Hace muchos años en un lugar del centro de Europa ocurrió un hecho singular, espontáneo y muy bonito. Pero antes de contarlo vamos a conocer que es lo que se sucedía en el momento para poder valorar con toda su intensidad el detalle que vamos a narrar. Nos situamos en el año 1816 en un pueblecito de Austria, que pertenece al distrito de Salzsburgo-Umbegung, llamado Oberndorf.
El pueblo se encontraba en un estado de pobreza que iba en aumento, la frontera entre Baviera y Austria acababa de formarse, dejando el pequeño pueblo separado de la prosperidad de la ciudad más cercana y abocado al declive económico. A todo esto, hay que sumar que el pesimismo y la crisis económica era acuciante en toda Europa, provocada por las guerras napoleónicas que habían acabado en junio de 1815 con la batalla de Waterloo. El futuro no se presentaba halagüeño y la población expresaba un sentimiento de tristeza generalizado.
Por si lo anterior fuese poco, se sucedieron una serie de catástrofes naturales como inundaciones y pérdida de cosechas que diezmaron aún más la moral y la economía de la población. Para colmo de la situación y para acompañar a esta serie de desgracias sucedió otra. Al año siguiente el volcán Tambora de Indonesia explosionó dejando una cantidad de óxidos y ácidos en la atmósfera que llevaron a un enfriamiento global del planeta. Tal fue así que ese año paso a la historia como el “año sin verano”.
Ante esta situación el párroco del pueblo que nos ocupa, Oberndorf, decide escribir una canción que sirva de aliento para la población, y que al menos, ante la hambruna y miseria que reinaba, tuviesen un hálito de esperanza que les hiciese volver a la vida. Como la idea se le ocurrió en Navidad, escribió un poema navideño, pero faltaba lo más importante, para que el impacto en la población fuese el necesario, debía musicalizar ese poema y para ello llamó a un amigo suyo que era organista.
El músico se llamaba Franz Gruber y el párroco Joseph Mohr. La canción fue estrenada en la Misa del Gallo del 24 de diciembre de 1818. Fue cantada a dos voces por los dos compositores acompañada por la guitarra del Padre Mohr. No se pudo interpretar con el órgano de la Iglesia ya que los fuelles del mismo estaban inutilizados y no los pudieron restaurar.
Titularon a la canción como Stille Nacht, heilige Nacht que hoy en día representa el conocido villancico “Noche de Paz”. El villancico se extendió con rapidez entre los comerciantes y vecinos de los pueblos y aldeas cercanas. En aquellos tiempos de guerra, necesidad e inseguridad, el mensaje de paz llegó a los corazones de los lugareños por el niño recién nacido: “¡Jesús el Salvador, está aquí!”.
La difusión del dulce y sencillo villancico fue fulgurante durante el siglo XIX. En 1822 la familia Rainer la cantó para la Corte de Francisco I de Austria y a su invitado para la ocasión, el zar Alejandro II. Poco después desembarcó en América; en Nueva York fue cantada por la familia Rainer en 1839.
El 28 de julio de 1914 se desata la contienda más horrible que hasta entonces había conocido la humanidad, comienza la Primera Guerra Mundial, conocida como la “Gran Guerra”. La Triple Entente se enfrenta a la Triple Alianza, los ejércitos más poderosos del planeta sacan a relucir lo mejor y más granado de sus huestes y maquinaria de guerra. Nadie se puede permitir un traspiés, el honor está en juego y la humillación puede llegar en cualquier momento. Los grandes maestres del conflicto que son el rey Jorge V de Inglaterra, el zar Nicolás II de Rusia, el káiser Guillermo II de Alemania y el presidente de Francia Raymond Poincaré, guardan sus mejores recursos para vencer en lo que cada uno cree es una causa justa.
Tras meses en las trincheras, llega la Navidad y en la Nochebuena de 1914, el káiser Guillermo II ordena decorar los abetos y dar raciones extra de pan, salchichas y licores a los soldados del frente. Los soldados franceses e ingleses no daban crédito a lo que estaban viendo, cuando en ese momento los soldados alemanes comenzaron a entonar suavemente una canción familiar que invitaba a la reconciliación. Los alemanes entonaron el villancico Noche de Paz a lo que se unieron los soldados franceses e ingleses, cada uno en su idioma claro. Al llegar la mañana, los soldados alemanes alzaron banderas blancas y comenzaron a avanzar desarmados. Los aliados creían que esto sería una trampa pensada para hacerles caer en una emboscada, pero decidieron salir al encuentro de su enemigo de forma pacífica.
Los soldados se juntaron, se estrecharon las manos e intercambiaron tabaco, licores y cualquier cosa de la que disponían. En ese momento no eran más que personas, la sombra del enemigo se había disipado. Durante la improvisada tregua acordaron retirar del campo a los muertos de ambos bandos, llegaron incluso a tomarse fotografías juntos. Y más aún, echaron un partido amistoso de fútbol, que se quedó sin revancha porque al día siguiente, la triste realidad volvió y el halo trágico de la guerra los cubrió de nuevo.
Por motivos tan humanos y brillantes como este en los que se demuestra la bondad del ser humano, el villancico fue declarado por la Unesco como patrimonio cultural mundial inmaterial. Que buen ejemplo para tomar entre los dirigentes internacionales que se embarcan en guerras incomprensibles que no conducen más que generar dolor y miseria.
¡FELIZ NAVIDAD!
José Carlos Sacristán.
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