CATÓLICOS EN SALAMANCA – Bautizados

Comparte

El vicario general de la Diócesis de Salamanca, Tomás Durán, invita a redescubrir el Bautismo como misión, en el inicio de la XVII Semana de Pastoral, que se celebrará del 22 al 28 de septiembre

 

«Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos»  (Mt 28, 16-20)

 

Este texto final del evangelio de San Mateo (Mt 28,16-20) es el envío definitivo de Jesús, que abre las puertas de la fe a todas las “gentes” (razas, etnias), a todos los pueblos, hasta los confines de la tierra. Es la apertura total de la misión evangelizadora que traspasa las fronteras del pueblo de Israel, del pueblo de la Alianza, a todo el universo. Lo hace desde un “monte”: Jesús, a quien el Padre le ha dado “todo poder en el cielo y en la tierra”. A Él, obediente hasta la muerte y muerte de cruz, resucitado por el Padre y elevado a su derecha. Por eso recibe “todo poder”, no aquel que el diablo le ofrecía desde lo alto de otro monte, “mostrándole los reinos del mundo y su gloria” (Cf. Mt 4,8-11), sino el poder del servicio que nace de la debilidad de la cruz, en la que ha sido encumbrado “por encima de todo principado, poder y gloria de este mundo” (Ef 1,21).

Esa ahora cuando el Resucitado, a aquella comunidad pequeña, pobre y marginal en el imperio romano, le encomienda nada menos que la misión universal de dar a conocer cuanto Jesús ha enseñado y realizado: “Id y haced discípulos a todos los pueblos… enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. Misión que, como el relato de la Pasión ha dejado claro, han de hacerlo en un mundo reacio, extraño, peligroso y lleno de otras ofertas culturales, sociales, políticas y religiosas. El Imperio de Roma se atribuía a sí mismo, en sus emperadores y mentores culturales, la misión encomendada por los dioses de someter a los pueblos y naciones, y de llevar la paz y la prosperidad a todos. Tito Livio recuerda la declaración de Próculo Julio diciendo que Rómulo, “el padre de la ciudad romana” descendió del cielo para ordenarle: “Ve a anunciar a los romanos la voluntad de que mi Roma sea la capital del mundo, para que practiquen el arte de la guerra y enseñen a sus hijos que ningún poder humano puede resistir a las armas romanas”.

La comunidad de los discípulos de Jesús, “aun con dudas y vacilaciones”, tal como refiere el texto que comentamos, está llamada en aquel contexto cultural, político y militar, a otra misión: a un plan divino muy distinto al de los dioses y emperadores romanos. Están llamados a anunciar a Jesús crucificado y resucitado, y al Padre, “Señor del cielo y de la tierra” (Mt 11,25), que ofrece su amor a toda la creación y a todo el universo. Y Jesús hace este encargo “desde un monte” periférico en Galilea, y no desde el centro del poder de Roma o desde el “monte” del Olimpo, declarado morada de los dioses griegos.

Pero esta misión, encomendada a estos pequeños discípulos de Jesús, no es para un choque o un combate, sino con una oferta de gracia, de fraternidad y de familia nueva: “Id, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Es reunir a los hombres, a la humanidad entera, tal como a Él le habían visto hacerlo, en una nueva familia que tenga a Dios por Padre, a Jesús como Hermano mayor, y todos unidos por el amor del Espíritu Santo. Ese es el beneplácito, el propósito, el plan del Padre: reunir a los hijos dispersos, en la unidad que el Hijo y el Padre tienen entre sí (Cf. Mt 11,25-27), ayudados para ello “por el Espíritu del Padre” (Mt 10,20), y que sólo “la gente sencilla” y humilde sabe reconocer, pues está velado a “los sabios e inteligentes” (Mt 11,25).

Esto ocurrirá en medio del Imperio romano, y no por la ciudadanía romana, ni por la circuncisión, ni por la pertenencia a un pueblo, ni por la protección de una deidad; sino por un “nuevo nacimiento”, a través del Bautismo, – “bautizándolos en nombre de” -, que es como se entra en la familia trinitaria: en el amor del Padre, la gracia del Hijo y la comunión del Espíritu Santo. Es un germen de vida nueva introducido en el seno de la historia, que inaugura una nueva forma de ser persona: la filiación; una nueva de ser humanidad: la fraternidad; una nueva forma de camino histórico: la comunión de amor entre los pueblos, las gentes y las culturas.

Aquella comunidad inicial, pequeña y débil, temerosa ante esta misión en medio de aquel mundo, ¡qué consuelo debió encontrar en estas palabras!: “Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. El evangelio de San Mateo comienza con las palabras de la venida del Emmanuel, “el Dios-con-nosotros” (Mt 1,22-23), y cierra con estas palabras del Resucitado: “yo-con-vosotros” todos los días. Palabras de consuelo y atrevimiento evangelizador también para la Iglesia de hoy: todos bautizados, llamados y enviados a ser “discípulos misioneros”.

Tomás Durán Sánchez, vicario general

 

La entrada Bautizados se publicó primero en Diócesis de Salamanca.

————————————————————————————————————————————————————————————

El anterior contenido fue publicado en:

Leer más