CATÓLICOS EN MADRID – Reposa en Dios un momentoSin Autor

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Solo confiamos de verdad en las personas a las que queremos y nos quieren. Para confiar en Dios hay que estar convencido de que nos ama y para amarlo hay que tratarlo.

«Deja un momento tus ocupaciones habituales, hombre insignificante, entra un instante en ti mismo, apartándote del tumulto de tus pensamientos. Arroja lejos de ti las preocupaciones agobiantes y aparta de ti las inquietudes que te oprimen. Reposa en Dios un momento, descansa siquiera un momento en él.

Entra en lo más profundo de tu alma, aparta de ti todo, excepto Dios y lo que puede ayudarte a alcanzarlo; cierra la puerta de tu habitación y búscalo en el silencio. Di con todas tus fuerzas, di al Señor: “Busco tu rostro; tu rostro busco, Señor”» San Anselmo, Proslogion, cap. 1).

No solo al hombre de nuestro tiempo, también al del siglo XII le costaba dejar sus ocupaciones agobiantes y entrar dentro de sí para reposar en Dios.

Los agobios y preocupaciones nos aceleran, estimulan nuestra actividad, nos impiden estar en el presente, y hacen que sea cada vez más difícil descansar en Dios.

Pero ¡tenemos que hacerlo! Tenemos que pararnos, respirar, serenarnos, entrar en nuestra alma, cerrar la puerta, y, en silencio, buscar el rostro de Dios. No es difícil. Nos está esperando con una sonrisa, y pone el brazo sobre nuestros hombros, y nos atrae hacia su corazón, como un Padre enamorado de su hijo, mientras nos dice: “Ya era hora, hijo mío. Cuántas ganas tenía de estar a solas contigo”. Y nosotros, como niños pequeños, reposamos la cabeza en el regazo de nuestro Padre.

Es necesario buscar el rostro de Dios para comprobar cuánto nos quiere, estar a solas con Él, descansar en Él, sentir su amor, disfrutar de su cariño, abrazarnos a Él como niños recién nacidos. Es así como crecerá nuestra confianza en Dios. Y es así como sacaremos adelante nuestra vida, la familia, el mundo, con eficacia, pero con serenidad y paz.

Señor, haz que busque siempre tu rostro, que mire a tus ojos, unos ojos que me contemplan con ternura y me llenan de confianza. En ellos podré verme a mí mismo y a los demás tal como Tú nos ves. Esa mirada es la que vale. No la nuestra. Si tengo intimidad y confianza contigo, veré las personas y los acontecimientos con tus ojos: en eso consiste la verdadera sabiduría, la fuente de nuestra paz.

«Señor, que yo vea con tus ojos,
que yo hable con tus palabras,
que yo escuche con tus oídos,
que yo trabaje con tus manos,
que yo quiera con tu voluntad,
que yo ame con tu corazón» (S. Josemaría).

Del libro «Dios te quiere, y tú no lo sabes» de Tomás Trigo (cap. 3)

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