CATÓLICOS EN SEVILLA –
Homilía de Monseñor José Ángel Saiz Meneses en la Eucaristía del Encuentro Diocesano de la Esperanza: ‘Reavivar la esperanza’
Saludo. Queridos hermanos y hermanas: Nos reúne hoy la gracia del Año Jubilar de la Esperanza, un tiempo que la Iglesia universal vive como un gran don del Señor, y que en nuestra Archidiócesis estamos acogiendo con intensidad a través de tantos gestos de comunión, de renovación espiritual y de misión. Dentro de este marco jubilar celebramos hoy este Encuentro Diocesano de la Esperanza, una cita que pretende ayudarnos a “reavivar la esperanza”, como nos recuerda el lema que acompaña toda la jornada.
Desde primera hora de la mañana, en la Facultad de Teología San Isidoro, hemos rezado, escuchado, reflexionado y dialogado. Hemos profundizado en la llamada a ser una Iglesia que peregrina con esperanza, desde las claves de la comunión, la participación y la misión, guiados por la palabra experimentada y serena de Mons. Luis Marín, O.S.A., que con tanta claridad nos ha ayudado a contemplar la Iglesia en estado de sinodalidad, abierta al Espíritu y dispuesta a servir al mundo con un corazón lleno de esperanza, porque la sinodalidad forma parte de la naturaleza y misión de la Iglesia. Ahora, en el centro espiritual de esta jornada, celebramos la Eucaristía, fuente inagotable de nuestra esperanza.
La primera lectura, tomada de la Carta a los Romanos, nos regala una afirmación que es casi un compendio del Evangelio: “La esperanza no defrauda”. San Pablo lo afirma apoyándose en la certeza de que el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. Esta es la roca sobre la que se asienta toda verdadera esperanza cristiana: no es un optimismo superficial, no es un sentimiento cambiante, no es una idea abstracta; es una certeza que nace del amor fiel de Dios, revelado plenamente en Jesucristo.
El Apóstol nos recuerda que Cristo murió por nosotros cuando aún éramos pecadores, mostrando que la esperanza brota precisamente ahí donde la capacidad humana se agota. La iniciativa siempre es de Dios. Por eso, en un mundo donde muchos corazones viven cansados, heridos o desorientados, la Iglesia está llamada a ofrecer un testimonio firme de esperanza sostenida por la gracia, fundada en la cruz redentora y alimentada por la experiencia del amor que salva. Este Año Jubilar no es un paréntesis piadoso: es una llamada a reconectar nuestra vida con la fuente de la esperanza, a renovar la certeza de que Dios camina con su pueblo, y a ayudarnos mutuamente a reconocer los signos de su presencia en medio de un mundo herido por la polarización, la incertidumbre y el miedo al futuro. El Salmo responsorial nos introduce en la liturgia como una gran proclamación confiada: “Cantaré eternamente tus misericordias, Señor”. La esperanza se sostiene cuando recordamos. El pueblo de Dios es un pueblo que hace memoria: memoria de las obras del Señor, de sus intervenciones salvadoras, de su misericordia constante.
En este Ateneo de Esperanza que hoy vivimos juntos —unidos sacerdotes, vida consagrada, laicos, representantes de parroquias, movimientos, hermandades, colegios e instituciones—, también nosotros podemos decir que tenemos motivos abundantes para cantar la misericordia del Señor. Él ha acompañado nuestra historia diocesana, ha protegido a nuestras comunidades, ha hecho fecunda la vida de tantas personas que, desde su servicio humilde y cotidiano, han sido signos vivos de esperanza en familias, barrios y ambientes. La misericordia de Dios es, para la Iglesia, el aire que respira. Y allí donde la misericordia se acoge, se experimenta y se ofrece, la esperanza florece con una fuerza nueva.
El Evangelio que hemos proclamado nos lleva al corazón de la misión de Cristo. Jesús entra en la sinagoga de Nazaret, abre el libro del profeta Isaías y lee un texto que la Iglesia siempre ha visto como el programa de toda su vida y misión: anunciar la Buena Noticia a los pobres, proclamar la liberación a los cautivos, dar vista a los ciegos, poner en libertad a los oprimidos, proclamar “el año de gracia del Señor”. Y después Jesús añade: “Hoy se cumple esta Escritura”. Hoy. No ayer. No mañana. Hoy. Porque la misión del Mesías no es un recuerdo del pasado: es una presencia actual, viva y eficaz.
