CATÓLICOS EN VALENCIA – Espiritualidad para la Sede Vacante

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Habiendo asistido en estos días pasados al tránsito del papa, estamos ya en el marco de estas jornadas de las novendiales romanas. Después de la solemne celebración exequial en el Vaticano, y la posterior inhumación en Santa María, la Mayor, se han dispuesto los funerales en catedrales, basílicas parroquias y otros templos abiertos al culto. En todos estos casos, unidos al misterio Pascual de Cristo, damos gracias a Dios por el ministerio petrino ejercido, porque nos beneficiamos de su obra en la comunión de los santos y pedimos la salvación del difunto, aguardando que reciba el premio prometido.

Por más que se nos filtre alguna ponderación, puesto que estamos acostumbrados socialmente a cuantificar y a cualificarlo todo, históricamente sabemos que toda valoración puede resultar prematura y, eclesialmente, tampoco es la ocasión de pronunciar panegíricos ni diatribas, máxime cuando no nos corresponde en absoluto el juicio. La despedida de un cristiano, ni qué decir la de un papa, no ha de reducirse a un tributo personal sino convertirse en ocasión excepcional para confesar la fe en un Dios que interviene la historia de los hombres revirtiéndola con la Muerte y Resurrección de Cristo. Que todo esto haya acontecido en la Octava de la Pascua resulta providencial.

El mismo Bergoglio nos recordaba al respecto que confesamos una fe revolucionaria. Afirmaba que su potencial liberador no le venía por ninguna ideología sino por su contacto con lo santo, por su condición hierofánica. Nos proponía una esperanza combativa, puesto que la esperanza del Reino tiene siempre dolores de parto. Defendía también que la piedad es la hermenéutica fundamental de la teología. Una piedad belicosa, entendía que debía informar el ser del cristiano porque en la lucha por el Reino, decía él, no podemos permitirnos el lujo de la ingenuidad.

La soberbia nos lleva, con demasiada frecuencia, a despreciar la sencillez de las pautas evangélicas que, en definitiva, resultan ser las únicas evangelizadoras. Por eso, ha de ser en este mismo espíritu de recepción humilde como debemos encarar este tiempo. Acogida, gratitud y súplica es lo que se espera de nosotros, y no otra cosa.

Es de justicia reconocer que, además del testimonio personal, hemos recibido como legado aquello que reclamaba la nueva evangelización en orden a unos nuevos métodos, nuevo ardor y un nuevo lenguaje que ha venido para quedarse con nosotros: periferias existenciales, cultura del descarte, Iglesia en salida, hospital de campaña… y sobre todo la insistencia en la relación práctica entre las tres virtudes teologales, remarcando la misericordia como viga maestra que sostiene todo el hacer de la Iglesia. Detrás de este lenguaje, aparejado con gestos y hechos constatables, hemos visto una seria preocupación pastoral por abrir la reflexión moral a la inclusión de todos junto con el avance del planteamiento ecológico como principio de una antropología teológica, así como un impulso decidido a la corrección y prevención de todo tipo de abusos, el replanteamiento de la praxis sinodal… Además de sorprendernos con este magisterio programático, lo hemos percibido todo aderezado con una nueva mística dinámica y social, nada subjetivista ni autorreferencial, sobre el Sagrado Corazón, San José, Santa Teresa de Lisieaux, Blas Pascal…
Este gozoso anuncio ha sido probado con la cruz de muchas resistencias, tanto extra como intraeclesiales. El gozo que no ha sido probado no deja de ser un simple entusiasmo, muchas veces indiscreto, que no puede prometer fecundidad. Ha quedado todo sellado por el ofrecimiento, manifiesto en su testamento espiritual, donde aceptaba sus limitaciones, enfermedad y muerte por la consecución de la paz y la fraternidad universal entre los pueblos.

