CATÓLICOS EN SEVILLA –
Lecturas de la solemnidad de Pentecostés, ciclo C; 22 de octubre de 2025.
Al comenzar un nuevo curso académico, la mirada se dirige hacia Aquel que es fuente de toda sabiduría y verdadera inteligencia: el Espíritu Santo. La tradición de la Iglesia, en expresión memorable de san Agustín, lo ha reconocido desde los orígenes como el “Maestro interior” (cf. In Ioh. Ev. Tract. 3,13). Ninguna palabra exterior produce fruto, si no es Él quien enseña en lo profundo del corazón. Esta convicción ilumina la misión de nuestra Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla, cuya tarea está orientada a la transmisión de conocimientos, así como a la investigación y difusión, y al diálogo con la cultura y con la ciencia, pero sobre todo, a la transformación del corazón obrada por el Espíritu Santo, que conduce al conocimiento vivo de Cristo, Palabra encarnada del Padre.
Queridos hermanos y hermanas presentes en esta celebración: Señor Arzobispo, hermanos en el Episcopado; sacerdotes concelebrantes, diáconos; autoridades civiles, militares y académicas; representantes de instituciones; Decano y Claustro de Profesores; personal de administración y servicios; alumnos y alumnas de la Facultad; queridos todos en el Señor.
En una institución académica como nuestra Facultad de Teología, el Espíritu Santo se revela como pedagogo de toda la comunidad. Es Él quien organiza, suscita carismas, pone en diálogo y convoca a profesores y estudiantes en una misma aula de fe. En palabras del teólogo Hans Urs von Balthasar, “el Espíritu es quien hace de la Iglesia un espacio donde el Lógos puede resonar de modo siempre nuevo y fecundo” (Teológica, III). Nuestra Facultad de Teología, en este sentido, es una concreción de esa Iglesia, es decir, el lugar en el que el Espíritu Santo ordena la pluralidad y la convierte en comunión, en sinfonía de hermosura, superando de esta manera el riesgo de la mera amalgama de voces o de la dispersión intelectual.
El primer eje de la vida universitaria es la educación y, de esta manera, ha quedado plasmado en el reciente plan estratégico para los cursos 2025-30 de la Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla. En el horizonte teológico, educar no es únicamente instruir, sino además “sacar hacia fuera” lo que el Espíritu Santo ya ha sembrado en cada persona, como semilla de verdad. Toda auténtica educación cristiana se funda en el hecho de que “la verdad no es producto del consenso, sino don que precede y se comunica” (Joseph Ratzinger. Fe, verdad y tolerancia, 2003) y así el Espíritu es quien garantiza que la enseñanza no sea mera transmisión de datos, sino acompañamiento hacia la verdad que libera. En la Facultad de Teología, esto significa que cada clase y cada investigación deben estar animadas por la convicción de que el objetivo es la formación de discípulos capaces de transparentar a Cristo en el mundo contemporáneo. La educación teológica se convierte así en un servicio eclesial y cultural.
Pero el Espíritu Santo no enseña en abstracto. Él recuerda las palabras de Cristo (cf. Jn 14,26) en cada tiempo y lugar, haciéndolas significativas en las circunstancias concretas de la historia. Por ello, la contextualidad es un criterio esencial del quehacer teológico. La Revelación es inseparable de la historia concreta en la que se encarna, de modo que la gracia divina no anula la naturaleza, sino que la eleva y la sana. La Facultad debe así permitir que el Evangelio dialogue con las preguntas de la cultura actual: las tensiones sociales, los desafíos éticos, las transformaciones tecnológicas, la búsqueda de sentido en un mundo fragmentado. Esta contextualidad no significa relativismo, al contrario, es el signo de la obediencia al Espíritu Santo que, como en Pentecostés, hace resonar una sola verdad en múltiples lenguas (cf. Hch 2,1-11). La Facultad de Teología se convierte, de esta forma, en lugar de discernimiento, capaz de escuchar los signos de los tiempos y de responder con fidelidad creativa.
