CATÓLICOS EN SALAMANCA – Catequesis de iniciación: de la pastoral de conservación a la catecumenal

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El sacerdote diocesano, Juan José Calles, propone en este artículo una profunda renovación pastoral basada en el catecumenado como modelo de toda iniciación cristiana

 

 

La intuición primera del Concilio Vaticano II de restaurar el catecumenado (SC, n. 64; AG, n. 14; CD, n. 14) se ha mostrado a lo largo de estos 61 años como una de las inspiraciones conciliares de más profético calado eclesial. Muchas y diversas son las pastorales catecumenales que se han puesto en marcha, existen hoy en la Iglesia toda una serie de propuestas y realizaciones que apuntan hacia la potenciación de la función catecumenal y del  catecumenado como institución y como praxis, baste resaltar que para el presente Curso Pastoral 2025/2026, el Cardenal José Cobo ha hecho de la implantación del catecumenado de adultos una de las prioridades de la Archidiócesis de Madrid considerándolo un paradigma de cómo se hacen cristianos. También en nuestra diócesis nos plantean como prioridades dos desafíos pastorales: poner en marcha un itinerario de Confirmación para adultos y abrir un proceso de actualización del Directorio diocesano de los sacramentos de la iniciación cristiana.

El modo como se plantee hoy la catequesis de iniciación cristiana determinará, en gran medida, el rostro de la Iglesia del futuro. El Magisterio reciente ha ido marcando un itinerario que pasa de una concepción escolarizada y meramente doctrinal hacia un paradigma catecumenal, kerigmático y misionero. Benedicto XVI, en Verbum Domini (2008) nos invitó a poner en el centro de los procesos catequéticos la Palabra de Dios. El papa subraya que “la Iglesia no vive de sí misma sino del Evangelio, y en el Evangelio encuentra siempre de nuevo las orientaciones para su camino” (VD 3). La iniciación cristiana debe estar impregnada de Palabra de Dios, no solo como información sino como encuentro vivo con Cristo. De ahí la insistencia en la mistagogía, es decir, introducir al creyente en el misterio a través de la liturgia y la Escritura.

La catequesis deja de ser transmisión abstracta para convertirse en experiencia de fe iluminada por la Palabra. Cuatro años más tarde, en los  Lineamenta para el Sínodo de la Nueva Evangelización (2012) se nos ofreció un diagnóstico claro: la pastoral centrada en el mantenimiento de estructuras ya no responde al contexto secularizado. Se reclama un cambio de paradigma: pasar de la catequesis escolar a itinerarios catecumenales que acompañen procesos vitales.

Atravesado por el kerigma

La propuesta recupera la fuerza del primer anuncio y la dimensión comunitaria de la fe: la catequesis no es preparación inmediata para sacramentos, sino formación integral para el discipulado. Y, al año siguiente, el papa Francisco invitó a toda la Iglesia a una conversión misionera (Evangelii Gaudium, 2013). Francisco retoma y concreta este giro: “Ya no nos sirve una pastoral de mera conservación” (EG, n. 15). Todo proceso catequético debe comenzar y estar constantemente atravesado por el kerigma: “Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte y está vivo a tu lado cada día” (EG, n. 164). La iniciación cristiana debe ser profundamente mistagógica y catecumenal, conduciendo a un discipulado que se convierte en misión: la catequesis no forma “usuarios de sacramentos”, sino discípulos misioneros.

A la luz de estos pronunciamientos del Magisterio, se percibe una evolución clara: en Verbum Domini (2008): la Palabra como alma de la iniciación cristiana; en los  Lineamenta (2012): necesidad de un modelo catecumenal y evangelizador y en  Evangelii Gaudium (2013): conversión pastoral misionera, centralidad del kerigma y horizonte de discipulado misionero. La catequesis de iniciación hoy está llamada,  pues,  a ser el corazón de una Iglesia en salida, de cuyo planteamiento dependerá la fecundidad de la comunidad cristiana en el futuro.

De cara a situar las reflexiones teológico-pastorales que debamos afrontar y las decisiones que, eclesialmente discernamos, y tengamos que plantear en el campo de la iniciación cristiana, hemos de partir de una comprensión realista de la situación eclesial y pastoral de nuestra diócesis, y en ella, de nuestras parroquias con lo que está pasando, año a año, tras la recepción de los sacramentos de la iniciación cristiana (Bautismo, Confirmación, Eucaristía) y el mismo Matrimonio: la no inserción en los procesos postsacramentales, el abandono de las asambleas eucarística y de la presencia y vida de la comunidad parroquial. ¿Podemos seguir así: asistiendo como espectadores mudos a ver pasar generaciones de niños, jóvenes  y adultos que “sacramentalizan” un día  de su vida  y viven el resto de su existencia como si Jesús no existiera y la Iglesia no fuera necesaria para dar razones para vivir, amar y esperar?

