CATÓLICOS EN MADRID – ¿Qué tan libre es nuestro corazón?Sin Autor

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•La libertad y el pecado

Hoy en día vivimos en una sociedad la cual exalta la libertad como valor supremo. Un mundo donde las emociones pesan más que los hechos, resultando en tantos corazones heridos refugiados en adicciones y placeres de todo tipo, que resultan en un vacío y búsqueda sin fin de la felicidad.

Esto provocó el auge de una razón autónoma totalmente desvinculada del evangelio que carece de principios, conocida como la post verdad. Donde la verdad, es subjetiva, carece de fundamento, sólo depende de tu opinión.

Este relativismo resultante de la desvinculación total de los valores de la iglesia, no sólo ha dejado huella en la manera de pensar de nuestra sociedad, si no que, sin darnos cuenta, ha influido poco a poco en nuestra fe diaria.

Porque claro, Dios nos creó y nos hizo libres, pero, ¿Hasta que cierto punto nuestra manera de pensar vive acorde a nuestra fe y los valores de la iglesia?

¿Qué tan libre es nuestro corazón frente a las ataduras de este mundo? ¿Elijo de verdad lo que quiero hacer libremente, o únicamente soy prisionero de mi gana?

Nuestro corazón ha sido creado y moldeado por Dios, con un único objetivo que alcanzar:

Amar y ser profundamente amado. Pero claro, muchas veces, el pecado se vuelve inofensivo. El demonio nos convence de tantas maneras y formas de que nuestras apetencias tienen que mandar por encima de todo. El demonio nos dice que todo vale, nos intenta convencer de que no pasa nada por saciar esos deseos, sí total, Dios nos hizo libres, ¿Por qué no puedo elegir hacer lo que me apetezca en cada momento?

¿Por qué no usar mi cuerpo u otros placeres para satisfacer mis impulsos o mis necesidades? El mundo nos promete una sexualidad «libre», desligada del afecto estable, y promoviendo el afecto desordenado, justificar y confirmar tus apetencias porqué «es lo que siento».

Dios nos hizo libres sí, pero la libertad consta en esa capacidad de elegir el bien, de no dejar llevarnos por el mal, porque el pecado, por muy atractivo que sea, por mucho morbo interior que te pueda causar, siempre acaba haciéndote más esclavo de ello. ¿Cuánta gente te ha podido decir que ser cristiano es un rollo, que sólo es una serie de normas que te impiden «divertirte»? Qué te impide privarte y guardarte de ciertas situaciones que te impiden disfrutarlas a tu gusto, por ejemplo, en el tema de la castidad. Que poco a poco ha ido desligándose de la maternidad, proclama una «sexualidad libre», desligada del afecto estable y del compromiso matrimonial. Se promueve el placer como fin en sí mismo, normalizando una sexualidad sin límites objetivos, basada únicamente en el deseo personal.

Aunque todos hemos podido pensarlo alguna vez al iniciar nuestro camino de madurez en la fe, el por qué mis amigos pueden «disfrutar» y yo por ser cristiano no puedo hacerlo.

Pues bien, Dios nos ha creado para cultivar el bien que Él ha puesto en nosotros: el bien de tu vida, el bien de tu existencia. Pero este bien, este amor por el que Dios te ha creado y en él quiere que lo vivas, tiene una característica esencial, la libertad.

Hoy en día puede sonar peligroso juntar estas dos palabras: amor y libertad. Dios nos hizo libres, repito, pero no para que hiciéramos lo que nos diese la gana, porque el problema de esa «gana» no es libre. Nuestra gana, eso que nos apetece, lo que deseamos hacer, no suele ser libre. Nuestra gana muchas veces es esclava de tantas cosas.

¿Por qué? Porque esa «gana» está muchas veces condicionada por complejos, por expectativas propias, por miedos, por afectos desordenados sin control, por impulsos e instintos de los cuales no eres dueño, por cosas que no nacen dentro de ti. Y tantas veces te descubres haciendo cosas que no querías hacer. Cosas que ya habías decidido no hacer… sin embargo, vuelves a caer. Te descubres en contradicción, ves el bien que quisieras vivir, pero haces el mal que no quieres.

Entonces, al tocar fondo siendo engañados por el pecado, entendemos, que nuestra gana debe ser liberada. Y sí, dentro de nosotros hay una forma de esclavitud de la que no somos conscientes del todo, una especie de cadenas interiores. Y si esas cadenas no se rompen, no puedes ser tú de verdad, no puedes amar de verdad. Y si no puedes amar, no puedes vivir plenamente. Porque para eso hemos sido creados, para amar, pero primero siendo profundamente amados.

Por este motivo necesitas ser liberado, liberado por una fuente de amor infinita, verdadera y misericordiosa, que es Cristo. Al pensar en la libertad que Dios nos ha dado nos encontramos con Él, pues es un breve recordatorio de su amor hacia nosotros, un amor constante, ya que al hacernos libres asume el riesgo de que no le sigamos, aunque ansíe ese si de que escojamos su mano y no la del mundo.

Por todo esto, Cristo se ha hecho hombre y ha venido a tu vida para eso: para liberarte. Y si tú lo acoges, si le dejas entrar, Él puede hacerte verdaderamente libre.

Alberto Segovia

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