Tras una noche al raso junto a más de un millón de peregrinos, los jóvenes de la Diócesis de Salamanca participaron en la eucaristía final del Jubileo, presidida por el papa, quien les animó a aspirar a la santidad y ser “semillas de esperanza”
SERVICIO DIOCESANO DE COMUNICACIÓN /ROMA
Tras pasar la noche en Tor Vergata junto a miles de jóvenes, durmiendo sobre esterillas y en sacos de dormir, y con algo de lluvia que les sorprendió de madrugada, los 48 peregrinos de la diócesis de Salamanca participaron en la misa final del Jubileo de los Jóvenes, presidida por el papa León XIV. La explanada se transformó en un auténtico templo al aire libre, escenario de una celebración marcada por la esperanza y la fraternidad.
Alrededor de las seis de la mañana, la megafonía comenzó a sonar suavemente para despertar a los peregrinos con música y avisos de la organización. Sobre las ocho, el helicóptero del papa sobrevolaba la explanada, generando un silencio reverente que pronto se convirtió en ovación al verlo pasar en su papamóvil por una de las vías cercanas al sector donde descansaban los jóvenes de Salamanca. Fue un instante fugaz pero profundamente significativo.
A las nueve de la mañana comenzó la eucaristía, aunque minutos antes, León XIV abrió la jornada con un saludo breve, pero con un deseo que resonó con fuerza: “Que esta sea una ocasión verdaderamente memorable para todos y cada uno de nosotros cuando, juntos, como Iglesia de Cristo, lo seguimos, caminamos juntos y vivimos con Jesucristo”.
La fragilidad humana
Durante la homilía, el papa invitó a los jóvenes a imaginarse como los discípulos de Emaús: confundidos y tristes, pero transformados por el encuentro con Cristo resucitado. Les habló con ternura sobre la fragilidad humana —como la hierba que florece y se seca—, recordando que en esa fragilidad habita también la belleza de la vida: “No hemos sido hechos para una vida donde todo es firme y seguro, sino para una existencia que se regenera constantemente en el don, en el amor”, dijo.
Inspirado por san Agustín y san Pablo, el papa animó a los jóvenes a no engañar su sed interior con sucedáneos que no sacian, sino a dejarse tocar por Dios y abrirle el corazón: “Nos encontraremos ante Él, que nos espera; más bien, que llama amablemente a la puerta de nuestra alma”.
También evocó las palabras de san Juan Pablo II y del papa Francisco en la JMJ de Lisboa para recordar que las preguntas más profundas del corazón no tienen respuestas fáciles, pero son signo de que “no estamos enfermos, estamos vivos”. León XIV destacó la pluralidad de culturas, experiencias y lenguas vividas en esos días y les recordó que la verdadera plenitud no está en acumular, sino en acoger y compartir con alegría.
“Aspiren a cosas grandes”
“Con Cristo, nuestra esperanza, todo tiene sentido”, afirmó, animándoles a mirar a lo alto, a las cosas del cielo, y a vivir con los sentimientos de compasión, humildad, dulzura y perdón propios de Cristo.
Cerca del final, el papa mencionó con cariño a los beatos Pier Giorgio Frassati y Carlo Acutis, próximos santos, como ejemplos de jóvenes que vivieron con pasión el Evangelio. Y les lanzó una llamada directa y exigente: “Aspiren a cosas grandes, a la santidad, allí donde estén, no se conformen con menos”.
La celebración concluyó con un envío misionero y un recuerdo especial a los jóvenes de zonas heridas por la guerra, como Ucrania o Gaza. León XIV les llamó a ser “semillas de esperanza” en sus familias, estudios, trabajos y grupos de amigos, y les animó a seguir soñando juntos. “El Jubileo no termina aquí, la peregrinación de la esperanza continúa”, aseguró, recordando que la próxima Jornada Mundial de la Juventud será en Seúl, en Corea del Sur.
Entre mochilas, cantos espontáneos y lágrimas contenidas, los jóvenes salmantinos emprendieron el regreso a su alojamiento en Roma tras un encuentro con Cristo y con otros jóvenes del mundo que ha dejado huella en su fe y su esperanza. Como repetía una y otra vez León XIV: “Nuestra esperanza es Jesús”.
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