿Qué descubrirá de nosotros quien nos investigue en la «Red de redes»? Esta es la pregunta que toda persona debe hacerse, especialmente si es joven, pues en tal caso pertenece a la generación más grabada y registrada de la historia. Más que lamentar este hecho, toca contraatacar, defenderse y entender que todo ser humano tiene derecho, hasta cierto punto, al olvido.

Resulta, además, fundamental, tener una estrategia personal en cuanto a en qué redes sociales va uno a habitar. Estar en todos sitios es la fórmula ideal para no estar en ninguno, y comprar papeletas para engendrar un monstruo de datos personales y consumo de tiempo propio que nos devore. Seguramente con una red profesional y otra personal baste; y con hacer un uso prudencial de ambas. La elección profesional es clara, LinkedIn, por goleada y a pesar de sus defectos; la personal es algo más cuestión de gustos, siempre que se evite cuidadosamente TikTok, salvo para un uso muy superficial (es la más simplona y adictiva de las redes sociales).

Si algo se lleva por delante el mal uso de estas tecnologías es la capacidad para conversar, que es crucial. Somos, en buena medida, nuestras conversaciones, sean estas en vivo o en papel (¿qué es un gran libro, sino una conversación reposada y bella?). La desatención que aquel mal uso promueve no solo nos aleja de los libros, también de las conversaciones profundas. Acostumbrados al azúcar —la dopamina— de los dispositivos móviles, nos cuesta apreciar y hasta digerir el alimento más elaborado de la interacción pobre en estímulos, honda y tranquila.

La capacidad de conversar es una de las habilidades más importantes que podemos desarrollar en nuestra vida. Tiene poderosos efectos para nuestra libertad, nuestro desempeño profesional y nuestras relaciones afectivas, y es esencial para forjar un robusto pensamiento crítico. Tal vez lo importante al inicio es entender los distintos tipos de conversación para no mezclarlas: entender, por ejemplo, cuándo estamos en un ámbito de argumentación y cuándo en uno de afectos. No es que haya tipos puros, pero conviene saber cuándo es tiempo de sentir y cuándo de buscar la verdad cooperativamente.

Lo más importante al conversar es la disposición y el tempo. En cuanto a la disposición, todo cambia cuando no dialogamos para vencer o quedar por encima, sino para mejorarnos mutuamente. Las redes sociales no contribuyen precisamente a esto, hablando; los algoritmos están sesgados a la confrontación, porque generan interacciones múltiples (nerviosas) y en lo que hay beneficio es en ese trasiego, por absurdo que sea. En segundo lugar, el tempo: no tener prisa, invertir la calma que una buena conversación exige. No solo hay que creer que la persona con la que hablamos merece esa cadencia; hay que quererlo.

Quien quiera tener una vida personal y profesional provechosa ha de entrenarse en el pensamiento lento y el sentimiento largo, esto es, ha de alejarse del pensamiento rápido y el sentimiento estrecho. Para ello, de nuevo, no hay mejor «entrenador personal» que los grandes libros. Es pasando por los mejores argumentos escritos que uno aprende a desarrollar los propios; y si luego, todavía mejor, uno se anima a escribir lo que piensa y a inscribir orden y belleza en esos pensamientos, honra al hacerlo la condición humana.

Todo esto que aquí describimos tiene «mejores modos de hacerse» que conocemos y podemos implementar si queremos: basta cierta guía y algo de práctica, junto a la determinación de orientar la propia brújula hacia la grandeza. Ese es justamente nuestro proyecto.

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