CATÓLICOS EN SEVILLA –
Saludo con afecto a todos los que habéis venido hoy a la Santa Iglesia Catedral para celebrar el Jubileo de las Hermandades y Cofradías en este Año Santo de 2025, convocado por el Santo Padre Francisco bajo el lema “Peregrinos de Esperanza”. Saludo al Delegado Diocesano para las Hermandades y Cofradías, a los delegado diocesanos, a los directores espirituales, sacerdotes concelebrantes, diáconos; a los presidentes de los Consejos de Hermandades y Cofradías de la Archidiócesis, a los hermanos mayores y miembros de las Juntas de Gobierno; a los cofrades de todas las edades, y a quienes, a través de la vida de hermandad, se sienten llamados a ser discípulos y misioneros en medio de nuestra sociedad; un saludo también a quienes participáis en la celebración a través del canal YouTube de la Catedral.
La primera lectura y el salmo responsorial insisten en el tema de la oración, subrayando que es tanto más poderosa en el corazón de Dios cuanto mayor es la situación de necesidad y aflicción de quien la reza Las lecturas de este Domingo nos ofrecen un mensaje luminoso. El Señor es juez justo, que no se deja impresionar por apariencias ni por títulos; escucha la súplica del pobre y del humilde, y no desprecia al huérfano ni a la viuda. El salmo responsorial proclama con gozo: “El afligido invocó al Señor, y él lo escuchó”. Y la segunda lectura, de la segunda carta de san Pablo a Timoteo, muestra al apóstol en el ocaso de su vida, que confiesa haber combatido el buen combate, haber mantenido la fe, y espera la corona de la gloria que el Señor, juez justo, le entregará.
El Evangelio nos presenta la parábola del fariseo y el publicano. Como el fariseo, también nosotros podríamos tener a veces la tentación de recordar a Dios nuestros méritos, nuestras oraciones, nuestros trabajos, el tiempo que dedicamos a la hermandad, a la parroquia. Jesús nos advierte del peligro de la autosuficiencia y del orgullo religioso, y nos muestra el camino de la humildad sincera. El publicano, con el corazón contrito, se acerca a Dios con una oración breve: “Oh Dios, ten compasión de este pecador”. Y el Señor sentencia: “Este bajó a su casa justificado, y no aquel”. Estas palabras son hoy luz para vosotros, cofrades de Sevilla y de toda la Archidiócesis. La oración debe brotar de un corazón humilde, pobre. Por eso también nosotros, en esta celebración jubilar, damos gracias a Dios, no tanto por nuestros méritos, sino por los dones que Él nos concede. Nos reconocemos pequeños y necesitados de salvación, de misericordia; reconocemos que todo viene de él y que sólo con su gracia se realiza su voluntad en nuestra vida, nuestra conversión, nuestra santificación, y la evangelización del mundo.
El Año Jubilar es un don extraordinario que la Iglesia ofrece a sus hijos. El Jubileo nos invita a la conversión, a la renovación interior, al perdón y a la misericordia. Es un año de gracia en el que se nos ofrece la indulgencia plenaria, signo sacramental de la misericordia de Dios que borra nuestras culpas y nos fortalece en el camino de la fe. El Papa Francisco nos recordaba en la bula de convocatoria que ser “Peregrinos de Esperanza” significa volver a descubrir que nuestra vida no se agota en los límites de este mundo, sino que camina hacia la plenitud en Dios. Somos peregrinos, no turistas de la fe; somos caminantes que avanzamos hacia la meta del cielo, llevando en las manos la luz de Cristo y en el corazón la certeza de su amor.
El Jubileo de las Hermandades y Cofradías que hoy celebramos es un signo elocuente de esa esperanza. Cada hermandad es un espacio de encuentro con Cristo, un ámbito de evangelización, una escuela de caridad y de fraternidad. El Jubileo nos llama a purificar nuestras motivaciones, a revisar nuestras actitudes, a vivir con humildad como el publicano del Evangelio, y a combatir el buen combate como san Pablo.