 Camino de una conversión pastoral

El papa Francisco nos pidió en su Exhortación programática Evangelii gaudium (2013) que “todas las comunidades procurásemos poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera , que no dejasen las cosas como están! (n. 25), ¡más aún! nos animó a “soñar con  una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda la estructura eclesial se convierta en una cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación” (n. 27).  Nuestra Asamblea Diocesana (2016) quiso recoger este “aliento pascual, misionero y pastoral” del papa Francisco y nos invitó, también, a una renovación espiritual, pastoral y estructural de nuestra Comunidad Diocesana y, en relación iniciación cristiana, nos planteamos la necesidad de  “situar los procesos de iniciación cristiana y la celebración de los sacramentos en el marco de la evangelización” y para ello se pedía “establecer un Proyecto Diocesano de Iniciación Cristiana y de Catequesis y actualizar el Directorio Diocesano de Sacramentos (cf. Orientaciones de la Asamblea Diocesana, p. 73), en el marco de “una comunidad cristiana viva que se renueva también en un catecumenado para los bautizados en todas las edades” p. 74).

Han pasado casi diez años y en este Curso Pastoral 2025/2026 queremos afrontar, de nuevo el reto de la catequesis de la Iniciación Cristiana de cara a proponer un Proyecto Diocesano de Iniciación Cristiana y la actualización del Directorio Diocesano de Sacramentos. Son dos “desafíos pastorales” que tocan la naturaleza misma de la Iglesia que existe para evangelizar (EN, n. 14) y su mediación sacramental como hospital de campaña que ofrece a todos los hombres la Gracia de la elección (sacramentos de Iniciación Cristiana), la Gracia de la sanación (sacramentos de la Reconciliación y Penitencia y de la Unción) y la Gracia del servicio (Sacramento del Matrimonio y del Orden Sacerdotal) para la salvación del mundo.

De cara abrir una reflexión sinodal en profundidad y posibilitar un diálogo pastoral en el Espíritu al interior de nuestra Diócesis que nos ayude acometer, en palabras del Papa Francisco, nuestra diocesana conversión pastoral, me atrevo a proponer estos tres giros pastorales que la Iglesia ya he hecho, al menos a nivel teórico-doctrinal, pero que aún no los ha materializado en la praxis catequética y pastoral de nuestras comunidades parroquiales.

Nuevas formas de anunciar el Evangelio

El primer giro lo ha planteado con toda claridad el papa Benedicto XVI al decir que “no podemos limitarnos a una pastoral de mantenimiento. Debemos abrirnos a la valentía de una pastoral que busque nuevas forma para anunciar el Evangelio,  subrayando que la Nueva Evangelización exige superar una fe heredada, rutinaria o cultural, y convertirla en encuentro vivo con Cristo,  para terminar afirmando que la Iglesia debe pasar “ de la conservación a la misión, porque la Palabra impulsa a la comunicación y al testimonio” (cf. VD 96-97). En esta misma convicción y dirección se ha expresado el papa Francisco al decir que  “ya no sirve una pastoral de mera conservación. Hace falta que en todas las regiones del mundo se busque poner a la Iglesia en estado permanente de misión” (cf. EG, n. 15).

Se trata de dar un verdadero viraje histórico en nuestra praxis pastoral (los obispos vascos hablaban en los años ´90 de giro hacia una pastoral evangelizadora) y realiza de hecho el paso de una pastoral de mantenimiento, en régimen de cristiandad, a una pastoral  evangelizadora y de refundación de la experiencia cristiana. Así pues, debemos plantearnos con sinceridad si queremos seguir “conservando y manteniendo lo que tenemos” o nos lanzamos a potenciar iniciativas misioneras y evangelizadoras en clave mistagógica y catecumenal que ofrezcan a todos la alegría del Evangelio y procesos comunitarios donde poder vivir gozosamente el ser discípulos misioneros.

El segundo “giro-desplazamiento” que en nuestros planteamientos catequéticos-pastorales debemos de afrontar es el del “destinatario”; debemos de focalizar nuestros mejores esfuerzos evangelizadores y catequéticos con los adultos y no como venimos haciendo hasta ahora (que son los niños, prácticamente, nuestros únicos destinatarios), porque los jóvenes, en su inmensa mayoría, han abandonado nuestros salones y parroquias. Este segundo “giro pastoral”, la Iglesia lo fundamentó y alentó a ponerlo en marcha en los sínodos dedicados expresamente a la evangelización (1974) y catequesis (1977) en los que se propuso ya la necesidad, conveniencia y urgencia de implantar el catecumenado post-bautismal. En ambos sínodos se produjo un giro copernicano pastoralmente hablando: se deja de mirar a los niños como principales destinatarios de la acción eclesial y pastoral y se señala a los adultos como destinatario preferentes de la misión evangelizadora de la Iglesia y la catequesis de adultos como la forma principal de toda acción catequética.

