CATÓLICOS EN VALENCIA – Navidad: luces muchas, ¿y el niño Jesús?

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Martín Gelabert, o.p.  Vicario episcopal para la Vida Consagrada

 

Desde hace ya bastantes días las calles de Valencia, como ocurre todos los años por estas fechas, están adornadas con muchas luces. Recuerdo que, contemplando tantas luces, hace unos años, una religiosa exclamó: ¡Muchas luces, pero ningún niño Jesús! Frase afortunada que es una buena llamada a que en estos días de fiesta no nos olvidemos de lo esencial, de lo único importante, al menos de lo único importante para los cristianos. Porque lo que nos aprestamos a celebrar no es una fiesta de invierno, no es la llegada del fin de año, no es una fiesta familiar, aunque todo esto pueda tener su parte de verdad.

Lo que celebramos los cristianos es el misterio de la Encarnación, el misterio del gran amor de Dios. No hay mayor amor que querer ser como el amado. Dios quiso hacerse humano porque amaba mucho al ser humano, como no se puede amar más. Y al identificarse con lo humano, al asumir nuestra naturaleza, no una naturaleza ideal, sino nuestra naturaleza débil y pecadora, Dios se solidarizó con todo ser humano. Por eso, el Concilio Vaticano II, recordando lo que decían los primeros escritores cristianos, dijo que “con su Encarnación, el Hijo de Dios, se ha unido con todo hombre”. Y, por si no estaba bastante claro, San Juan Pablo II añadía: “con todo hombre, sin excepción alguna”. Y yo me permito añadir: sobre todo con aquellas personas más necesitadas, con aquellas que más sufren, sean o no creyentes, porque Dios ama a todos incondicionalmente, sin condiciones y sin excepciones, pero el amor siempre se vuelca con los más necesitados de amor. Por eso, el misterio de la Encarnación no concierne solo al hombre Jesús, sino a todo ser humano.

En Valencia, la Navidad, este año, ha venido precedida de un Adviento inesperado, que ha hecho mucho daño, una riada que ha dejado muchas heridas entre aquellas personas que han perdido a un ser querido o que han perdido sus bienes y sus medios de vida. Pero también es verdad que este Adviento inesperado ha suscitado una gran ola de solidaridad, entre todo tipo de gente. La gente de Iglesia y la gente joven se han volcado.

Cuando hablo de gente de Iglesia también incluyo a los monasterios conocidos como de clausura. Esas mujeres, que salen muy raramente de sus conventos, han rezado mucho, han enviado dinero a Cáritas, han contribuido ofreciendo materiales y enseres domésticos. Un ejemplo concreto: un monasterio, junto con un grupo de personas amigas, comenzaron por recaudar dinero y enviarlo a Cáritas. Luego, gracias a una persona que conocía a una familia que lo había perdido todo, dos monjas se desplazaron a uno de los pueblos afectados y entregaron muebles a esa familia. La gente por la calle las paraba y les daba las gracias por su presencia, su cercanía y sus oraciones. El grupo de amigos del convento seguía entregando dinero. Las monjas, orientadas por el párroco, apadrinaron a cinco familias más y las proveyeron de neveras, cocinas y colchones.

A mí me han llamado personas e instituciones preguntando por los daños que había causado la DANA en los monasterios, ofreciendo dinero; incluso me llegó la oferta de un convento de Palencia que ofrecía una máquina de fabricar pasteles para algún monasterio necesitado de Valencia. Gracias a Dios, en algunos monasterios de Valencia, lo más grave que pasó fue que entró un palmo de agua, que las monjas se apresuraron a limpiar. Por eso, a aquellos que me ofrecían dinero para los monasterios les decía que se lo dieran a Cáritas.

Si con su Encarnación, el Hijo de Dios se ha unido con todo ser humano, no cabe duda de que quienes han ayudado a paliar las catástrofes causadas por el agua, sean o no conscientes de ello, se han convertido en la mano de Dios para aquellos a los que han ayudado, y han encontrado a Dios hecho carne, encarnado en el sufrimiento de los afectados. En las zonas de la catástrofe no había luces, pero había muchos “niños Jesús”.

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