Queridos hermanos, la Archidiócesis de Sevilla no se puede comprender sin el latido profundo de sus hermandades y cofradías. Son cauces privilegiados de fe y de vida cristiana. En ellas se transmiten la devoción a Cristo, a la Virgen María y a los santos; se cultiva la caridad con los más pobres; se cuida la formación cristiana; se promueve la fraternidad y se contribuye al bien común. La Constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II nos recuerda que todos los fieles, por el bautismo, participan de la misión de Cristo sacerdote, profeta y rey. Las hermandades son una manifestación concreta de este sacerdocio común: expresan la fe públicamente en la piedad popular, la proclaman con obras de caridad y la celebran en la liturgia.
San Juan Pablo II decía: “La piedad popular, si está orientada convenientemente, contribuye también a acrecentar en los fieles la conciencia de pertenecer a la Iglesia, alimentando su fervor y ofreciendo así una respuesta válida a los actuales desafíos de la secularización (Ecclesia in America, 16). El Papa Francisco Santo destacó la fuerza evangelizadora de la piedad popular, insistiendo en que la piedad popular es un lugar teológico, donde se puede percibir la acción del Espíritu (cf. Evangelii gaudium, 122-126). Las hermandades de Sevilla han sabido conjugar, a lo largo de los siglos, tradición y actualidad, devoción y compromiso, arte y fe, liturgia y caridad. Hoy, en este Jubileo, os animo a renovar vuestra vocación cofrade como misión evangelizadora en medio de la sociedad.
La parábola del Evangelio nos recuerda que no basta con las apariencias. Las hermandades están llamadas a ser signo de humildad evangélica. No valen las comparaciones, ni la vanagloria, ni el buscar reconocimientos humanos. Lo que vale es la autenticidad de la fe, la actitud de servicio, el corazón humilde que reconoce su pobreza ante Dios y se abre a su gracia. Queridos cofrades: sed testigos de Cristo desde la humildad. Que vuestras procesiones sean auténticas manifestaciones de fe, que nunca se conviertan en meras expresiones artísticas o culturales; que el testimonio de vuestra vida brille por su coherencia con el Evangelio.
El Papa Benedicto XVI nos recordaba: “La Iglesia no hace proselitismo. Crece mucho más por «atracción»: como Cristo «atrae a todos a sí» con la fuerza de su amor, que culminó en el sacrificio de la cruz, así la Iglesia cumple su misión en la medida en que, asociada a Cristo, realiza su obra conformándose en espíritu y concretamente con la caridad de su Señor” (Homilía en Aparecida, 2007). Eso es lo que se espera de cada hermandad: que arda en amor a Cristo y que irradie su luz, que se respire fraternidad, oración y servicio en cada casa de hermandad, en cada junta de gobierno, en cada grupo de hermanos.
Hoy nos preside la imagen de Nuestra Señora de la Esperanza, de Triana, en el marco de las celebraciones de la Misión de la Esperanza. Ella es faro y guía, Madre que nos sostiene en el camino, Estrella que nos orienta hacia Cristo. Ella ha marcado la fe de generaciones enteras de sevillanos; ha escuchado las súplicas de los marineros, las oraciones de las familias, los ruegos de los jóvenes, el clamor de los enfermos. Su rostro sereno y a la vez dolorido nos recuerda que la esperanza cristiana se forja en la cruz y en la victoria de la resurrección. Ella nos enseña a vivir este Año Jubilar con corazón abierto, a ser humildes como el publicano, perseverantes como san Pablo, cercanos a los pobres como el Señor del Evangelio. Que nos impulse a ser, como hermandades, verdaderos “peregrinos de esperanza” en nuestra sociedad.
Queridos hermanos: Este Jubileo no termina aquí. Hoy recibimos la gracia, pero se nos pide llevarla a la vida cotidiana. La indulgencia jubilar que se nos concede es un don que debe traducirse en obras de misericordia, en mayor fidelidad al Evangelio, en una vida cofrade renovada. Os envío de nuevo a vuestras parroquias, a vuestros barrios, a vuestros pueblos y ciudades, a vuestras casas de hermandad, con el encargo de ser testigos de la esperanza. Sevilla os contempla; el mundo os necesita. Sed portadores de la luz de Cristo, haced de vuestras hermandades auténticos cenáculos de oración, fraternidad y misión. María Santísima, en todas sus advocaciones presentes en nuestra Archidiócesis, nos acompaña y protege; como Madre de la Esperanza, nos guía siempre en el camino y nos lleva de la mano hacia su Hijo, Cristo, nuestro Señor y Salvador. Que así sea.
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