El sacerdote diocesano, Tomás Durán, reflexiona este mes en su columna de opinión sobre cómo despojarnos de cargas para volver a lo esencial
Salvando las distancias, sustanciales, con Jesús y el evangelio, podemos preguntarnos: ¿Con quién podemos comparar a esta generación eclesial? Con perdón y disculpas, a veces —no siempre— nos parecemos a los gigantes y cabezudos. Si los observamos, llevan una cabeza enorme de cartón que es un peso tremendo, aunque hacen reír y correr a los niños. Si la diócesis, las parroquias, las delegaciones… todos, en ocasiones, pudiéramos quitarnos ese “cabezón” de nuestras superprogramaciones y quedarnos a cara descubierta, ¡qué peso nos quitaríamos de encima! Nos veríamos con alegría como lo que somos, lo que aún no somos y lo que seremos. ¡Qué alivio! ¡Y qué suerte ser pequeños!, diríamos. Así, sencillos; sin saber muy bien qué hacer, hechos un lío, libres de horarios, en el vacío, sin tareas que nos absorban y desgasten, pero también sin llevar una supercabeza acartonada que no nos deja vulnerables, cercanos, dubitativos, buscadores de Dios como nuestros hermanos los hombres: la humanidad de los barrios y pueblos que camina a nuestro lado.
Esto nos puede posibilitar una nueva espiritualidad para una nueva pastoral[1], que cuando la hacemos, nos alegra. Sería no partir de las “carencias” (territoriales, vocacionales, demográficas… como un “reajuste” y un plan pastoral, lleno de actividades, organigramas, que nos agotan), sino del rostro de Jesús proexistente y pascual, para ofrecerlo en una vuelta a lo esencial: solo Él y su camino[2]. Y esto, realizado en medio de una nueva cultura, como canto, existencia, camino gratuito, oferta, sencillez, cercanía…, a veces en la nada, en el vacío, amando este vacío[3]. Ya lo vamos iniciando.
Donde no nos “queme” el que no cumplimos el proyecto pastoral, sino que podamos ser caminantes pascuales, llenos de asombro[4]. No nos movemos por líneas pastorales delineadas, sino por el Caminante que nos precede, acompaña y no queremos perder: “Quédate con nosotros”.
Donde no nos “agobie” la ampliación territorial pastoral: vuelta a la vida apostólica. Más que un horario de servicios a ofrecer y realizar en un territorio, se trata de hacer del camino pastoral una “camino apostólico”: itinerante, alegre y cercano.
Donde no nos “hunda” la falta de respuesta a las convocatorias (ni las repitamos una y otra vez): no ofrecemos reuniones y procesos largos, sino fuentes y oasis de espiritualidad[5] y acompañamiento. Vuelta a las fuentes.
Donde “no gustemos de estar solos” (mónadas) con nuestro propio horario, sino que seamos compañeros de camino en fraternidad con el Pueblo de Dios (eclesiología bautismal) y comensales de una mesa (Eucarística dominical). Sínodo (camino) y simposio (mesa).
Donde no nos veamos “fracasados”, sino conscientes de que nuestra vida es un canto de alegría nacido del dolor de amor, en medio de la pequeñez y del gusto por la “vita contemplativa”, la belleza, la creatividad y la poesía[6].
Narradores de “vidas entregadas”, frente al olvido de la narración y de las raíces hondas, culturales y religiosas. Biografías de testigos: cantamos a quienes nos precedieron en la apertura de caminos nuevos de oración, apostolado y servicio a los últimos.
Pegados a los pobres, que, como “mendigos”, nos ayuden, con su conocimiento rápido y profundo, a la súplica de la fe en tiempos de intemperie, más que a elaborados protocolos caritativos ante las emergencias sociales y las brechas de todo tipo…
Luz para el camino, para no verme “perdido”: la teología apostólica. Escuelas de sabiduría (sapientia), de diálogo con la teología y cultura actual[7], más que la cultura de los cuarenta caracteres.
Compartiendo con alegría cierto exilio y extrañeza cultural, con paciencia histórica (Adviento), sin añorar soportes provocados por el marketing comercial. Con perseverancia.
El Señor lo hará: no suscita deseos imposibles. Es una siembra… a impulsos del Espíritu Santo. Ya se adivina este camino. Es verdad que hay que saber vivir este entretiempo en el que, poco a poco, va desapareciendo una forma histórica de siglos y se va alumbrando una nueva forma de Iglesia en esta sociedad pos-secular y poscristiana. No nos debemos a épocas eclesiales pasadas. Somos tradición viva, en fidelidad y novedad, que es muy distinto.
Tomás Durán Sánchez
Párroco “in solidum” de Doñinos de Salamanca
[1] Estos autores ofrecen una espiritualidad y pastoral en este sentido: Cf. Enrico Brancozzi, Reformar los sacerdotes. Como repensar los seminarios. Cf. Francois Bustillo, La vocación del sacerdote ante las crisis: la fidelidad creativa. Editorial CCS. Madrid 2022. Cf. Tomas Halík, La tarde del cristianismo. Valor para la transformación. Herder. Barcelona 2023.
[2] “Solo ÉL/Exclusivamente ÉL/Totalmente ÉL/Definitivamente ÉL/Victoriosamente ÉL/AMEN. AMÉN. Amén” (Marcelino Legido). Para la poesía: https://marcelinolegido.es/wp-content/uploads/2025/07/32.-Solo-El.pdf Para la WEB: https://marcelinolegido.es/
[3] Cf. Emilio J. Justo, Una Iglesia viva. Claves teológicas y espirituales para la renovación. Salamanca: Sígueme, 2025. Pág. 13-27.
[4] Cf. Catherine L´Ecuyer, Educar en el asombro. Barcelona: Plataforma Editorial, 2023. (35ª Edición).
[5] Cf. G. Greshake, Espiritualidad del desierto. Madrid: PPC, 2018.
[6] Cf. Afonso Cruz, Vamos a comprar un poeta. Libros de Asteroide. Barcelona 2025. Cf. Byum-Chul Han, El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse. Herder. Barcelona 2024.
[7] Cf. Francisco García Martínez, La Palabra y el silencio. Sal Terrae. Santander 2025.
La entrada Gigantes y cabezudos se publicó primero en Diócesis de Salamanca.
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