El Espíritu Santo es también el principio de la interdisciplinariedad. Como advertía el papa Francisco en la obertura de la constitución apostólica Veritatis gaudium, la teología corre el riesgo de volverse autorreferencial si permanece aislada. Pero cuando se abre al diálogo con las ciencias humanas, con la filosofía, con el arte y la cultura, se deja enriquecer y, a su vez, ofrece una luz que desborda las lindes particulares. La teología no puede vivir encerrada en sí misma; al contrario, ha de confrontarse permanentemente con el saber universal, pues la fe no puede ser ajena a ninguna verdad y así nada le resulta indiferente. La interdisciplinariedad no es, entonces, un mero requisito académico, sino una exigencia espiritual: el Espíritu de la Verdad, que une lo disperso, muestra la armonía entre lo creado y lo revelado, entre la razón y la fe. En la Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla, este dinamismo ha de ser expresado en proyectos comunes, en investigaciones compartidas, en la apertura a disciplinas que, a primera vista, podrían parecer ajenas, pero que, en realidad, iluminan diferentes aspectos del misterio cristiano.
El Espíritu Santo, que es, en el seno de la Santísima Trinidad, el Amor entre el Padre y el Hijo, suscita en la Iglesia un canto de alabanza incesante. Esta exaltación continua no es un añadido ornamental: es el corazón mismo de la vida cristiana y académica. Una Facultad de Teología no se justifica únicamente por su producción científica, sino porque se convierte en lugar en el cual se celebra la verdad contemplada. En palabras del teólogo Romano Guardini, “la verdad sólo se alcanza en el acto de adoración” (El espíritu de la liturgia, 1918). Por eso, la comunidad académica, más que reducirse a laboratorios de investigación o aulas de debate, encuentra, de hecho, su centro en la Eucaristía, fuente y culmen de toda acción teológica. La liturgia se erige en el espacio en el que lo aprendido se vuelve alabanza, en la que el Espíritu mismo eleva la inteligencia a la sabiduría.
Todos estos aspectos –educación, contextualidad, interdisciplinariedad, pero también la continua alabanza– convergen en Cristo, verdadero Maestro. Él enseña con autoridad, no como los escribas (cf. Mt 7,29), porque su Palabra está dotada del poder intrínseco para transformar la vida. La Facultad de Teología, bajo la guía del Espíritu Santo, está llamada a reflejar este estilo y, de esta manera, llevar a cabo una enseñanza con el discurso, pero también con el testimonio; con el rigor, pero sobre todo con la caridad; con el intelecto, pero alcanzando la entrega existencial. Aquí se comprende que la misión de la comunidad académica es la formación de discípulos-misioneros que, según el estilo de Cristo, sepan unir palabra y vida.
Por ello, el estudio teológico no es fruto exclusivo del esfuerzo humano. Aunque exige disciplina, método y crítica rigurosa, su verdadero centro es el don del Espíritu. Como afirma santo Tomás de Aquino, “el acto de fe es un acto del entendimiento movido por la voluntad bajo la acción de la gracia” (S.Th. II-II, q.2, a.9). Por tanto, el progreso en la teología es un camino en el que la gracia de Dios sostiene, purifica y eleva la inteligencia. La profundización teológica es un don del cielo que permite adentrarse en los misterios divinos no como quien disecciona un objeto, sino como quien ha sido hecho partícipe de la contemplación de un misterio que le sobrepasa. Por eso pedimos al Espíritu Santo para la comunidad académica perseverancia en la investigación, claridad en el pensamiento, humildad para reconocer los límites y audacia para adentrarse en nuevas perspectivas.
Al iniciar este curso, la Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla se pone bajo la guía del Espíritu Santo, el Maestro interior que conduce a toda Verdad (cf. Jn 16,13). Ponemos nuestra misión en sus manos, por la intercesión de María Santísima, Nuestra Señora de los Reyes y de San Isidoro de Sevilla. Que este año académico sea así un tiempo de fidelidad al Espíritu Santo, para que nuestra Facultad de Teología refleje a Cristo el Señor, que enseña con su Palabra y su Vida, y para que la profundización teológica, como gracia que procede de lo alto, haga de esta comunidad académica un testimonio vivo de la Verdad que salva. Así sea.
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