La gratitud que corresponde a tamaño legado no pasa por conservarlo sino por compartirlo. La mejor defensa es siempre la difusión. Flaco favor haríamos al testador si los herederos prefiriéramos un mantenimiento y no una rentabilidad de todos estos bienes. Francisco siempre optó por una Iglesia herida en la batalla ante una entumecida por reclusión. Denunciaba a los pastores que habían preferido ser generales de unos ejércitos derrotados a simples soldados de un escuadrón que, aunque diezmado, sigue luchando. Así les advertía contra el peligro de no aceptar el talante bélico del ministerio pastoral.

Por último, la súplica. En esta semana, hemos de rezar por el papa difunto, por su descanso eterno, para que haya recibido del Señor el premio merecido a sus desvelos, para que se haya encontrado con este Dios, todo justicia y misericordia, que predicó. Encomendarlo al Señor y a la intercesión de los santos. Sabemos que nuestra oración ha de ser humilde y persistente, así como coherente con la vida, para que así pueda ser escuchada unida a la gran plegaria sacrificial de Cristo por quién tenemos acceso al Padre.

Todo esto cabe conjugarlo también en este periodo de sede vacante que ha de ser de intensidad religiosa más que de curiosidad morbosa en vistas al nuevo pontífice. Muchos perfilan a un pastor, un testigo más que un maestro, un gestor, un comunicador… otros acentúan la necesidad de un papa referente para la ética mundial, un líder diplomático internacional, el máximo exponente de la catolicidad en cuanto globalización social, el defensor de las causas de la vida, la familia, la educación, la paz, la justicia…

Los cardenales electores entrarán en cónclave el próximo siete de mayo. Tienen la obligación canónica de proponer por votación al nuevo sucesor en la sede romana. Así ha de ser porque lo que se busca es un sucesor que no un heredero. Un sucesor puede ir más allá de condicionantes de estrategia geopolítica, campaña doctrinal, capacitación curricular, coyunturas culturales, aspiraciones personales… Un heredero siempre tiene derechos y compromisos adquiridos, un sucesor recibe la encomienda, con gratuidad y libertad, de un oficio que viene de arriba y no de los cálculos terrenales. Estamos ante una elección que ha de transparentar, en definitiva, la singularidad de la de Cristo para con Pedro.

Nos compete, a toda la Iglesia, entrar en una súplica confiada para pedir un papa que sea pues un don de la bondad y providencia divinas para confirmarnos en la fe, ser signo visible de comunión y rostro de Cristo, Buen Pastor. De nuevo el tiempo pascual y el mes que la devoción católica ha dedicado a la Santísima Virgen vienen en nuestra ayuda para mirarnos en aquella primitiva comunidad que suplicaba la venida del Espíritu Santo. Perseverar unánimemente en la oración junto con María, Pedro, los demás apóstoles y todos los santos, tal es el oficio que se nos encomienda en estos días para que los Sres. Cardenales nos alcancen una pronta, concorde y fructuosa elección conforme al plan de Dios.

Por eso, el Sr. Arzobispo nos emplaza en su último decreto a permanecer en oración personal y comunitaria, especialmente en la celebración eucarística y de la liturgia de las horas. Nos pide también que las prácticas de piedad, tales como la visita al Santísimo y el rosario en familia, se unan en la misma intención litúrgica de la Iglesia que suplica por la elección del nuevo obispo de Roma. En consecuencia, templos, parroquias y movimientos estamos preparando para este tiempo ofertas de plegaria. Quisiera reseñar, por sugerente, la de Hakuna que nos hace una propuesta personalizada para que apadrinemos en la oración a un elector: “Tu fecha, su fuego”.

Termino con el atrevimiento de una consideración espiritual a quien corresponda… Para vigilar basta con ser despierto, astuto, rápido. Para velar hay que tener además mansedumbre, la paciencia y la caridad probada. Para supervisar hay que inspeccionarlo bien todo sin descuidar los detalles, para velar hace falta saber ver lo ESENCIAL.

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