Este sacerdote diocesano falleció el pasado sábado, 21 de diciembre, a los 96 años, después de toda una vida dedicada a sus feligreses de El Cerro y otros pueblos de la Sierra
Aunque el sacerdote más longevo del presbiterio salmantino es Leoncio Redero con 97 años y más de diez meses, sin embargo, Pedro -con sus 96 años- ha sido el sacerdote -residente en la Diócesis- más longevo de Salamanca, hasta el momento de su paso a las manos del Padre.
Podemos decir que ha sido una “larga vida” (en un cuerpo pequeño y en un gran espíritu), que, en este caso, además, coincide con “vida larga”. Con este pequeño juego de palabras, quiero hacer esta humilde semblanza.
* Larga vida y vida larga en servicio apostólico humilde, arraigado y fiel. Más de 60 años en El Cerro y en un servicio generoso por todos los pueblos por donde fue enviado. Vida larga con celo apostólico también bien largo. Un cura preocupado por todas las personas, conocedor de sus vidas, visitador constante de los enfermos…
Junto a su placa, en El Cerro.
* Larga vida y vida larga en un talante de acogida, amistad, alegría y armonía entre todas las personas que gustamos de su compañía (feligreses, familiares, paisanos y compañeros sacerdotes). Coincidir con él en el arciprestazgo (y con otros muchos hermanos admirables, algunos ya fallecidos) fue una verdadera delicia. Con qué amor acogía a todos, con qué naturalidad hablaba de las “patatas calientes” que con frecuencia nos enzarzaban a otros en visiones, planteamientos y teologías… Con qué chispa fomentaba la fraternidad, el buen entendimiento y la alegría. Sus chistes eran toda una lección de alegría y hasta incluso aceptaba las bromas con carcajadas (en cierta ocasión, por ejemplo, estando reunidos en el arciprestazgo en casa de Juanjo en Linares (<¡otro grande!>), dijo que se iba unos días a Vigo a descansar “a casa de mi suegra”. Evidentemente se confundió, pero el pitorreo que ésto acarreó, lo encajó desternillándose de risa, no sólo ese día, sino siempre que posteriormente recordábamos el “resbalón”: “¡Qué, Pedro, ¿sabes algo de tu suegra?, ¿se le pasó ya la fiebre?”… Y las risas ya marcaban el tono de todo el encuentro.
* Larga vida y vida larga en salud. No sólo la salud corporal, de la que gracias a Dios ha disfrutado a través de los lustros, décadas y años que el Señor le ha regalado para vivir. También una salud psíquica envidiable. Un hombre sano que llegó a la vejez sin traumas, sin complejos, sin “asuntos sin cerrar”. Un hombre sencillo, que vivió hermosamente sin grandes planteamientos filosóficos, teológicos, pastorales… pero que siempre dio testimonio de una espiritualidad bien centrada y orientada.
* Larga vida y vida larga en generosidad y desprendimiento. ¡Las veces que disfrutó invitándonos a merendar!, ¡los cafés que pagó en Béjar a propios y extraños!, ¡Lo dichoso que era acogiéndonos en El Cerro, o en Lagunilla o donde fuera!… Pedro era feliz compartiendo, acogiendo, conviviendo.
Que la Virgen de la Asunción, patrona de su Alberca natal y San Ramón non nato, patrono de su Cerro del alma, le hayan acompañado en esta travesía y que el Padre de la Vida (¡que ese si que es largo!) le premie por todo el bien hecho en su vida sacerdotal y le permita disfrutar del banquete celestial en el que no sólo no desentonará, sino que además amenizará con alguna de sus muchas anécdotas y chistes. Descansa en paz querido Pedro. Intercede por todos nosotros y contágianos de tu “largueza” y “vitalidad”, sobre todo a los más enfermos y mayores, a los que estamos pasando dificultades de cualquier tipo y a los que en la vida les cueste más sonreír.
Policarpo Díaz. Sacerdote diocesano
Día de San Juan Evangelista, cuando los curas de Salamanca han celebrado su fiesta navideña.
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