En su comentario al Evangelio de este domingo, 6 de julio, el sacerdote Antonio Matilla reflexiona sobre el envío de los 72 discípulos y la identidad de una Iglesia ligera de equipaje, que anuncia desde la fragilidad y confía en la fuerza del Evangelio, la oración y la eucaristía
La suerte que ha tenido la Iglesia es que no nació atada al poder. Ir de dos en dos, como nos dicen en el Evangelio, no es ni siquiera una sección de infantería. Ni las alforjas cotizan en el Ibex 35. Si no llevamos sandalias, no podremos huir de prisa en caso de ser rechazados. Al contrario, debemos ser agradecidos con los que nos reciban en casa y nos den de comer de lo que tengan, o simplemente un restaurador vaso de agua fresca.
Faltan muchos obreros para la mies. Aunque todos los que nos reciban se dejen contagiar de Evangelio, seguirán faltando obreros para cosechar la mies, porque la emisión de los 72 es llegar a todos, y siempre quedará alguna casa por visitar.
La fuerza de los 72 enviados es el amor, el cuidado, la escucha verdadera, la herida acompañada. Así se hace presente el Reino de Dios. Y esa fuerza se recarga y se contagia en la oración personal y comunitaria, y de una manera especial en la liturgia del domingo.
Los 72 no son Jesús mismo ni son sus apóstoles y el Evangelio que Jesús les ha mandado transmitir —nos ha mandado contagiar— consiste en que estamos invitados y urgidos a ser signos visibles de la cercanía de Dios que no oprime, sino que libera; que no condena, sino que sana; que no separa, sino que reconcilia. Es la intuición de sentir y llevar a la práctica un amor que, por contagio, transforma el corazón, la familia, la convivencia y la comunidad.
Feliz domingo!
Antonio Matilla, copárroco de la Unidad Pastoral del Centro Histórico
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