12 de enero de 2025. Fiesta del Bautismo del Señor, Ciclo C.
Un saludo cordial a todos los hermanos y hermanas que participáis en esta celebración: al sr. párroco, P. Gonzalo; sacerdotes concelebrantes; comunidad de Franciscanos Conventuales; miembros de la vida consagrada y del laicado; a todos los presentes y a los que participáis a través de la retransmisión de Canal Sur Televisión. Celebramos la fiesta del Bautismo del Señor. En Sevilla, en Parque Alcosa, en la parroquia de Nuestra Señora de los Desamparados, celebramos el 50 aniversario de la bendición de la imagen de la titular de la Parroquia por don Antonio Montero, Obispo Auxiliar a la sazón. Hoy contemplamos especialmente a María santísima, Señora y Madre de los desamparados, y la invocamos como mediadora de todas las gracias, y nos encomendamos a su intercesión poderosa y maternal.
Hace poco menos de un año celebrábamos el 50 Aniversario de la creación de nuestra parroquia. Recordamos que la parroquia es una comunidad de fieles que se reúne en torno a la Palabra de Dios y la Eucaristía y los otros sacramentos, que vive en comunión, compartiendo sus bienes, y se proyecta ayudando a los necesitados. En la parroquia se enseña la doctrina cristiana y se transmite la fe. Es una comunidad en conversión continua, en comunión y en misión; es comunidad de comunidades y propicia la unidad de todos los carismas que se encuentran en ella y que por ella quedan insertados en la Iglesia universal. La parroquia tiene presente y futuro y está llamada a ser fermento evangelizador y a desempeñar un importante papel de cohesión e integración social como una familia, como una casa abierta a todo el mundo, como una fuente en medio de la plaza que ayuda a todos a calmar la sed de paz, de amor y de infinito.
Celebramos la fiesta del Bautismo del Señor, que cierra el ciclo de Navidad. El relato de san Lucas, que hemos escuchado en la lectura del Evangelio, nos presenta a Jesús que llega para recibir el bautismo de conversión que administraba Juan el Bautista junto al río Jordán. El pueblo estaba expectante y todos pensaban que Juan seguramente sería el Mesías. Pero él tiene clara su misión de precursor: preparar el camino, señalar al Mesías cuando llegue, y después, desaparecer con toda humildad y discreción. Nos podemos preguntar si necesitaba Jesús recibir de Juan un bautismo de penitencia y conversión. Ciertamente no. Sin embargo, quiere recibir el bautismo de Juan, y se coloca entre los pecadores para realizar este gesto de penitencia, y a través de este gesto se hace solidario con los pecadores, aunque él no necesita purificación alguna.
Y durante el bautismo se produce una teofanía, una manifestación de Dios: “se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él” (Lc 3, 21-22). Jesús es ungido por el Espíritu Santo y proclamado Hijo de Dios por la voz del Padre desde el cielo. A partir de ahí es acreditado como el Mesías esperado y comienza su vida pública. Se trata de una verdadera manifestación de la Santísima Trinidad, que da testimonio de la divinidad de Jesús, de que él es el Mesías prometido, el Salvador.
La expresión “abrirse el cielo” es una imagen simbólica, una forma de decir que Dios entra en comunicación con el hombre, que se unen el cielo y la tierra; es un signo de intercomunicación con Dios que se realiza en Cristo, porque en su persona se establece la comunicación definitiva entre Dios y el ser humano. El Bautismo del Señor significa que el Hijo eterno de Dios asume la realidad de nuestra carne para manifestársenos, y nosotros estamos llamados a dejarnos transformar internamente en su imagen.
Esta fiesta es una buena ocasión para reflexionar sobre nuestra realidad de bautizados y recordar nuestro compromiso bautismal con todas sus consecuencias. La vida cristiana comienza en el sacramento del Bautismo del Espíritu Santo. Por el Bautismo renacemos como hijos de Dios, partícipes en la relación filial que Jesús tiene con el Padre, capacitados para dirigirnos a Dios con plena confianza de hijos. También sobre todo bautizado el cielo está abierto y para Dios somos sus hijos. Por el Bautismo también somos incorporados al Pueblo de Dios, a la Iglesia y hechos partícipes de la misión del Señor.
¿Qué significa vivir como bautizados? El cristiano recibe en el Bautismo una vocación a la santidad y a la misión, una llamada a vivir plenamente su condición de hijo de Dios y a ser testigo de Jesucristo en el mundo. Es gracia de Dios, don suyo, vida nueva que nos ofrece continuamente para poder llegar a alcanzar este ideal de perfección. La respuesta por nuestra parte debe ser de confianza, deseo, colaboración, correspondencia generosa. Lejos de nosotros instalarnos en la mediocridad o en la rutina, porque el Señor nos llama a la santidad, a la perfección; aunque somos pobres y pequeños, el Señor nos llama a cosas grandes, tengamos confianza. Por otra parte, la misión evangelizadora debe propiciar una profunda renovación, una auténtica transformación de cada persona y de toda la humanidad. Por el Bautismo somos llamados a construir el Reino de Dios en la tierra, un Reino de justicia y de paz, de verdad y de amor.
Vivir como bautizados significa manifestar y testimoniar nuestra fe, la alegría de ser cristianos y pertenecer a la Iglesia. Es la alegría de reconocernos hijos de Dios, de descubrirnos confiados en sus manos, de sentirnos acogidos en un abrazo de amor. Aunque sea difícil, aunque nos toque vivir contra corriente. Ojalá nuestro testimonio llegue a vencer las dificultades y prejuicios, y transmitiendo la alegría y la belleza de la vida cristiana, ayude a los demás a encontrarse con Dios.
En los inicios de un nuevo Año Jubilar, pedimos a Nuestra Señora de los Desamparados que interceda por nosotros, para que nos mantengamos siempre fieles a nuestra fe bautismal. Que nos ayude a vivir siempre confiando en Dios, con la fuerza del Espíritu Santo, bien unidos a Jesucristo. Hagamos también memoria agradecida de todos los hermanos que nos han precedido y que descansan en la presencia de Dios. Que el Señor nos ayude a mantener nuestras raíces cristianas, nuestras tradiciones, el legado que hemos recibido, y ponerlo al servicio de nuestra parroquia, de nuestro barrio, de nuestra ciudad, de nuestra diócesis y del mundo entero, llevando a cabo la misión de transmitir la fe en Jesucristo.
María, tal como hizo en Caná de Galilea, a lo largo de la historia presenta al Hijo las necesidades de los otros hijos y orienta a estos hijos nuevos al encuentro con Cristo y al seguimiento fiel. Así lo vivimos, acudiendo a ella en la oración y confiando en su mediación y amparo. Hoy nos encomendamos a su intercesión para que el Señor nos conceda la gracia de ser una comunidad viva y evangelizadora, de profunda espiritualidad y de una eficaz acción caritativa y social, que cuida también su formación, para poder dar razón de la fe y la esperanza. Damos gracias a Dios por todas las gracias recibidas en estos 50 años, por todos los frutos de amor compartido, por el futuro que se abre caminando siempre como peregrinos de la esperanza, en la compañía de los hermanos, de la mano de Cristo el Señor y de Nuestra Señora de los Desamparados. Así sea.
Monseñor José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla
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