“Peregrinos de esperanza” es el título de la exposición que acoge el Palacio Episcopal hasta este domingo, firmada por este artista y sacerdote, quien recorre a través de 33 obras los capítulos de la bula Spes non confundit, que convoca el Jubileo 2025. En cada pieza —realizada con materiales tan humildes como el cartón o tan simbólicos como el oro— late una historia de conversión, enfermedad, vida rural y búsqueda incesante de la belleza de Dios
SERVICIO DIOCESANO DE COMUNICACIÓN SOCIAL
Vicente Molina Pacheco es mi nombre. Soy sacerdote, pero antes que eso, fui pintor. De hecho, mi primera vocación fue la artística. Desde pequeño descubrí que lo que más me atraía en la vida era crear. Tuve la suerte —o más bien diría que fue algo providencial— de nacer en Madrid, no lejos del Museo del Prado. Lo visitaba a menudo, y fue allí donde comprendí que una obra de arte es algo que va más allá de la técnica: es un artificio sorprendente que puede maravillar y que lleva a una dimensión nueva.
Durante años me dediqué de lleno al arte. Hasta que a los 27, rompí con todo. Vivía entonces en plena movida madrileña, con todo lo que eso conllevaba: una etapa muy divertida, sí, pero también trágica. La droga, el vacío, la muerte de amigos… Todo eso me hizo cuestionarme muchas cosas. Y fueron las oraciones de mi madre las que, finalmente, me llevaron a un encuentro con Jesucristo. Una ruptura profunda. Empecé a caminar por la vida del Espíritu Santo, y esa senda me llevó, más tarde, al seminario.
¿Cómo viviste ese paso de artista a sacerdote?
Al principio no quería ser sacerdote, me parecía algo demasiado grande. Pensé en entrar como hermano en alguna orden que cuidara enfermos, como un hermano sin más. Pero la llamada al sacerdocio era insistente. Me resistía, pero Dios puso las circunstancias necesarias. Digamos que me cogió de la oreja y me llevó de una manera explícita ahí.
Estudié filosofía en Toledo y teología en el Burgo de Osma, en Soria, donde resido ahora. Muy pronto, aún estando en el seminario, algunas personas que sabían de mi pasado como artista me pidieron ayuda para escenografías, libros… Y así volvió la pintura. Al principio lo viví como una contradicción, como una esquizofrenia entre dos mundos: el arte y el sacerdocio. Pero más tarde entendí que no era una división, sino una prolongación del ministerio.
¿Cómo se une el arte a tu vida sacerdotal?
Mis obras son una forma de transmitir lo que vivo. Mi vida, mis experiencias, mi fe, la enfermedad… todo eso ha ido quedando reflejado. Por ejemplo, durante una etapa de enfermedad y trasplantes de médula, descubrí la belleza del cartón. Un material humilde, descartado, que sufre roturas, humedades… Como yo. Me vi reflejado en él: el alma humana también recoge golpes y heridas. Dios me recogió cuando estaba roto, y eso hice yo con esos cartones. Me los llevé a casa y comencé a trabajar con ellos, tratando de hacer con ellos lo que Dios había hecho conmigo: una obra de arte, aunque fuera sólo un intento.
Más adelante he trabajado con tela, papel… y últimamente con vinilos dorados. El oro me remite a lo divino. En los iconos orientales lo vemos claramente. Y ese recorrido, esa evolución de materiales, también está presente en esta exposición.
¿Qué encontramos en “Peregrinos de esperanza”?
Es una muestra que recoge muchos años de trabajo, pero también muchas etapas de vida. Hay lucha, pero sobre todo hay luz. Mucha luz. Porque en el fondo, toda persona lleva dentro un monje, alguien que busca a Dios. Cuando uno da ese paso y comienza la búsqueda, se convierte en peregrino. Y el que no lo da, se queda caminante del mundo, pero no entra en esa vida profunda.
El título “Peregrinos de esperanza” es muy acertado. Porque no se trata de hablar de la esperanza como teoría, sino de vivirla. Yo no sólo hablo de esperanza, yo soy esperanza, porque la vivo. Soy un recipiente que camina hacia la meta prometida. La esperanza es lo que da sentido a la vida. Una persona sin sentido, en realidad, está muriendo. El sentido auténtico te lleva al gozo, a la alegría profunda. Y eso intento que se transmita en las obras.
¿Qué papel ha jugado la enfermedad en tu proceso artístico y espiritual?
Desde el año 2002 vivo con una enfermedad hematológica grave. He pasado por trasplantes de médula, ingresos largos… Al principio me desahuciaron. Fueron días muy duros. Pero también de mucha gracia. Porque cuando uno se enfrenta a la muerte de cara, se queda solo con Dios. Y ahí percibes que te abraza. Yo recuerdo que los que venían a consolarme salían ellos mismos consolados. Sentían algo, como si recibieran una ducha de agua caliente en el alma. Era la alegría que da Dios, esa que no tiene explicación.
Desde entonces, esa vía de la enfermedad me ha acercado a los que sufren. Me ha hecho más sensible, más profundo, más humano.
Hablas también de tu labor en los pueblos…
Sí, es otra de las tres vías por las que transito. Ahora acompaño a 12 pueblos pequeños de la provincia de Soria. Entre todos, no llegan a 200 personas. Son mayores, en su mayoría. Celebramos sobre todo funerales. Rara vez hay bautizos o comuniones. Pero es una presencia de cercanía, de acompañamiento en la última etapa de la vida.
Y luego está el arte. Y la enfermedad. Son mis tres talentos. Mis tres formas de vivir y servir. Espero que no bajen de tres… (ríe).
¿Qué dirías que define tu arte?
El arte verdadero no es decoración. Es alma. Si el alma no habla, no hay arte. Sólo técnica. Una obra de arte de verdad nunca cansa. Siempre dice algo nuevo. Por eso, ante una obra auténtica, uno se quita el sombrero. Porque es una expresión del amor profundo del artista. Y del alma que se comunica.
La entrada Vicente Molina: “El arte es una extensión del sacerdocio, una forma de comunicar lo que uno vive” se publicó primero en Diócesis de Salamanca.
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