La segunda semana de Adviento nos invita a encender la vela de la Paz, recordándonos que preparar el corazón para la llegada de Jesús implica reconciliarnos con nosotros mismos y con los demás. En este espíritu se enmarca Maktub (2011), una historia profundamente humana dirigida por Paco Arango. La película nos presenta a una familia madrileña que atraviesa una crisis afectiva y se ve sorprendida por Antonio, un adolescente con cáncer cuya vitalidad y sabiduría transforman a todos los que lo rodean. A través de él, la trama nos recuerda que la verdadera Paz no consiste en la ausencia de problemas, sino en aprender a amar en medio de la fragilidad.
Manolo y Beatriz forman un matrimonio desgastado, imagen de tantas familias contemporáneas: prisas, desencuentros, y silencios que van minando el amor cotidiano. La falta de comunicación se ha instalado en su hogar, y sus hijos perciben ese distanciamiento. Pero todo comienza a cambiar cuando Antonio entra en sus vidas. Su presencia irrumpe con la fuerza de un huracán, no para destruir, sino para reconstruir desde dentro. Frágil y valiente a la vez, Antonio mira la vida con humor y sin miedo, capaz de reírse de sí mismo y de quienes lo rodean. No busca compasión, sino vivir con plenitud, y precisamente ese deseo intenso de vivir despierta en Manolo una sacudida interior: lo confronta con su rutina, lo obliga a detenerse y a mirar lo esencial. En ese proceso, la familia empieza poco a poco a reencontrar el rumbo perdido.
Precisamente es esta paz interior lo que más desconcierta. Como todo ser humano, tiene momentos de rebeldía, le gusta provocar y romper esquemas, pero también una luz interior que contagia y transforma a quienes lo rodean. Esto se ve de forma preciosa en su conversación con Sara, la hija de Manolo, cuando le confía que es algo así como un “agente del cielo”. No lo dice para darse importancia, sino para transmitirle que su presencia no es casual, que ha venido a ayudar, a mover hilos que están atascados en la vida de los demás. La paz que brota del corazón de Antonio no depende de la salud ni de otras circunstancias, sino de saberse amado y acompañado, incluso en el dolor.
En este camino de transformación aparece también Guadalupe, la enfermera, otro de los “agentes del cielo” se presenta como símbolo de esa acción discreta de Dios que tantas veces pasa inadvertida. Es la persona que, con suavidad y firmeza, va orientando a Manolo, ayudándolo a mirar más allá de su egoísmo, de su cansancio, de su huida permanente. A través de esa relación, la película nos recuerda que la Paz se siembra en gestos concretos y cotidianos: un acto de servicio, una palabra amable, una mirada compasiva. Jesús dijo: “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9). Trabajar por la paz, aquí, significa abrirse al otro, sanar las heridas familiares y dejarse tocar por el dolor con misericordia.
Una de las escenas más conmovedoras de la película es la cena de Nochebuena. Alrededor de la mesa se sientan personas muy distintas, heridas, agotadas, con ganas de renunciar… pero que, gracias a Antonio, han encontrado un camino de reconciliación. Es la imagen misma de la Navidad: gente imperfecta que aprende a quererse, que vuelve a mirarse a los ojos, que se descubre capaz de agradecer incluso en medio del dolor. Es una cena que recuerda la Eucaristía: Cristo se nos entrega para hacer de nosotros una familia nueva. Allí se celebra la auténtica Paz, la que une corazones heridos y nos prepara para recibir al Niño Jesús con alegría.
En un tiempo en el que corremos de un lado a otro, buscando regalos, compromisos y resultados, Maktub nos invita a detenernos y preguntarnos: ¿estamos en paz? ¿Permitimos que Dios nos encuentre en aquello que nos duele? ¿Buscamos la paz en nuestra familia, en nuestras relaciones, en nuestro propio corazón? La película nos enseña que Dios viene a nuestro encuentro a través de las personas y los acontecimientos que menos esperamos. Esta segunda semana de Adviento es una oportunidad para detenernos, mirar a quienes tenemos cerca y ser “agentes del cielo” portadores de paz, empezando en nuestra propia familia. Que, como Manolo, aprendamos a dejar que el amor transforme nuestra rutina y así preparar el corazón para la Navidad, abriendo espacio a la Paz que sólo Cristo puede dar.
José Carcelén Gómez
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