A veces nos pasamos la vida dándonos vueltas a nosotros mismos. Nos miramos una y otra vez al espejo y nos pasamos el tiempo mirándonos a nosotros mismos.
Había una vez una chica que siempre se estaba mirando al espejo. Siempre veía algo defectuoso en su cara. Siempre descubría nuevas arrugas o algo que afeaba su rostro. Por eso vivía con una amargura total, pues siempre veía muchas cosas de qué reprocharse.
Por mirarse tanto al espejo se había olvidado de mirar a la cara de los demás. Nunca tenía tiempo para contemplar tanta belleza como existe en el mundo..
Un día fue a visitar a un hombre de mucha sabiduría y le expuso su problema. Él le contestó: rompe el espejo. Te estás esclavizando. Te pasas la vida analizando tus defectos y no te quedan fuerzas para salir de tus fealdades. No te quedes en el diagnóstico; trata de sanar.
El espejo no te cura ni te sana. Aprende a mirarte con otra mirada. Mírate con otros ojos. No te miras con comprensión y misericordia contigo misma, por eso, rompe el espejo que no te deja vivir. El espejo te ha llevado los mejores momentos de tu vida. No has disfrutado de casi nada. No eres feliz porque te pones a ti misma como el centro y lo único que haces es pasarte el día contemplándote.
Aquella chica rompió el espejo y desde entonces fue feliz. Aprendió a mirarse con ojos de ternura, a mirar a la gente, a mirar tanta belleza como Dios ha creado en el mundo.
(Francisco Cerro Chaves: Cuéntame…para ser libre)