CATÓLICOS EN SALAMANCA – Por los arrabales del Evangelio

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En su sección Paseos de un canónigo jubilado, el sacerdote Antonio Matilla ofrece este mes una reflexión sobre el pasaje del paralítico en los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas. Desde una mirada sencilla, habla de la fe compartida, de la importancia de ayudar en comunidad y hasta se pregunta, con ternura y sentido común, quién arregló el techo después del milagro

 

La techumbre agujereada

Los arrabales no son los barrios principales; de hecho, nos hablan de una cierta indefensión e inseguridad, porque sus habitantes no están protegidos por la muralla que rodea el barrio antiguo, el “centro”. Los arrabales representan a los ciudadanos que, no pudiendo obtener la seguridad de la ciudad, se atreven a ampliarla hasta que, varias generaciones después, se construye la cerca nueva de manera que todos sean ciudadanos, los emigrados del campo también, y no solo los hijos d’algo.

Digo esto para curarme en salud, pues las aproximaciones al Evangelio y, en general, al Nuevo Testamento, que pueda abordar en estos paseos por los arrabales de la Palabra de Dios, no son, precisamente, palabra de dios, sino ensayo de un creyente que gusta de hacer caso a la visión lateral, tan importante para conducirse por la vida en general y la vida espiritual en particular, pues centrarse en lo obvio puede llegar a ser empobrecedor. A mi favor juega el hecho de que, en cada época y cada creyente, tiene que hacerse una nueva interpretación, apoyándose, desde luego, en la herencia recibida y, en la medida de lo posible, desde un acercamiento holístico, global, como sugería el papa Benedicto XVI. Cada época y cada experiencia personal suscitan nuevas preguntas que hay que intentar responder desde el acervo recibido de nuestros mayores, pero que, de suyo, son visiones nuevas de la Palabra de Dios, pues nuevos son los tiempos, los creyentes y sus experiencias de vida.

La página del Evangelio que quiero comentar la encontramos en los sinópticos, en los tres, en Mateo (9,1- 8), en Marcos (2, 1-12) y en Lucas (5,17-26). Me referiré, sobre todo, a la de Marcos, que reza así:

“1Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaúm, se supo que estaba en casa. 2Acudieron tantos que no quedaba sitio ni a la puerta. Y les proponía la palabra. 3Y vinieron trayéndole un paralítico llevado entre cuatro 4y, como no podían presentárselo por el gentío, levantaron la techumbre encima de donde él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. 5Viendo Jesús la fe que tenían, le dice al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados». 6Unos escribas, que estaban allí sentados, pensaban para sus adentros: 7«¿Por qué habla este así? Blasfema. ¿Quién puede perdonar pecados, sino solo uno, Dios?». 8Jesús se dio cuenta enseguida de lo que pensaban y les dijo: «¿Por qué pensáis eso? 9¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o decir: “Levántate, coge la camilla y echa a andar”? 10Pues, para que veáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados —dice al paralítico—: 11“Te digo: levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”». 12Se levantó, cogió inmediatamente la camilla y salió a la vista de todos. Se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: «Nunca hemos visto una cosa igual»”.

Son muchas las sugerencias que nos ofrece el texto de Marcos. En primer lugar, la expresión de que “se supo que Jesús estaba en casa”. Pero ¿En qué casa? Porque en otros lugares del Evangelio se afirma que Jesús no tenía casa, pues el Hijo del Hombre no tenía donde reclinar la cabeza. Por otra parte, sabemos que Jesús tenía muchos amigos en cuya casa “estaba como en casa”, por ejemplo, en la de Marta, María y Lázaro. En este caso, debe tratarse de la casa de la suegra de Pedro, ¿qué pasó con el suegro? ¿había fallecido? La importancia de las mujeres en el Evangelio, en la vida de Jesús.