Repensar la praxis tradicional

Este giro pastoral y catequético está aún esperando a realizarse entre nosotros. ¡Reconozcámoslo humildemente: nuestros mayores esfuerzos pastorales nos lo ocupa la catequesis, básicamente con los niños, que se preparan a la celebración de la Primera Comunión; las propuestas catequéticas y pastorales con adultos son más bien pocas en nuestras ofertas parroquiales! La praxis tradicional de la iniciación cristiana a partir del bautismo de los niños debe ser repensada y reformada a la luz del modelo catecumenal, que debe recuperar su papel normativo e inspirador. Si se ha proclamado oficialmente que el catecumenado de adultos es modelo de toda la catequesis, hoy es necesario afirmar también que el catecumenado de adultos constituye el modelo de todo proceso de Iniciación cristiana.

El tercer giro catequético y pastoral debería consistir en la propuesta de “no convocar a la celebración de los sacramentos (bautismo, confirmación, eucaristía, matrimonio) sino a abrir procesos de seguimiento al Señor en medio de la Comunidad Parroquial a través de una iniciación mistagógica sostenida y fundamentada en las cuatro grandes dimensiones constitutivas de la Iglesia:  Palabra (Dei Verbum), Liturgia (Sacrosanctum Concilium), Comunidad (Lumen gentium), Misión (Gaudium et spes). Los procesos catequéticos no deben ser planteados como una preparación inmediata para sacramentos, sino formación integral para el discipulado.

En este punto, vuelvo al “sueño” del papa Francisco (EG, 27) y me  pregunto: ¿Vamos a seguir afrontando los desafíos que nos está planteado la quiebra de los procesos iniciáticos y catequéticos como hasta ahora: sin hacer nada? El fracaso y la esterilidad de nuestros procesos catequéticos ¿no deben propiciar una “reflexión pastoral sinodal” en profundidad en nuestra Diócesis que “sacuda y despierte” a las familias católicas (padres y madres), responsables pastorales (párrocos y catequistas), colegios concertados y profesores de Religión para que abordemos lo que el Espíritu Santo está diciendo hoy a nuestra Iglesia Diocesana? Estoy convencido de que si abrimos a todos los niveles (diocesano, arciprestal, parroquial) cenáculos  en los que orar, discernir y compartir sinodalmente sobre estos “desafíos” que queremos abordar en este Curso Pastoral 2025/2026 que iniciamos, el Espíritu Santo nos alentará abrir caminos nuevos para engendrar, acompañar y enseñar a vivir como discípulos misioneros a las nuevas generaciones de cristianos.

Agregados al pueblo de Dios

A partir de la efusión del Espíritu en Pentecostés los apóstoles y discípulos invitaron a judíos y gentiles a convertirse a la fe cristiana y bautizarse en  nombre de Jesucristo. Ante el anuncio de la Buena Noticia de la salvación se suscitaba inmediatamente este interrogante “¿Qué hemos de hacer, hermanos?; Pedro les contestó: Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (cf. Hch 2, 37-38). Los apóstoles, seguían así el mandato recibido por el mismo Señor resucitado: “Jesús se acercó a ellos y les habló así: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandad. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (cf. Mt 28,19). Para un experto en pastoral catecumenal como C. Floristán “el trinomio predicación-fe-bautismo es un rasgo característico de la praxis pastoral neotestamentaria.

Aunque no es posible deducir del Nuevo Testamento el primitivo proceso de iniciación cristiana, puede observarse que, desde el comienzo de la Iglesia, los convertidos por el  anuncio del Kerygma, después de aceptar la fe, son agregados al pueblo de Dios mediante el Bautismo, rito fundamental del Catecumenado (…), según Floristán “la institución del catecumenado nace para responder a un interés permanente de autenticidad pastoral en la Iglesia” (cf.  Para comprender el Catecumenado -1989-, pp. 53  y 56).

El  restablecimiento del Catecumenado por el Concilio Vaticano II (cf. SC, n. 64) no vino exigido por el atractivo exterior de una fórmula de moda, menos aún por una nostalgia romántica por esta antigua institución, considerada como una edad de oro en la vida de la Iglesia. Sencillamente, el Vaticano II es, a diferencia del Vaticano I, un concilio misionero. Era, por tanto, verdaderamente lógico que una Iglesia misionera –como la del Vaticano II, restaurase el Catecumenado como proceso de iniciación.

