La fuerza espiritual de la esperanza en la construcción de la paz
La Jornada Mundial de la Paz 2025 que nos disponemos a celebrar, tradicional en la Iglesia en el primer día de cada año, creo que ha de tener como elemento referencial la categoría antropológica y especialmente cristiana de la esperanza. Y creo que ha de ser así por el contexto eclesial en el que se va a celebrar, que no es otro que el umbral del Año Santo Jubilar que el Papa ha convocado con el lema “La esperanza no defrauda”. Esperanza, que con palabras del Papa en la Bula de convocatoria “se fundamenta en la fe y se nutre de la caridad, y de este modo hace posible que sigamos adelante en la vida”.
Tan importante es esta tarea de vincular la paz al ejercicio constante y activo de la virtud de la esperanza que el Papa la cita en primer lugar al enumerar los signos de esperanza que estamos llamados a redescubrir en este Año Santo en los signos de los tiempos que el Señor nos ofrece: “Que el primer signo de esperanza –nos dice– se traduzca en paz para el mundo, el cual vuelve a encontrarse sumergido en la tragedia de la guerra”
En esta perspectiva se sitúa la presente reflexión, servicio para el discernimiento, que todos los años realiza la Delegación de Apostolado Seglar de nuestra archidiócesis en esta Jornada de la Paz. En concreto, desea ser respuesta a la interpelación que se hace el Papa, y con él todos nosotros: “¿Es demasiado soñar que las armas callen y dejen de causar destrucción y muerte?”
El primer foco de atención-reflexión se aborda desde el análisis y reconocimiento de cómo este mundo globalizado vive y afronta los problemas cotidianos, pequeños y grandes, en torno al binomio paz-esperanza. Hay tres acontecimientos que han llenado nuestra historia reciente y que por su relación con este binomio no pueden pasar desapercibidos: La pandemia del Covid, las guerras en Ucrania y Oriente Medio, y la catástrofe ambiental y humana de la “Dana” en nuestro país. Estos tres graves y desgarradores acontecimientos son signos fehacientes de la gran crisis de humanidad en que están sumidas nuestras sociedades en la actualidad, y que adquieren carácter antropológico debido al impacto de inquietud y desesperanza que están produciendo en la conciencia psicológica personal y colectiva en torno a tres problemáticas: el desarrollo de la tecnología como medio para el crecimiento humano, las fórmulas para convivir en un mundo diverso y plural, y el cambio climático. Así lo expresaba el Papa en su mensaje para la jornada de la paz del año 2020: “Cualquier situación de amenaza alimenta la desconfianza y el repliegue en la propia condición. La desconfianza y el miedo aumentan la fragilidad de las relaciones y el riesgo de violencia, en un círculo vicioso que nunca puede conducir a una relación de paz”. Sin duda, esta mentalidad de miedo y desconfianza que se está creando en nuestros ambientes sociales, suponen una dificultad para educarnos en la esperanza y fomentar la cultura de la fraternidad y la paz. Consecuentemente esta crisis antropológica interpela también a nuestra Iglesia.
El segundo foco iluminador creo que lo hemos de situar en la respuesta que la sociedad está dando a la realidad que se nos ofrece. Una simple mirada a la situación sociopolítica que se vive en nuestro mundo globalizado, con especial incidencia en nuestro país, nos llena de desencanto por no decir de radical decepción. Problemas graves de polarización que engendran violencia y odio, preocupación por la escalada bélica en estos últimos años, emergencia de los populismos y dificultades en la práctica del diálogo que hacen muy difícil los consensos -entre otras circunstancias- propician en la vida social una deriva frustrante que en unos busca la evasión a través del disfrute y el espectáculo; en otros, el repliegue y retiro de la vida comunitaria buscando refugio en un pasado ideal que nunca existió; y en algunos otros, imponiendo sus criterios ideológicos mediante la eliminación de los que piensan de modo diferente. Derivas todas ellas muy alejadas de una experiencia vital centrada en la esperanza.
No obstante, también qué duda cabe, podemos observar muchos signos positivos, sería muy prolijo enumerarlos, que nos invitan a un mirar esperanzador. Particularmente en este sentido he encontrado en el ámbito institucional una noticia digna de enmarcar: la Resolución aprobada por la Asamblea General de la ONU el 22 de septiembre de 2024 con el nombre de Pacto para el Futuro. El nombre de la resolución ya nos habla de dos términos generadores de esperanza: pacto y futuro. Reconocen en las Naciones Unidas que “asistimos en estos momentos a una profunda transformación mundial. Nos enfrentamos a crecientes riesgos catastróficos y existenciales, muchos de ellos causados por nuestras propias decisiones. Hay seres humanos que padecen terribles sufrimientos. Si no enderezamos el rumbo, corremos el riesgo de estar abocados a un futuro disfuncional en el que las crisis serán constantes”; y al mismo tiempo constatan que “así y todo, son momentos que también ofrecen esperanzas y oportunidades. La transformación que experimenta el mundo brinda la ocasión de renovarse y progresar tomando como base la humanidad que compartimos… En nuestra mano está decidir.” Los tres objetivos que propone el pacto para actuar en los próximos años -desarrollo sostenible, cambio climático, y protección a las futuras generaciones del flagelo de la guerra-, si se llevan a cabo en todos los países que lo han subscrito -193 Estados-, representan un gran signo de esperanza para la construcción de la paz.
La respuesta de la Iglesia a estos dos focos de atención nace de su Doctrina Social. Nos la ofreció el Papa en Evangelii Gaudium recomendándonos cuatro principios-criterios básicos que por su relación “con tensiones bipolares propias de toda realidad” son fundamentales para generar esperanza y avanzar en la construcción de una cultura de la paz: El tiempo es superior al espacio, la unidad al conflicto, la realidad más importante que la idea, y el todo superior a la parte. Son criterios muy fáciles de interpretar, pero que en nuestra cultura dominante donde priman las prisas y las faltas de procesos, en la que las ideologías se imponen a las realidades, con ausencia de diálogo para resolver los conflictos, y donde el individualismo se impone en nuestras relaciones, encuentran muchas dificultades para su práctica.
Por ello, el Papa en la Convocatoria del Jubileo ha querido subrayar varias actitudes relacionadas con estos principios necesarios para el cumplimiento jubilar: La importancia de la paciencia “estrechamente relacionada con la esperanza” y hacer del Año Santo Jubilar un camino de gracia, misericordia y perdón -contenido de su mensaje para esta Jornada de la Paz- en el que la peregrinación adquiera toda su significación simbólica.
Con el Papa pedimos para este día “que el testimonio creyente pueda ser en el mundo levadura de genuina esperanza, anuncio de cielos nuevos y tierra nueva (2 P 3,13).
¡ Shalom!
Luciano Soto García, miembro del equipo de la Delegación Diocesana de Apostolado Seglar
La entrada Artículo de Luciano Soto, con motivo de la Jornada Mundial de la Paz se publicó primero en Archidiócesis de Toledo.
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