En segundo lugar, aparece un paralítico llevado en camilla por cuatro amigos, o en todo caso, cuatro hombres a los que les tocaba, o lo habían elegido ellos, ayudar y cuidar al paralítico. Dice el texto: “viendo la fe que tenían”. Y es que Jesús era capaz de saber lo que había dentro de cada hombre; Jesús se centra en adivinar las malas intenciones de los malos, pero Marcos en este episodio, da cuenta de la fe de los cuatro en plan práctico y concreto: transportaban al paralítico, intentaron meterle por la puerta, subieron al techo de la casa, rompieron la techumbre, descolgaron al enfermo, camilla incluida… y una vez que el amigo enfermo carga con la camilla y se va a su casa, los cuatro dejan de ser protagonistas y desaparecen de la escena… o tal vez no, como más adelante intentaremos adivinar. Sea como fuere, los cuatro representan a la comunidad eclesial que, con sus defectos, actuando expeditivamente, o sea, a lo bruto, sí o sí, consiguen acercar al enfermo hasta Jesús, cosa que parecía imposible. Lo que Jesús constató, el buen corazón de los cuatro, es que los cuatro demostraron con los hechos tener fe. Imagino que no les hizo gracia tener que romper la techumbre, pero el objetivo, acercar al enfermo a Jesús, lo cumplieron. Supieron priorizar lo importante, asumiendo los efectos colaterales, o sea, el estropicio de la techumbre y la sorpresa, incluso el enfado de los que tuvieron que dejar de escuchar a Jesús por el barullo que se armó.

También podríamos reflexionar sobre el hecho de que el antiguo enfermo cargue con la camilla, que podríamos interpretar como la importancia de no olvidar el pasado de sufrimiento, sino asumirlo. De hecho, los que hemos estado gravemente enfermos no lo olvidamos, sino que, al contrario, su recuerdo es garantía de agradecimiento a Dios y a quienes nos han cuidado y nos cuidan.

Pero donde quiero llegar es a compartir una pregunta que me surgió espontáneamente una de las muchas veces en que esta perícopa cayó en mis manos. La pregunta es: ¿y quién arregló el estropicio de la techumbre? Por cierto, incluso en la versión castellana, cuando este episodio lo narra Lucas, no se refiere a la techumbre agujereada, sino a que retiraron las tejas, probablemente porque los lectores de Lucas estaban acostumbrados a viviendas protegidas de la lluvia por tejas, mientras que en Palestina se usaba un entramado de madera, ramas y barro que había que apisonar y reparar cada año, de modo que, para que los creyentes entiendan lo que hizo Jesús, Marcos se refiere a la techumbre y Lucas al tejado. Son dos pequeñas interpretaciones, necesarias para que judíos y gentiles entiendan la sustancia de lo que pasó.

Pues no sé quién arregló la techumbre, pero me atrevo a imaginarlo: la arregló el mismo Jesús, probablemente ayudado por los cuatro amigos del paralítico, encantados de ayudar a quien había ayudado a su amigo. La fe que tenían les llevó a provocar el estropicio y les lleva a vivir una experiencia gozosa de vida comunitaria con la excusa, o el deber moral, de arreglar la techumbre. Su fe sigue teniendo dos cualidades: es, a la vez, comunitaria y activa.

¿Y por qué se me ocurre decir que fue el propio Jesús el que arregló la techumbre? Pues porque era el hijo de José, el “tekton”, que suele traducirse por carpintero, cuando lo más probable es que fuera una especie de “manitas” experto en múltiples tareas relacionadas con la construcción y el mantenimiento de las viviendas de la época, alguien a quien cuyo padre de la Tierra había enseñado a manejar la madera, la piedra, el vidrio y los metales, también a hacer argamasa, ese “hormigón” que sobrevive todavía en las ruinas de los edificios de hace dos mil o más o menos años. Lo normal en Israel era que los hijos heredaran el oficio de los padres, sobre todo en el caso de los especialistas, pues las familias intentaban transmitir a los hijos los secretos del oficio en un largo aprendizaje. Y ya de puestos a adivinar, intuyo –no lo sé a ciencia cierta- que Jesús debió de seguir trabajando en lo suyo, como “manitas”, durante algunos periodos de su vida pública. Está claro que los sábados iba a la sinagoga, pero ¿y el resto de la semana?

Por otra parte, sabemos que Jesús se retiraba a orar de noche o se iba a orar al campo antes de la salida del Sol. Era una costumbre suya y los discípulos sabían dónde encontrarlo, más o menos, en caso de necesidad. ¿Y el resto de la jornada? Doctores tiene la Sagrada Escritura que nos sabrán responder, parafraseando al Catecismo de Astete, o de Ripalda, que ya no me acuerdo.

Antonio Matilla, paseante por los arrabales del Evangelio.

La entrada Por los arrabales del Evangelio se publicó primero en Diócesis de Salamanca.

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