La Iglesia, en cada tiempo, está llamada a actualizar este “hoy” de Cristo, a hacerlo presente en su vida pastoral, en su oración, en su servicio y en su acción evangelizadora. Este encuentro diocesano nos recuerda que no podemos encerrarnos en una pastoral de mantenimiento ni en una vida cristiana tibia o rutinaria. Cristo sigue enviándonos, con la fuerza de su Espíritu, a llevar esperanza a los pobres de hoy, a liberar a los cautivos de tantas esclavitudes modernas, a iluminar las oscuridades que ensombrecen tantas vidas, a consolar a los oprimidos por la soledad, la enfermedad, la precariedad o el desánimo.
La jornada de hoy nos ayuda a contemplar nuestra realidad diocesana con una mirada más profunda. Hemos convocado a cientos de representantes del laicado —parroquias, movimientos, hermandades, colegios, delegaciones—, que simbolizan la riqueza y la diversidad de nuestra Iglesia de Sevilla. Ese es uno de los grandes signos de esperanza: somos un pueblo de Dios vivo y plural, con muchos dones, con carismas diversos, con historias y sensibilidades diferentes, pero llamados a caminar unidos. Vivimos este Encuentro en sintonía con lo que el Santo Padre está pidiendo a la Iglesia: crecer en comunión, fomentar una verdadera participación y abrirnos sin miedo a una renovada misión. Estas tres palabras no son slogans: son caminos concretos de conversión pastoral.
Comunión significa que necesitamos escucharnos más, rezar juntos, discernir unidos, superar divisiones y sanar heridas. Implica trabajar codo con codo: sacerdotes, consagrados y laicos, sabiendo que nadie sobra y que todos somos necesarios. Participación significa que no podemos contentarnos con que unos pocos lleven la misión adelante. La corresponsabilidad es parte esencial de la identidad bautismal. Misión significa salir, anunciar, testimoniar, acompañar, servir… ¡ser Iglesia en salida! Nada reaviva más la esperanza que compartir el Evangelio con alegría. Este Encuentro pretende ser un impulso, una luz, una orientación para nuestra vida pastoral. Queremos que la esperanza no sea solo un tema, sino un tono espiritual que renueve nuestra manera de trabajar, de organizarnos y de servir.
A lo largo del día se seguirá reflexionando, dialogando y trabajando en grupos para concretar lo escuchado. La esperanza —como dijo el papa Francisco— es un dinamismo que moviliza, que pone en camino, que abre horizontes nuevos. No es pasiva, no es quietud resignada: es fuerza, creatividad, misión. Por eso, “reavivar la esperanza” implica: cultivar una mirada creyente, que sabe reconocer la presencia de Dios en la historia, incluso en medio de las dificultades; abrirnos a la acción del Espíritu, que renueva la Iglesia y la conduce siempre más allá de nuestras seguridades; trabajar con responsabilidad, cada uno desde su lugar, por una Iglesia más unida, más evangélica y más misionera; acompañar las heridas de nuestro pueblo, especialmente los sufrimientos que más oscurecen la esperanza: la soledad, el desempleo, la pobreza, la falta de fe, la desconfianza, la polarización social.
En la Audiencia General del pasado mes de agosto el Papa León XIV recordó, una vez más, que Jesús es nuestra esperanza, y nos muestra que la esperanza cristiana no es evasión, sino decisión. Es fruto de una oración profunda y confiada en la que no pedimos a Dios que nos libre del sufrimiento, sino que nos dé la fuerza para perseverar en el amor (cf. Audiencia General, 27 de agosto de 2025). En esta capilla del Seminario, donde tantos jóvenes se forman para ser sacerdotes según el corazón de Cristo, celebramos la Eucaristía, que es el centro y la fuente de nuestra esperanza. Aquí se hace presente el sacrificio redentor; aquí el amor llega hasta el extremo; aquí se fortalece la comunión y se alimenta la misión.
Dirigimos nuestra mirada a la Santísima Virgen, Madre de la Esperanza. Ella supo esperar contra toda esperanza, guardó la Palabra en su corazón, permaneció firme junto a la cruz y acompañó a la Iglesia naciente en la espera del Espíritu. A ella encomendamos este Encuentro, el fruto de los trabajos de esta tarde, la vida de nuestras parroquias, hermandades y movimientos, la misión educativa de nuestros colegios, la acción de nuestras delegaciones diocesanas, y la vocación de todos y cada uno de nosotros. Que este Encuentro Diocesano dé fruto abundante en comunión, participación y misión. Y que el Año Jubilar de la Esperanza nos convierta en auténticos peregrinos de esperanza, llevando a nuestro pueblo la luz de Cristo Resucitado. Así sea
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