CATÓLICOS EN SEVILLA – Daños colaterales hoy: esperanza en medio de las desigualdades (Diario de Sevilla. 03-11-2025)

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CATÓLICOS EN SEVILLA –

Hace algunos años, el pensador polaco Zygmunt Bauman utilizó una expresión procedente del lenguaje militar para describir uno de los males más profundos de nuestro tiempo: los “daños colaterales”. Con ella no se refería ya a las víctimas imprevistas de una guerra, sino a aquellos hombres y mujeres que sufren las consecuencias no deseadas —pero reales— del sistema económico y social globalizado en el que vivimos. Hoy, cuando Sevilla ha celebrado la Misión de la Esperanza de Triana, esta reflexión se vuelve especialmente actual. Bauman afirmaba que la modernidad líquida, caracterizada por la inestabilidad y el individualismo, ha erosionado los vínculos humanos. En este contexto, los pobres —los marginados, los descartados, como decía el Papa Francisco— son quienes padecen los mayores “daños colaterales” de un mundo que avanza a gran velocidad, pero deja a muchos en la cuneta. No hay que ir muy lejos para comprobarlo: basta pasear por los barrios periféricos, por las zonas donde el desempleo, la soledad y la falta de oportunidades se convierten en una herida abierta.

Los llamados “daños colaterales” no son simples efectos secundarios de un sistema imperfecto; son, en realidad, rostros concretos: familias desahuciadas, jóvenes sin futuro, ancianos olvidados, migrantes que buscan un hogar, personas atrapadas por la pobreza energética o la exclusión digital. Cada uno de ellos es un hijo de Dios, portador de una dignidad inviolable, y por eso la Iglesia no puede permanecer indiferente. Hoy, en pleno siglo XXI, asistimos a un fenómeno paradójico: nunca antes hubo tantos medios para erradicar la pobreza y, sin embargo, las desigualdades se agrandan. Por eso, la Misión de la Esperanza no ha sido solo un acontecimiento devocional, sino una verdadera llamada a la conversión personal y social. Porque la esperanza cristiana no se reduce a un sentimiento optimista o una evasión espiritual. Es una virtud activa, encarnada, que nos impulsa a transformar la realidad. En la Misión, la Virgen de la Esperanza ha salido al encuentro de los barrios más humildes del Polígono Sur, recordando que la fe sin obras es estéril. Cada Rosario, cada visita a una casa, cada gesto de cercanía ha sido un signo de esa presencia de Cristo que sigue curando heridas.

Bauman pedía hace años la creación de un entramado de solidaridad que superara fronteras. Esa intuición se hace viva hoy en la red de voluntariado, parroquias, hermandades y asociaciones que, movidas por el Evangelio, sostienen a miles de familias en nuestra diócesis. Ellos son constructores del bien común, sembradores de esperanza. En ellos se cumple la enseñanza de Benedicto XVI en Caritas in veritate: El desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios en oración, pero también con los brazos extendidos hacia los hermanos en servicio (cf. n. 79). Los “daños colaterales” de nuestro tiempo se ven también en los nuevos rostros de la pobreza: la soledad del anciano, la angustia del joven sin horizonte, la familia fragmentada, la pérdida de sentido. La misión evangelizadora de la Iglesia, especialmente en iniciativas como la que ahora ha vivido Sevilla, quiere ser respuesta a esas heridas. Evangelizar es sanar, reconciliar, restaurar la dignidad del ser humano desde el amor de Cristo.

El Papa León XIV, en su exhortación apostólica Dilexi Te, ha denunciado que “en un mundo donde los pobres son cada vez más numerosos, paradójicamente, también vemos crecer algunas élites de ricos, que viven en una burbuja muy confortable y lujosa, casi en otro mundo respecto a la gente común. Eso significa que todavía persiste —a veces bien enmascarada— una cultura que descarta a los demás sin advertirlo siquiera y tolera con indiferencia que millones de personas mueran de hambre o sobrevivan en condiciones indignas del ser humano (n. 11). En estos meses jubilares, Sevilla está aprendiendo que la esperanza se construye desde lo pequeño: desde el taller parroquial, la mesa del comedor social, la visita al enfermo, el gesto de reconciliación entre vecinos. Son semillas que transforman el desierto en vergel, porque Dios hace nuevas todas las cosas, y en esa siembra discreta se juega el verdadero futuro de la humanidad.

Si Bauman veía con preocupación que la sociedad contemporánea se habituaba al sufrimiento ajeno, la Iglesia no puede permitir esa anestesia moral. La Misión de la Esperanza ha de despertar las conciencias, sacudir la indiferencia y renovar el compromiso de los cristianos con los más débiles. Cada traslado, cada encuentro, cada oración, cada Eucaristía, es una proclamación pública de que el Evangelio sigue siendo buena noticia para los pobres. No se trata de una estrategia asistencial, sino de una espiritualidad encarnada. Nuestra Señora de la Esperanza nos ha enseñado a mirar la realidad con ojos nuevos, a descubrir en cada herida la posibilidad de la gracia. Ella no pasa de largo ante el dolor, sino que lo acoge, lo acompaña y lo eleva a Dios. Por eso, su presencia misionera en las calles de Sevilla ha sido un signo elocuente de lo que la Iglesia no quiere encerrarse en sí misma, sino que va al encuentro de los que más sufren.

En Sevilla, esta Misión de la Esperanza ha mostrado que la caridad no es un apéndice de la fe, sino su fruto más genuino. Que cada obra de misericordia, cada acción solidaria, cada palabra de consuelo son un modo concreto de decir: Cristo vive, y su amor no tiene fronteras. La Misión no ha acabado, la Misión continúa, porque, aunque la Virgen ha vuelto a su Capilla de los Marineros, ha quedado sembrada una semilla que deberá seguir creciendo: la de una Iglesia esperanzada y misionera, comprometida con los heridos de la historia. Frente a los “daños colaterales” de la desigualdad, la respuesta cristiana sigue siendo la misma de siempre: la caridad que nace del corazón de Dios y se hace esperanza para todos.

 

+ José Ángel Saiz Meneses, Arzobispo de Sevilla

 

3 de noviembre de 2025

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