El sacerdote Antonio Matilla, en su reflexión para el cuarto domingo de Adviento, presenta el encuentro entre María y su prima Isabel como un momento de esperanza, alegría y bendición compartida en Dios
María e Isabel, la hermandad entre embarazadas es una experiencia muy común. También los varones cercanos -marido, padre, familiares, amigos,…- empatizan fuertemente con una embarazada, pero la relación entre dos mujeres encinta es muy especial. El embarazo es una experiencia de Adviento porque hay mucha incertidumbre. Puede que, a veces, haya verdadero miedo ante la fragilidad del proceso, pero prima la esperanza, y cuando la esperanza es compartida, la alegría. Y así, Isabel se alegra con María y la bendice. María, en el Magnificat, se alegra en su espíritu y bendice a Dios.
En una tormenta de emociones se mezcla la incertidumbre con la alegría de la espera, y esa alegría lleva a Isabel y a María, inmediatamente, con prisa, a descentrarse de su preocupación y a hablar bien, a bendecir: Isabel a María y María a Dios.
Normalmente estamos acostumbrados a las bendiciones descendentes, de Dios a nosotros, del obispo o el sacerdote a nosotros, antiguamente del padre a los hijos. Pero si imitamos a Isabel y a María, deberíamos bendecir, pensar bien y decir bien, alegrarnos de los demás y con los demás, y con Dios. Alegrarnos incluso con la creación entera, la naturaleza, como don creado por Dios. Contemplemos y empapémonos del contenido del Ave María, la bendición de Isabel, y del Magnificat, la bendición de María. Fruto de la encarnación de Juan el Bautista en el seno de Isabel y del mismo Dios en el vientre de María, es que bendigamos a las personas y a las cosas que nos rodean y a las que queremos o debemos querer más. Desde los más cercanos hasta nuestra comunidad, nuestra parroquia, nuestra diócesis, la humanidad entera y las personas del Padre, de Jesús y del Espíritu Santo.
Feliz domingo y feliz Navidad.
Antonio Matilla, copárroco de la Unidad Pastoral Centro Histórico
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