Durante la etapa postconciliar han sido muchos los teólogos pastoralistas y obispos que han llamado la atención sobre la necesidad de un catecumenado  para la Iglesia hoy: “cada vez resulta más patente en la Iglesia actual la necesidad de renovar el catecumenado, no sólo como preparación al bautismo, sino también como elemento decisivo para la verdad y la autentificación de la comunidad cristiana” (cf. Dionisio Borobio) Catecumenado para la evangelización -1998-) quien fundamentaba esta necesidad pastoral con esta afirmación taxativa: “como lo demuestra la misma historia de la Iglesia, no puede haber verdadera evangelización si se prescinde del catecumenado, ni puede haber verdadero catecumenado que no implique la evangelización” (pp. 9 y 5). También el Cardenal Ricardo Blázquez, ese mismo año, se manifestaba en esta misma dirección: “Debemos beber en las fuentes de la Iglesia primitiva, aprender de ella como discípulos, orientarnos en su forma de iniciar para acometer decididamente una Catequesis de inspiración catecumenal.

La vida en la Iglesia primitiva

Es, por tanto, muy pertinente que en presencia de los desafíos actuales nos preguntemos por la manera cómo respondió la Iglesia en otras situaciones, y especialmente en los siglos primeros, que son no solo iniciales sino también los originarios y por ello, especialmente normativos” (cf. Catecumenado en la Iglesia 1998, p. 17). Los obispos españoles publicaron en el año 2002 un documento que llevaba por título  Orientaciones pastorales para el catecumenado en el que se urgía a “instaurar y desarrollar el catecumenado, particularmente en los programas de las Parroquias. La vida de la Iglesia primitiva y los resultados positivos que se están viviendo en las nuevas experiencias actuales avalan la oportunidad” (n. 33). Según los obispos, “es a la luz de la misión propia de la Iglesia (EN, 14) como debe entenderse la instauración del catecumenado en nuestros días, de modo que éste sea expresión del vigor de la fe como del impulso misionero de la Iglesia” (n. 2) y consideran “que la restauración del catecumenado en nuestros días es una oportunidad que Dios nos concede a todos para la renovación de la vida de la Iglesia y una ocasión para mostrar a todos la fe que ella ha recibido. A su vez, la Iglesia se ve renovada y enriquecida por los nuevos creyentes, que son siempre un signo de la vitalidad del Evangelio” (n. 5).

La importancia de la implantación del Catecumenado hoy para la vida de la Iglesia es de tal  necesidad que no deja de sorprenderme esta intuición profética  del más experto teológo pastoralista español sobre el Catecumenado, –Casiano Floristán- escrita en 1968: “Las comunidades cristianas básicas del futuro, constituidas por un número reducido de fieles, sólo podrán ser sostenidas y desarrolladas a través de una seria iniciación cristiana. Nuestras actuales asambleas dominicales languidecen porque no están formadas por verdaderos fieles, es decir cristianos que han superado las etapas clásicas del precatecumenado, catecumenado y neofitado. En la Iglesia primitiva se bautizaba a los convertidos; hoy tenemos que convertir a los bautizados. Con todo, el tratamiento pastoral catequético de los adultos convertidos, sean o bautizados o bautizados, parece ser fundamentalmente idéntico: necesitan un catecumenado. La catequesis, del mismo ha de ser similar. Únicamente verían los ritos litúrgicos de las etapas catecumenales” (cf. El Catecumenado actual -1968).

Los obispos españoles en el documento Orientaciones pastorales para el Catecumenado  (2002)  afirman que “la restauración del Catecumenado en nuestros días es una oportunidad que Dios nos conceder para la renovación de la vida de la Iglesia y una ocasión para mostrar a todos la fe que de ella ha recibido. A su vez, la Iglesia se ve renovada y enriquecida por los nuevos creyentes, que son siempre un signo de la vitalidad del Evangelio” (n. 5). Desde el Vaticano II, hemos visto que se está imponiendo en la Iglesia, por la fuerza de la situación socioeclesial y también, como un nuevo signo de los tiempos, un talante evangelizador, catecumenal y comunitario. Se es cada vez más consciente de que nueva evangelización sólo puede llevarse a cabo con la recuperación del catecumenado y la dinámica catecumenal, como el medio más apto y probado para la iniciación y reiniciación cristiana y para la renovación en autenticidad de la comunidad cristiana: “El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias” (Ap 2, 11).

Juanjo Calles

(Párroco de Cristo Rey, Topas y Valdelosa)

 

 

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