¿Cómo nació la idea de crear el SAMIC en Polonia, y concretamente en la diócesis de Kalisz?
A primera vista, la respuesta podría parecer sencilla. El actual obispo de nuestra diócesis, monseñor Damian Bryl, estudió en España hace años y obtuvo el doctorado en teología de la Universidad de Navarra, en Pamplona. Durante su estancia allí conoció personalmente a Jorge García Montagud, director del SAMIC de Valencia, y entró en contacto con la realidad eclesial española. Estos lazos, que han sido fuente de mutuo enriquecimiento, se mantienen hasta hoy.
Mi propia vinculación con este proyecto también tiene su origen en los estudios realizados en la misma universidad, aunque muchos años más tarde. Por supuesto el conocimiento del idioma español sigue siendo un elemento clave que facilita la comunicación y la colaboración.
No obstante, creo que esta explicación no basta para entender por qué el SAMIC nace precisamente en nuestra diócesis. Nuestro patrono es san José, cuyo santuario nacional de Polonia se encuentra en Kalisz. Lo interesante es que la imagen venerada allí no muestra solo a san José, sino a toda la Sagrada Familia. Por eso, el cuidado pastoral de las familias forma parte del carisma y de la vocación más profunda de nuestra diócesis. Desde su fundación, los obispos de Kalisz se han comprometido especialmente en este ámbito, y monseñor Damian Bryl ha continuado fielmente esta misión. Por eso considero que la llegada del SAMIC a nuestra diócesis no es fruto de simples contactos personales, sino una acción providencial en la que, por supuesto, han colaborado muchas personas.
¿Qué aspectos del programa SAMIC despertaron mayor interés entre los católicos polacos?
Durante el proceso de preparación para implantar el SAMIC en nuestra diócesis descubrimos varios elementos particularmente valiosos que ofrece este programa. Entre ellos destacan la atención pastoral a las personas que acuden a los tribunales eclesiásticos, la agilidad y el carácter sistemático de su funcionamiento, así como sus procedimientos profesionales y la formación adecuada de sus colaboradores. Para mí, personalmente, el mayor valor del SAMIC es su capacidad de coordinación: diferentes áreas trabajan unidas, conservando su autonomía, avanzando en una misma dirección y aliviando a las familias en crisis de la carga de tener que buscar ayuda por su cuenta.
Implantar el programa en un país nuevo, donde no se habla español, sin duda ha supuesto un reto. ¿Cómo lograron superarlo?
Desde mi experiencia, esta fue quizá la parte más difícil del proyecto. No se trataba solo de una cuestión de idioma, sino también de las diferencias entre los modos de organización y funcionamiento de la Iglesia en Polonia y en España, además de las limitaciones propias de la distancia. Durante la fase preparatoria tuvimos que resolver incluso algunos problemas terminológicos, por ejemplo el mismo acrónimo SAMIC no puede traducirse de manera lógica al polaco. Aun así, gracias a la estrecha colaboración con la sede central de SAMIC, logramos superar todos esos desafíos. Nos llena de satisfacción saber que Polonia es el primer país no hispanohablante en introducir el programa. Es un motivo de orgullo, pero también de responsabilidad.
¿Qué similitudes y diferencias percibe entre la situación familiar en Polonia y en España? ¿Y de qué manera puede el SAMIC ayudar a las familias polacas?
A simple vista, Polonia y España parecen muy diferentes en muchos aspectos de la vida cotidiana, e incluso en la vida eclesiástica. Podríamos decir, en tono de broma, que lo que un español llama “desayuno”, un polaco lo consideraría un ligero tentempié; y que la cena polaca (por la hora y por su sencillez) podría hacer pensar a un español que somos un pueblo permanentemente a dieta. Sin embargo, en lo esencial, nos une mucho más de lo que nos separa. Ambas naciones compartimos un mismo fundamento: la fe católica, que ha modelado profundamente nuestra cultura y nuestra visión de la vida.
En cuanto a la situación de las familias, a veces se tiene la imagen de Polonia como el país de san Juan Pablo II, sólidamente católico. Pero, en realidad, nos encontramos en un momento similar al que vivía España hace unas décadas: la secularización avanza y muchas familias se ven sometidas a presiones ante las cuales se sienten indefensas. A ello se suman problemas antiguos, como el alcoholismo o las familias separadas por la emigración laboral. Es cierto que en España estos problemas son menos frecuentes, aunque allí se perciben más otros, como la drogadicción o la violencia doméstica.
Lo que me parece más valioso del SAMIC es su flexibilidad y capacidad de adaptación a distintos contextos culturales y sociales. Por eso estoy convencido de que será una herramienta muy valiosa para la Iglesia y para las familias en Polonia, ayudándolas a vivir su vocación con esperanza y fortaleza.
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