CATÓLICOS EN SEVILLA – Homilía en la fiesta de san Juan de Ávila

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CATÓLICOS EN SEVILLA –

Homilía de Mons. José Ángel Saiz Meneses en la fiesta de san Juan de Ávila. Encuentro del Clero de la Archidiócesis de Sevilla. Catedral de Sevilla. Jueves, 8 de mayo de 2025

 

Nos reunimos en torno al altar del Señor para celebrar la solemnidad de nuestro patrón, san Juan de Ávila, Maestro de Santos y Doctor de la Iglesia. Es una gracia especial que este Encuentro del Clero tenga lugar precisamente en su fiesta, porque nos permite contemplar el misterio de nuestra vocación sacerdotal a la luz de su ejemplo luminoso, de su doctrina inspiradora, y de su ardor apostólico, tan necesario en estos tiempos que vivimos.
Queridos hermanos y hermanas que participáis en esta celebración: Obispos Auxiliares, presbíteros, diáconos, seminaristas; miembros de la vida consagrada y del laicado. Especialmente, saludo a los hermanos que celebráis este año las bodas sacerdotales de oro y plata. 50 años de sacerdocio cumple D. Eduardo Marín Clemens; 25 años cumplen: D. Florentino Córcoles Calero; D. Juan Fernández-Salvador Fernández de Heredia; D. Manuel Francisco Gómez González; D. Antonio José Mellet Márquez; D. Francisco Javier Ojeda Flórez; D. Francisco Reina Chia; D. Antonio Jesús Rodríguez Báez; D. José Joaquín Sierra Silva; y los religiosos, P. Francisco José Pérez Camacho, SDB; P. José María Moriano, LC, y el P. Sebastián Ruiz Muñoz, OFM. Cumple 25 años como Diácono Permanente D. Antonio Bejarano Cejo.

 

La Liturgia de la Palabra nos traslada a la primera misión de san Pablo y san Bernabé. Su predicación suscita entusiasmo y seguimiento, pero también oposición, envidia y persecución; y, sin embargo, termina el texto con estas palabras esperanzadoras: “Los discípulos se llenaron de alegría y del Espíritu Santo”. Hermanos, esta es la paradoja de la vida apostólica: cuanto más radical y evangélica es nuestra predicación, más fruto da, pero también encuentra mayor resistencia. Esto lo experimentó bien san Juan de Ávila, que no vivió ajeno al sufrimiento, al rechazo, a la incomprensión. No olvidemos que fue denunciado a la Inquisición y que pasó más de un año encarcelado. Sin embargo, desde la celda escribió el Audi, filia. La cruz, lejos de apagar su celo, lo purificó y lo encendió aún más. En su vida contemplamos el ejemplo de lo que significa anunciar la Verdad con amor, aunque no siempre sea bien recibido el anuncio; formar corazones para Dios, aunque haya que sembrar en terreno pedregoso; sufrir por el Evangelio, pero llenos de la alegría del Espíritu.

 

El Evangelio, tomado del Sermón de la Montaña, nos recuerda nuestra identidad y misión: “Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo”. No se trata de una exhortación, sino de una afirmación. No dice Jesús: “Sed sal y luz”, sino: “Sois la sal, sois la luz”. La condición sacerdotal imprime carácter: nuestra vida, configurada con Cristo Cabeza y Pastor, está llamada a ser referencia, orientación y testimonio en medio del mundo. San Juan de Ávila fue luz para una época crucial, el siglo XVI, una época agitada, de reformas y contrarreformas, de cambios sociales profundos, de necesidad urgente de evangelización. En ese contexto, comprendió que sin sacerdotes bien formados no habría renovación posible en la Iglesia. Y consagró su vida a ello siendo formador de formadores, predicador, consejero, confesor y guía espiritual. Su influjo alcanzó a santos como san Juan de Dios, santa Teresa de Jesús, san Pedro de Alcántara, san Juan de Ribera, san Francisco de Borja, y otros muchos. Por eso, con razón se le llamó “Maestro de Santos”.

 

Hermanos sacerdotes, también nosotros vivimos tiempos complejos y difíciles. Como señaló el papa Francisco, más que una época de grandes cambios, vivimos un cambio de época, y también hoy la Iglesia necesita una profunda renovación misionera. En medio de esta situación, los fieles consideran al sacerdote como aquel que debe ser testigo de lo invisible, custodio de la esperanza, sembrador de sentido. Uno de los grandes regalos del magisterio espiritual de san Juan de Ávila son sus cartas, sermones y tratados. En 2012 el papa Benedicto XVI lo declaró Doctor de la Iglesia Universal, y en el decreto que acompañaba esta proclamación destacaba “la profundidad de su doctrina sobre el sacerdocio ministerial”. En efecto, sus textos no solo iluminaron a sus contemporáneos, sino que siguen siendo hoy fuente de inspiración para los presbíteros del siglo XXI.

