El sacerdote diocesano, Antonio Matilla, regresa con sus “Paseos de un canónigo jubilado”, y en esta ocasión, mientras recorre la ciudad, reza y pide por todo aquello que está vinculado a las calles y barrios por los que pisa
3 de enero de 2025: interrumpo el rezo de Laudes para celebrar misa a las diez en San Martín. Me llama mi compañero Jorge, actual deán de nuestra Catedral y me dice que Fernando García Herrero está muy acatarrado y ha ido al médico. Esperemos que sea leve y, además, conoce a muchos médicos en el hospital. Llego a la reunión del Cabildo al ite missa est; breve charla con los compañeros y vuelta al despacho de la Unidad Pastoral; comida, breve siesta, algo de lectura y, vigilando que no me invada la pereza por miedo al frío, antes de ponerme el abrigo, la gorra y la mascarilla que me sirve de bufanda para no respirar aire frío, descargo en el móvil la oración de Vísperas del Oficio Divino.
Para rezar se calienta uno rezando y es lo que hago con la fórmula casi inconsciente de tanto repetirla: “Dios mío, ven en mi auxilio…”. Hora de ponerse el abrigo, los guantes y el protector de ideas (vulgo gorra). Salgo de casa y enfilo la calle Doctrinos leyendo el Himno: “Te diré mi amor, Rey mío… contemplando tu cuerpo (cuerpecito de bebé) que en pajas yace”.
Al entrar en las callejuelas del antiguo Barrio Chino… ¡Cómo ha cambiado!… leo y me apropio de la antífona del Salmo 40: “Sáname, Señor, porque he pecado contra ti”… Y sigue el salmo: “Dichoso el que cuida del pobre”… y recuerdo la Capilla-Escuela donde los hermanos Maristas daban catequesis y hacían Escultismo con los chavales del barrio y paso, Vaguada abajo, junto a las ruinas de la que fue casita de las Hijas de la Caridad, donde habían montado una guardería para atender a los niños hijos de las prostis (“los publicanos y las prostitutas os precederán…” Mt 21, 31). Sigue el salmo: “En esto conozco que me amas: en que mi enemigo no triunfa de mí. A mí, en cambio, me conservas la salud…”. Llegando al Instituto de la Vaguada me acuerdo de mi superación –provisional- del cáncer y, paralelamente, voy cayendo en la cuenta de que las endorfinas van haciendo presencia en mis piernas ya desentumecidas… Gracias, Señor, por este cuerpo que me has dado, tan frágil y a la vez tan complejo y me lleno de santo orgullo al saber que mi ADN coincide en más del 98% con el ADN del bebé que yace entre pajas en el pesebre. ¡Bendito el Señor, Dios de Israel, ahora y por siempre! Amén, amén.
Centro de Cáritas diocesana para la prevención y atención a las drogodependencias, en la calle San Claudio en Salamanca.
Veo a lo lejos la Casa de Samuel y hago un acto de fe en la antífona del siguiente salmo, el 45: “El Señor de los ejércitos está con nosotros” me hace pensar que su poder está por encima de los misiles, de los drones, las minas, las balas y las bombas que caen en Ucrania en Gaza, en Israel, en el Líbano y en tantas guerras activas, declaradas o asimétricas… porque “el Señor pone fin a la guerra hasta el extremo del orbe.
Apocalipsis 15 insiste en su antífona: “Vendrán todas las naciones y se postrarán en tu acatamiento, Señor”. Pero como estamos celebrando la Encarnación, me pregunto: ¿Y cómo puedo yo, cura viejo, colaborar en traer la paz? El Responsorio breve viene en mi ayuda: “La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros”, con una tienda de campaña similar a las nuestras para apoyarnos y darnos su esperanza y su amor y su Espíritu. Recuerdo que “Él está junto a nosotros todos los días, hasta el fin del mundo” y que somos el Cuerpo de Cristo y debemos intentar proseguir la tarea que Él empezó. O que Él es el que actúa valiéndose de nosotros, que para eso nos ha elegido como sus colaboradores.
Reposo y me animo con la fe de María en la recitación del Magníficat (no tengo que mirar el móvil, que me lo sé. La introducción a las Preces vuelve a darme ánimos y energía: “Porque con la llegada de Cristo, floreció y echó brotes el Pueblo santo de Dios”.
Llegando al Puente Romano –testigo de diecinueve siglos de Historia- alabo al Señor por los brotes que han surgido y están surgiendo: los comerciantes cartagineses cristianos que alguno de ellos debió pasar por él para comerciar de día y hablar de Jesucristo con nuestros antepasados vacceos al calor de la lumbre, después de haber hecho negocio con ellos. La luz de la hoguera crea un ambiente misterioso que facilita la catequesis espontánea. En fin, constato que se me ha ido un poco la olla y vuelvo a alabar al Señor por los brotes actuales del Pueblo de Dios. Y alabo al Señor y doy gracias por la acogida de la Casa de Samuel y por el Centro de día de Cáritas de la calle San Claudio, y por Proyecto Hombre, que está también cerca río arriba.
Parroquia de San Pedro Apóstol, en el barrio de Tejares.
Y asisto conmovido al combate para dignificar el cuerpo y el alma de los drogodependientes, que el pecado estructural del narcotráfico intenta descomponer una y otra vez. Y pido por los maestros y maestras del Colegio “Lazarillo”, que intentan y suelen conseguir que niños payos, gitanos y mercheros no jueguen a dominar el aula, como algunos de sus padres intentan dominar el barrio.
Y me acuerdo de tantas parejas jóvenes que van sacando adelante a sus hijos, ayudados a crecer por el Grupo Scout Tejares, y por los catequistas de la parroquia de San Pedro Apóstol –o sea, se la Virgen de la Salud- guiados por su párroco y canónigo José Luis.
Y pido al Señor y a su Madre, la Virgen de la Salud y de la Trinidad y de la Vega que todas estas buenas personas que intentan hacer lo mejor no se cansen. Y pido por los jóvenes de estos barrios para que rechacen el dinero fácil del trapicheo de la droga y se dediquen a formarse, a hacer amigos para siempre y a desbordar su alegría, algunas veces, en la noche salmantina.
“El Señor les bendiga, les guarde de todo mal y les lleve a una vida con sentido, con futuro, con dignidad compartida”. O sea, que le saquen punta a la vida eterna recibida ya en el Bautismo.
Antonio Matilla, canónigo emérito
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