 

¿Qué nos dice san Juan de Ávila hoy? Nos habla, ante todo, de la centralidad de Cristo. En sus escritos se palpa un amor ardiente por Jesucristo. No hay reforma posible del clero sin volver al corazón de Cristo, y de nada aprovecha tener muchos conocimientos y desarrollar grandes proyectos si no arde el corazón de amor por Cristo crucificado. Su teología no es fría ni académica, sino viva, afectiva, penetrada de contemplación. A nosotros, tantas veces tentados por el activismo, nos urge esta llamada a centrarlo todo en Cristo. Nos habla también del cuidado de la vida interior, de que el sacerdote debe ser antes que nada “hombre de oración”. No puede dar lo que no ha recibido, lo que no vive, no puede hablar de Dios si no está con Él. Por eso insiste en la necesidad del recogimiento, del silencio, del trato asiduo con la Palabra, de la confesión frecuente, de la Eucaristía celebrada con fervor. Nos habla, finalmente, de la urgencia del celo apostólico. Nos interpela a salir de nosotros mismos, a dejar la comodidad, a buscar a los alejados, a acompañar con paciencia, a evangelizar con pasión. Su vida entera fue un testimonio de entrega incansable al pueblo de Dios.

 

No es difícil encontrar analogías entre la época de san Juan de Ávila y la nuestra. Hoy vivimos en una sociedad profundamente secularizada, fragmentada, y, a la vez, sedienta de verdad y de belleza. También hoy la Iglesia necesita un clero renovado, santos sacerdotes, pastores con olor a oveja, con aroma de santidad y una formación sólida para dar respuesta a los desafíos del momento presente. Por eso hemos de conceder a la formación permanente el valor que le corresponde. San Juan de Ávila fue, sobre todo, un educador. Fundó colegios sacerdotales, acompañó procesos vocacionales, escribió cartas a seminaristas, a formadores y a sacerdotes jóvenes. Hoy más que nunca, la formación permanente no es un lujo, sino una necesidad para poder dar respuesta a los retos de este tiempo con sabiduría, con prudencia y caridad.

 

Hemos de reavivar el ardor misionero. Él soñaba con evangelizar todos los rincones de España. Hoy nosotros estamos llamados a evangelizar nuestra tierra sevillana, que, aunque es rica en muchos aspectos de la vida de fe, también necesita una conversión misionera. Desde nuestras parroquias, nuestras comunidades, nuestros colegios, hermandades, movimientos y realidades eclesiales, estamos llamados a anunciar la alegría del Evangelio, a propiciar en las personas un encuentro con Cristo que les cambie el corazón, y a acompañarlas con ternura y firmeza. San Juan de Ávila fue un gran director espiritual. Conocía el alma humana, sus heridas, sus sombras, pero también su capacidad para acoger la gracia. Nosotros, pastores en un tiempo de muchas heridas, estamos llamados a ser hombres del consuelo, del acompañamiento, de la misericordia. Sin rebajar las exigencias de la verdad, pero con entrañas de compasión.

 

Estamos llamados a vivir la comunión presbiteral. Él hablaba del sacerdocio como una “hermandad”. Hoy, más que nunca, necesitamos cuidarnos unos a otros, vivir la fraternidad sacerdotal, no como un añadido o un plus, sino como un pilar esencial de nuestra vocación. Acompañarnos, escucharnos, ayudarnos, sostenernos. Que nadie se sienta solo, que nadie quede atrás. En el camino no faltan luchas, cargas, noches oscuras. Llevamos un tesoro en vasijas de barro, pero no podemos dejarnos vencer por el cansancio, o por la acedia espiritual, como nos ha recordado tantas veces el papa Francisco. Estamos llamados a ser hombres de oración, llamados a cuidar al pueblo, comenzando por los más pobres y necesitados, llamados a formar a los jóvenes, a celebrar con unción los sacramentos. Porque no somos funcionarios, sino padres y pastores. Queridos hermanos: Sevilla necesita sacerdotes santos, pastores según el corazón de Cristo.

 

Hoy damos gracias a Dios por los sacerdotes y el diácono que celebran sus bodas de oro y de plata ministeriales. Son ejemplo de fidelidad y perseverancia. En ellos vemos cumplidas las palabras del salmo: “El Señor es el lote de mi heredad y mi copa, mi suerte está en tu mano: me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad” (Sal 16, 5-6). Permitidme un recuerdo especial para los sacerdotes ancianos, enfermos, jubilados, que ya no pueden estar en primera fila de la actividad pastoral, pero siguen siendo columnas de la Iglesia diocesana con su oración y el ofrecimiento de su cruz de cada día. Que el Señor los bendiga. Que la celebración de esta fiesta de san Juan de Ávila renueve en todos nosotros la alegría de nuestra vocación. Cristo es nuestro Buen Pastor, que camina con nosotros, nos ha llamado, nos envía y nos sostiene. Que el Maestro Ávila interceda por nosotros, por nuestros seminarios, por nuestros jóvenes, por toda la Iglesia de Sevilla. Y que, con María santísima, Reina de los sacerdotes, podamos decir cada día con renovado fervor: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. Así sea.

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